Niños y adolescentes las siguen como devotos fieles. Personalidades como el juez Calatayud dicen de ellas que «posan como putas». Y mucha gente ni siquiera sabe que existen. Son las sexygrammers menores de edad, chicas muy jóvenes que utilizan sus cuentas de Instagram para posar a imitación de las sexygrammers adultas más conocidas, como Emily Ratajkowski o Alexis Ren. A favor del fenómeno están quienes dicen que no hay nada de malo en lo que ellas hacen, que la perversión está en los ojos de quien las mira. En contra... argumentos de todo tipo. Hemos consultado a un grupo de expertos, desde psicólogos a políticos, pasando por sociólogos y antropólogos. Y sus respuestas han sido unánimes.
Qué es una sexygrammer
Se conoce como sexygrammers a las usuarias de Instagram cuyas cuentas tienen como contenido principal fotos de la propia protagonista en actitudes más o menos erotizadas. Es un fenómeno que ha dado lugar a mucho debate en torno a la hipersexualización de la mujer, pero, cuando las protagonistas menores de edad, la polémica se multiplica exponencialmente.
El telón de fondo: la hipersexualización de la mujer
Los disfraces sexies en Carnaval. Las actitudes sensuales de modelos infantiles. La polémica sexualización de Millie Bobby Brown, de solo trece años. El caso de Nadia Jémez. Son ejemplos que vemos a diario de la sexualización a la que la sociedad somete a la mujer desde edades muy tempranas. Y esa sexualización es también la causa a la que aluden todos los expertos a los que hemos consultado para explicar el fenómeno de las sexygrammers menores.
«Vivimos en una sociedad altamente sexualizada. Los anuncios, el cine, la televisión y, por supuesto, las redes sociales están llenas de mensajes sexualizados porque interesan, gustan y venden. Es lo que hay, es la ley del consumo y la demanda. Pero existe una diferencia fundamental y enorme entre que un adulto (mujer u hombre) decida exponerse al mundo con una imagen sexualizada, a que lo haga un o una adolescente», nos dice Ana Saro, psicóloga infantil en el gabinete Bliss Psicología.
Coincide en la opinión Begonya Enguix, profesora de Antropología y Evolución Humana en la UOC: «El sexo ha sido y es un elemento muy utilizado en marketing, el sexo vende y el sexo todo lo compra. O al menos, eso nos dicen. A mí no me gusta la hipersexualización de la sociedad ni la creciente importancia que el cuerpo y lo visual tienen en nuestra cultura, dejando de lado otros rasgos y virtudes, emociones, modos de relacionarse, etc. Esta tendencia está afectando tanto a la propia subjetividad (cómo nos pensamos a nosotros mismos) como a la sociabilidad (cómo nos relacionamos con los demás)».
No son culpables, son víctimas
Hay una diferencia fundamental entre las sexygrammers adultas y el fenómeno adolescente (infantil, incluso, en algunos casos) del que hablamos: la edad, por supuesto. «Un adulto sabe lo que hace, sabe lo que busca y conoce las consecuencias positivas y negativas de mostrar una determinada imagen. Pero un o una adolescente está copiando algo que ve todos los días y que no por estar normalizado, es normal. Y lo está usando para encajar con sus amigos, o para sentirse admirado/a físicamente, o porque todo lo demás le va mal, o para sentirse querido/a, o porque está lanzando un grito para llamar la atención, o porque vive en el presente y no se plantea las consecuencias de nada. O, simplemente, porque no tiene ni idea de lo que está haciendo y confunde realidad con ficción», nos explica Ana Saro.
Coincide con ella Javier Urra, psicólogo clínico experto en jóvenes y Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid entre 1996 y 2001: «Algunas chicas creen que tienen que sexualizarse para conseguir afecto, para encajar. Hacen lo que ven hacer a sus amigas y a las sexygrammers adultas. Son víctimas. La moda y la conducta las obliga a hacer cosas que en realidad no quieren hacer. La mayoría son, en el fondo, profundamente infantiles». Por eso no está de acuerdo con las declaraciones del juez Calatayud (él se encontraba en el mismo plató cuando las pronunció), porque «más que comportarse como putillas, lo que buscan es afecto» a través de los likes.
