Estuve un año viviendo con un chico y a todo el mundo le decía que era mi amigo. La gente sabía que por supuesto éramos algo más que amigos, pero nunca se nos ocurrió llamarnos «novios». Siempre decíamos de broma que era porque aún no nos habíamos pedido salir. Desde que dejamos de ser lo que fuésemos, mi abuela siempre me sigue preguntando si ya tengo amigo nuevo. Conocidos muchos, le digo. De repente, se crea un silencio tendencioso, opaco y aterciopelado entre las dos. Un silencio de mierda, vaya.
Nunca he sabido cuál es el momento exacto y el motivo concreto que desencadena que una persona necesite pasar de amigo especial a novio formal más allá de actualizar tu situación sentimental en Facebook. A mí estos estados sentimentales públicos me recuerdan a mi época de Messenger en la que me ponía un «No disponible» para hacerme la interesante mientras miraba fijamente su nick por si yo qué sé.
¿Nos etiquetamos para nuestra seguridad o por la intranquilidad del resto?
Hay gente que tiene una facilidad asombrosa para digievolucionar a novios. Se conocen el sábado y el lunes ya suben una foto a Instagram con cuarenta y tres hashtags (ítems, etiquetas, cómo más os guste) que definen su amor. #Tequi #novios #relación #sintinopuedovivir #tk #parejitabonita #amorinfinito y un largo etcétera que sería incapaz de reproducir sin tomarme un combinado de Almax y Trankimazin. Yo, entre mis múltiples taras inéditas, tengo la de no saber gestionar las transiciones. Y no, no hablo de las del Power Point (en esas soy cinturón negro ¿y para qué? Para nada, ya me lo digo yo). No me siento cómoda cambiando de tercio o empezando el segundo tiempo. Suelo alargar hasta el infinito la etapa de transición entre el no-sé-si-solo-somos-amigos y la de no-sé-si-somos- ya-novios. Y ya no sé si es por miedo a dejar atrás cosas, pánico al cambio o terror por no saber qué contestar cuando me vuelva a preguntar mi abuela. Me imagino diciéndole que soy bisexual, poliamorosa y freelance y me entra la risa nerviosa y una gota de sudor frío me empieza a recorrer la espalda. Me imagino explicándole que este domingo vendrá a comer mi amigovio para celebrar que ya no somos follamigos, que lo nuestro ya va en serio, que a veces se queda a desayunar y todo. Me imagino contándole que él arromántico y yo un poco flexisexual.
Pero conozco a mi abuela y sé que la única pregunta que nos hará es «¿os hago un huevo frito por si os quedáis con hambre?». Entonces mi lo-que-sea dirá que es un antiguo flexitariano convertido al crudiveganismo y por ahí sí que no.
En Trendencias | ¿Por qué nos cuesta tanto decir “te quiero” si es gratis?
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