Cuando le digo a alguien que las amistades tienen mucho que ver con los yogures, me miran como si estuviese loca. Tampoco hay que tomárselo muy a pie de la letra. Donde digo “yogur”, dijo “un trozo de pavo”. La cuestión es que las amistades, como todo lo demás, también caducan.
Pero otras, aparecen. De la nada. Y te llenan de vida.
¿No te ha pasado nunca que de repente conoces a alguien y, un año después, sois inseparables? Es un poco incomprensible para uno mismo. Piensas: ¿cómo es posible? Conozco a Ana desde el cole y, sin embargo, Marta me está aportando más en un año que Ana en toda mi vida.
Entonces te das cuenta de que la amistad también puede terminarse. No hace falta que se acabe de una forma anunciada. No se trata de una discusión o un motivo en concreto. Qué va. Simplemente sientes que esa persona ya no te aporta tanto como antes. Que vuestros camino se han separado hace mucho tiempo y que, a pesar de todo, seguíais ahí, intentándolo. Por cariño. Por aprecio. Por recuerdos en común. Por las noches de confesiones debajo de la manta.
Pero un día se acaba. Y no hay vuelta atrás. De repente empiezas a notar que tu amiga ya no te entiende. Que, a pesar de haber crecido juntas, no opináis lo mismo. Que a ella le interesan unas cosas y a ti, otras. Que, con cada año, hay menos historias que os unen… Y entonces sucede. Miras a tu amiga y piensas: “Te quiero tanto... pero eres una extraña para mí”. Entonces es cuando tomas la decisión (a veces de una forma inconsciente): se acabó.
Es normal que te sientas triste. “Madurar es aprender a despedirse”, dicen. Duele, pero ayuda a tener un paso más ligero.
Las personas avanzamos. Todas, sin excepción. Poca gente tiene las mismas aspiraciones y objetivos que hace unos años. Pocas personas conservan los sueños de cuando tenían catorce años (y menos mal). Los mejores amigos del colegio tienen nuevos proyectos (y tú no formas parte de ellos), los de la universidad ahora tienen familias (y tú no eres parte de ella), las amistades que nacieron en un momento puntual de la vida cambiaron de vida y tú también cambiaste la tuya (no me digas que no). Y lo más lógico es que estas amistades también cambien.
Seguir teniendo amigos por costumbre puede ser igual o incluso más tóxico que seguir con una pareja por pereza. Una persona que ya no te suma suele restarte. Y a veces más vale ponerle fin a una amistad y quedarse con buenos recuerdos que seguir alargándolo por miedo, pena o por sentirte en deuda. Ninguna relación es sana si no hay deseo de estar juntos. La de amistad no es una excepción. Puede que elijas comer un yogur agrio o un trozo de pavo con un ligero olor desagradable, pero no disfrutas igual.
Por suerte hay amistades para siempre, como hay amor para toda la vida. Son una bonita y placentera excepción, son un trozo de pavo envasado al vacío. Al vacío muy lleno de cariño.
Si tienes esa gran suerte, cuídalos mucho.
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