Sin permiso, hay foto pero no educación

La actividad de los paparazzis está amparada por la Ley siempre y cuando las fotos estén tomadas en espacios públicos abiertos. Pero, ¿es educadamente correcto sacar fotos de personas con las que nos cruzamos sin pedirles permiso?. Lo hacemos muchos de nosotros. Y si no, piensa en cómo usas tu cámara fotográfica cuando vas de viaje.

Voy a ponerme como ejemplo. No he estado nunca de acuerdo con la frenética actividad de los fotógrafos que son capaces de cualquier cosa por sacar una foto de un personaje conocido. Me da lo mismo que la Ley les permita sacar fotos a su antojo sin preguntar y sin el permiso de la persona fotografiada. Para mí, es una persecución y una falta de respeto grave.

Pero viajando entendí la fuerza que mueve las ganas de tener esa foto: también haces lo imposible por sacarla. Fotografías a ese viejo pescador con la vida marcada en el rostro, los zapatos de diseño imposible de esa ridícula señora o a esos niños que juegan en la calle con un juguete que no habías visto en tu vida.

Y no preguntas: haces la foto muy motivado. No te has parado a pensar si a esa persona le importa ser fotografiada o no. Estás haciendo de paparazzi a escala de usuario particular y no te has dado ni cuenta. Ahí es donde la educación y los modales deben aflorar.

Yo entendí este derecho a la privacidad de viaje en países donde se respeta más este tipo de derecho por motivos culturales. Por ejemplo, en países de Oriente Medio no se os ocurra fotografiar a la gente sin más: estaréis haciendo el ridículo al mismo tiempo que violando una norma de respeto básico. No hablo sólo por las mujeres sino también por los niños y hombres en general. Está muy mal considerado. Si preguntáis, en más de una ocasión os negarán el permiso airados.

En Japón pasa algo parecido y eso que cuando vienen aquí no paran de fotografiar cada centímetro. Pero de monumentos y no de personas. Paseando por un mercado de productos frescos, unos turistas europeos estuvieron literalmente persiguiendo la foto de un par de dependientes de un puesto de pescado fascinante. Por más que se escondieron, no encontraron su momento de paz hasta que alguien vino a advertirles de su error. Para ellos parecía un juego: ellos se esconden, nosotros le fotografiamos sí o sí. Mis amigas y yo pasamos vergüenza ajena.

No hace falta ir muy lejos para sentirse incómodo con una cámara que no quieres que te fotografíe. El verano pasado estaba sentada en la puerta de mi casa tranquilamente leyendo cuando de pronto vi que el vecino, que estuvo fotografiando a su nieto pequeño, le dió por fotografiarme también. Como recuerdo, dijo. Me sentí muy molesta.

Si no lo haces ya, a partir de ahora piensa en preguntar a la persona a quien quieres fotografiar. Sin su permiso, no estás siendo educado ni le estás respetando. Da lo mismo si es alguien a quien conoces bien: debes preguntar si no le importa que le saques una foto. Y si se niega, no deberías ofenderte ni enfadarte: está en su derecho.

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