Y también Begonya Enguix, que considera que «el factor de la edad empeora aún más la hipersexualización. Los valores de condensación de nuestro yo en el cuerpo, la importancia de lo que se ve y se muestra, la mirada de los otros... quedan asignados a una mujeres que ni siquiera lo son aún, pero se comportan como si lo fueran, formando así parte del ensamblaje de desigualdad y perpetuando los estereotipos de género».
El sesgo de género
El fenómeno sexygrammer es eminentemente femenino. Existen hombres (también chicos, en la versión adolescente del término), pero son tal minoría que apenas tienen relevancia en la red. Y este sesgo de género es otro de los inconvenientes que los expertos ven en el fenómeno: «Otra vez es la mujer la que se convierte en objeto para goce de la mirada ajena, situándose así en una posición que combina empoderamiento y subordinación a la vez, como se muestra desde el postfeminismo, pero que fundamentalmente la empodera a partir de lo corporal (esa mujer se convierte casi solo en cuerpo) y de convertirla en objeto, colonizado por otros», opina Begonya Enguix.
También Javier Urra ve relación entre el fenómeno de las sexygrammers y la violencia machista: «Hay muchos chicos que les piden a sus novias adolescentes que les envíen fotos desnudas, y es fácil que ellas digan que sí, entendiéndolo casi como una obligación». Una realidad muy relacionada con lo que ocurre en Instagram, cuando esa sensación de obligación se convierte en algo público, en esa búsqueda de popularidad y afecto a través de la difusión de su propia imagen erotizada.
El difícil papel de los padres
Ana Saro considera que los adultos tenemos una importante tarea para evitar la propagación del fenómeno: «Un adolescente es una persona que todavía no se ha desarrollado en su totalidad, ni física, ni emocional, ni sexual, ni social, ni cognitivamente. Y los adultos, de igual forma que cuando empezaban a gatear les hemos tapado los enchufes, ahora tenemos que seguir enseñándoles lo que es la autoestima, el autoconcepto, las consecuencias de las cosas, cómo tomar decisiones de manera crítica, a formarse opiniones propias...». ¿La clave? Mantener los canales de comunicación abiertos, aprender a utilizar las redes sociales para que ese mundo no nos sea desconocido y encontrar el equilibrio entre rigidez y permisividad.
Javier Urra coincide en la responsabilidad de los padres y en que la clave es la educación. Considera fundamental que exista una educación sexual buena desde el inicio, antes de que surja el problema. «Los padres deben preguntarse por qué no todos los chicos lo hacen, cuando Instagram está ahí para todos, qué diferencia hay en sus hijos».
Amalia Gordóvil, doctora en Psicología Clínica que ejerce en el Centre GRAT y como profesora en la UOC, se posiciona en contra del fenómeno instagrammer adolescente, pero «esto no implica que abogaría por que los padres prohibieran a sus hijas tener estas cuentas. Más bien, abogaría por el diálogo, donde, desde pequeños, eduquemos a niñas y niños en el espíritu crítico, en el cuestionar el mundo que los rodea para evitar que por inercia imiten los patrones que la sociedad les enseña como únicos y correctos. En este caso, mujeres aparentemente perfectas a fin de ser deseadas como objeto sexual».
La Comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad del Parlamento Europeo hace ya años que se preocupó por el aumento del número de cuentas en las redes sociales protagonizadas por menores en actitudes más o menos eróticas. Hemos hablado con Beatriz Becerra, eurodiputada española y miembro de la Comisión, y nos ha explicado quiénes considera ella que pueden ayudar a prevenir esta situación, porque «no debemos ver como normal que menores de edad se muestren en actitud erótica en las redes».
