Soy hombre y soy feminista. En realidad casi todos los hombres que conozco son feministas: creen en la igualdad entre hombres y mujeres. Así que, ¿cómo es posible que la sociedad siga siendo machista? Mi explicación es que no sabemos que en realidad somos machistas.
Una de las cosas más inquietantes del machismo que nos rodea es que una gran parte es invisible para la mitad de la población, la parte masculina. Me parece que a estas alturas en general los hombres, excepto algunos memos, creemos en la igualdad; lo que sucede es que aún no nos damos cuenta de todo el camino que queda por recorrer.
Tengo una hija que quiere aprender alemán, así que su madre y yo la apuntamos a unas clases fuera del horario escolar. Al rellenar su ficha había que consignar el nombre y teléfono del padre y el número y teléfono de la madre. Pues bien, desde entonces a mi mujer la han llamado cuatro (4) veces desde el colegio para aclarar distintos aspectos de las clases. A mí, ninguna. Aunque mi nombre y mi móvil aparecen primero en la ficha, llaman antes a mi mujer. Porque de las cosas de los críos se ocupan las mujeres, tengo que suponer. O tienden a ocuparse.
Este es un detalle menor pero significativo de que vivimos en una sociedad machista. Ya, no es el descubrimiento del siglo, os habíais dado cuenta antes. Pero para un hombre no es tan fácil darse cuenta de que todos los días hay presentes docenas de comportamientos como este que perpetúan ese machismo, porque no los sufrimos. A mí no se me ocurre pensar que apenas recibo llamadas del colegio porque siempre llaman a mi mujer. Al descubrirlo se convierten en auténticas revelaciones para nosotros.
Yo creo que todos sabemos a estas alturas que una mujer cobra menos por el mismo trabajo que un hombre y todos somos conscientes de la violencia sobre muchas mujeres. Sale en los periódicos y en los telediarios. Los grandes temas están claros y estamos en contra. Pero la mayor parte de los hombres no concibe siquiera algunas de las cosas que las mujeres sufren a diario y que creo que acaban siendo más determinantes, porque son el síntoma de todo lo que falta por arreglar.
A mí nunca me han tocado el culo en el metro ni me han ofrecido follarme al pasar al lado de alguien. Nunca me han preguntado si pensaba quedarme embarazado en una entrevista de trabajo. No he ido por la calle de noche con las llaves en la mano por si alguien me atacaba. No he sacado fotos al taxi en el que iba por si me pasaba algo. Nadie me ha dicho nunca que fuera un golfo por vestir de una manera, o un estrecho por vestir de otra. Nadie me ha recomendado quedarme en casa fregando. Nadie me ha dicho que estoy demasiado gordo o demasiado flaco. Nadie me ha dicho que yo haya ascendido en mi trabajo porque fuera muy hábil con mi boca.
Sabemos que todo esto existe, claro que sí. Lo que nos sorprende a los hombres, cuando investigamos, es la frecuencia de esos hechos. La sorpresa llega cuando nos enteramos de que estos actos no son minoritarios o aislados, no son infrecuentes. Resulta que les pasa a las mujeres a diario. Si eres mujer, es muy posible que te pasara alguna de estas cosas ayer, o antes de ayer. Está tan normalizado que las mujeres en muchas ocasiones ni siquiera hablan de ellos. No merece la pena comentarlo; se da por supuesto que esto pasa y hay que asumirlo.
Y no. No podemos fingir que no sucede. No podemos asumirlo. Hay que combatirlo hasta que desaparezca.
Soy una persona optimista. Creo que avanzamos y lo hacemos muy rápido como sociedad. Hace tiempo las mujeres tenían que pedir permiso a su marido para trabajar o abrir una cuenta corriente en un banco y si eran solteras no podían abandonar la casa sin el consentimiento paterno. Parece que hace mil años de esto, pero en realidad fue así hasta 1981. Sí. 1981. Ayer.
Da vértigo pensar en cómo ha cambiado la sociedad. Pero también da vértigo todo lo que queda por hacer. Y hasta que no nos demos cuenta de todo lo que sucede a diario, continuamente, no estaremos de verdad en el camino para solucionarlo. Por eso creo que no sólo hay que ser feminista -creer en la igualdad de derechos-, sino pelear cada día porque la sociedad sea más justa. Ser feminista de acción y no sólo de ideas.
Hace apenas unos días, Kelly Oxford propuso, tras el vídeo machista de Donald Trump, que sus seguidoras escribieran sobre las primeras agresiones sexuales que recibieron. La respuesta ha sido abrumadora.
Me gustaría que hiciéramos un experimento parecido, inspirado en uno que leí hace un par de años. Escribid en los comentarios el último caso de machismo que habéis sufrido. El último. Y decid cuándo sucedió. Y luego, dentro de unos días, enseñad el artículo con todos esos ejemplos -estoy seguro de que serán muchos- a vuestro marido, o a vuestro novio, o a vuestro padre o a un amigo. Hacedles ver que eso pasa a diario. Que el machismo no es algo que está presente en estadísticas de salarios o en asesinatos que suceden en tal o cual lejana ciudad. Está presente en nuestra vida diaria. Hoy. Aquí. Ahora. Nos afecta a nosotros, no a desconocidos. Haced que se den cuenta de que ocurre muy cerca de ellos. Que os pasa a vosotras y a gente como vosotras.
Consigamos que sean feministas no sólo en teoría -estoy seguro de que lo son-, sino que se conviertan en feministas en la práctica. Que combatan cada día el machismo a su alrededor.
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Fotos|Unsplash.com
En Trendencias|Los siete niveles del Feminismo
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