Si tuviéramos que definir a la emperatriz Masako con una palabra sería superviviente. Ella, que el pasado 9 de diciembre cumplió los 60 años, arrastra una depresión crónica desde hace décadas que le impide realizar con normalidad sus obligaciones como emperatriz consorte de Japón. Recordemos que fue en 2004 cuando la corte imperial catalogó oficialmente su dolencia como un "trastorno de adaptación".
Son dos las razones con las que se ha justificado la enfermedad de Masako. La primera está relacionada con el exigente protocolo que impera en la corte nipona, sentenciada por una serie de funcionarios reacios a cualquier tipo de innovación. Sin embargo, hay un dolor que Masako nunca superó: traer al mundo un hijo varón.
Este problema se convirtió en una constante desde su boda con el emperador Naruhito, celebrada en 1994. Masako no lograba quedarse embarazada ni con los diversos tratamientos de fertilidad. Finalmente y tras un aborto lo consiguió. Pero era una niña, la princesa Aiko, nacida en 2001.
Tener una niña, allí y con el rango de Masako es un verdadero drama. Cabe destacar que Japón se rige por la ley sálica que le prohíbe a una mujer reinar, pese a los muchos intentos de Naruhito por modificarla. De hecho, se prevé que sea el sobrino de este, Hisahito, hijo de su hermano Akishino, al que finalmente coronen.
Después de que naciera su hija, la emperatriz se mantuvo en la lucha de traer un niño, sin éxito, provocando que su depresión aumentara hasta de punto de volverse crónica. No obstante, Masako acude a los actos institucionales siempre que se ve con fuerzas y es "una buena consejera tanto en asuntos públicos como privado", tal y como ha revelado su marido en más de una ocasión.
Fotos | Gtres
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