Por un lado están los padres, con los que «lo ideal es que sepan lo que sus hijos hacen en redes, que haya una relación de confianza en la que la privacidad que demandan los adolescentes no los aísle de sus mayores, que permita la comunicación». Pero también los colegios («cada vez es más importante educar en el entorno digital, no solo en competencias, también en no confundir la imagen con la realidad»), los gigantes de la comunicación en internet («no pueden fingir que esto no va con ellos y deben comprometerse con unos estándares éticos») y las instituciones («debemos hacer más contra los roles y los prejuicios que empujan en ocasiones a las niñas a emular unas actitudes y no otras»). Concluye con una sentencia clara, relacionada con el sesgo de género que mencionábamos: «El modelo de mujer del siglo XXI no puede ser el de la sexygrammer».
Cuáles son las consecuencias que puede acarrear ser una sexygrammer adolescente
Los términos y condiciones de Instagram son claros. De hecho, los dos primeros puntos de sus «condiciones básicas» son los siguientes:
Esto dejaría fuera de la polémica las cuentas de niñas menores de catorce años, que podrían denunciarse y ser suspendidas de forma rápida y sencilla. Pero ¿qué ocurre con las cuentas de las que hablamos en su mayoría? Sus protagonistas tienen catorce años o más y no se desnudan en sus fotos. ¿Significa esto que no existen riesgos en lo que hacen? Para Ana Saro hay muchas consecuencias que se pueden derivar de estos comportamientos:
«Aparte de las consecuencias lógicas de exponer su intimidad ante extraños, existen consecuencias psicológicas graves. Leer los comentarios que les hacen, en ocasiones crueles y agresivos, puede afectar muy negativamente a su autoestima».
«Esas imágenes que ahora le gustan van a permanecer en la red, y, más adelante, cuando ya no les gusten o incluso cuando se arrepientan de ellas, van a seguir persiguiéndolas. Pueden afectar a su futuro cuando quieran estudiar o trabajar en algo o, lo que es peor, las va a esclavizar de por vida, intentando ser el canon de belleza del momento según el criterio de los demás».
«También existen consecuencias emocionales. Desligan la sexualidad de la emoción y eso puede condicionar las relaciones que establezcan a lo largo de su vida».
Amalia Gordóvil considera que «se coloca a las niñas en una etapa evolutiva que no les corresponde y para la que no están preparadas a nivel emocional y se fomentan falsas creencias, como como que el éxito social depende sólo de la propia imagen, por lo que no se centrarán en desarrollar otras capacidades fundamentales para la vida». Además, nos habla también de los trastornos específicos que pueden llegar a desarrollar estas niñas por no poder conseguir la ansiada perfección, entre los que cita «trastornos de alimentación, ansiedad, depresión y dependencia emocional».
Qué puede hacer la ley
Hemos visto ya que Instagram no puede hacer nada para evitar este fenómeno sin cambiar sus términos y condiciones de uso. Pero ¿y la ley? ¿Se podrían cerrar estas cuentas de adolescentes erotizadas? Javier Urra nos explica el marco legal: «La ley no puede hacer nada si no ve que el menor se pone en situación de riesgo. La edad de consentimiento después de la modificación de la ley es de dieciséis años, pero hablamos de relaciones reales, no a través de redes sociales, salvo que el Ministerio Fiscal determine que se pone en riesgo, que sobrepasa la red y se va a la vida real».
Es una situación que requiere un estudio a fondo. ¿No existe riesgo para la menor al tener una cuenta de este tipo? No es difícil imaginar que, aunque entre sus seguidores cuentan con muchos adolescentes, también mucho adultos buscan estímulos en este tipo de contenidos. «Tiene que ser algo que se valore como riesgo real o incluso cibernético (ciberacoso), que afecte a su correcta maduración y personalidad. Si es algo muy lesivo, se podrían tomar las mismas medidas que con niños que, por ejemplo, están enganchados al juego y se vuelven ludópatas a través de internet».
Imágenes | Pexels y Javier Urra.
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