«Te quiero». Eran ocho caracteres en una pantalla en blanco y no hacía falta nada más. Aquello que teníamos entre manos no era lo de Helena y Paris, ni lo de Romeo y Julieta. No era lo que sintió Anne Karenina, ni en el Cuaderno de Noah, ni en la Princesa Prometida. Era raro, era nuestro, era amor.
Recuerdo a mi madre diciendo "vaya noviazgos más raros" al verme enganchado al ordenador. O aquel "Yo no sería capaz de sentir eso". Y reconozco que tardé mucho tiempo en darme cuenta que lo que nosotros veíamos normal, resultaba casi revolucionario. Así aprendimos a querer a través de las redes sociales, así es el "amor millenial".
"Yo no sería capaz de sentir eso" es una frase que aún resuena en mi memoria. Para mucha gente, durante años, esas relaciones que se habían desarrollado dentro y fuera de las redes sociales eran un amor de baja calidad: lo que el surimi a la carne de cangrejo. Pero como veremos, estaban equivocados.
La ciencia está explicando cómo los millenials han aprendido a conectar en un mundo lleno de apps y redes sociales. Pero para entender cómo lo han hecho, tenemos que fijarnos en la imagen completa: es la historia de cómo el amor romántico dejó de importarnos.
La larga muerte del amor romántico
Durante la segunda mitad del siglo XX, el ‘amor romántico’ empezó a dejar de ser el "modelo" de las relaciones de pareja. Los sociólogos empezaron a hablar del "amor como intimidad". La idea de este tipo de amor es la idea de que las relaciones nacen, cambian y se mantienen por la satisfacción mutua. Por ello, en cuanto esta desaparece, la relación se puede acabar.
Estamos viendo cómo el ‘amor romántico’ deja de ser el "modelo" de las relaciones de pareja
Aunque puede no parecerlo, esto es una innovación radical con respecto al 'amor romántico'. El "amor como romance" empezó a ganar fuerza en los siglos XVIII y XIX frente a las ideas premodernas del amor, las que justificaban cosas como los matrimonios por conveniencia.
El amor romántico se basa en la idea de que uno se completa con el otro; es la forma por la que los "individuos imperfectos y dañados" acaba por repararse y perfeccionarse. El amor romántico, en su formulación tradicional, no tiene nada que ver con el romance apasionado, tiene que ver con el destino.
Por eso las películas románticas acaban tras el "gran beso": para los románticos, una vez que hemos encontrado a la persona que nos completa, la historia ha terminado. El amor es (y será) para siempre.
Intimidad, cercanía y emoción: las claves del amor posromántico
Y sin embargo está en crisis, porque el amor romántico es profundamente desigual (incluso, homofóbico). No puede ser de otra forma: si nuestra idea del amor se basa en la idea de "completar", de "recibir algo que uno no tiene", los amantes no pueden ser iguales. De ninguna manera. Eso ocurre, por primera vez en el "amor como intimidad", en el amor confluyente.
Intimidad, cercanía y emoción, esas son, según Giddens, las características del amor posromántico. Una idea de amor que, aunque viene de largo, empieza a ser mayoritaria, por primera vez, en las relaciones de una generación millenial hiperconectada.
Una revolución que se lucha en cada relación
Las relaciones igualitarias son, ya por último, "un signo claro de la democratización de la esfera privada y la vida familiar”. Desde los grandes procesos de democratización de las sociedades modernas, han convivido una esfera pública igualitaria con una esfera privada profundamente autoritaria.
Las grandes revoluciones de la historia eran profundamente machistas
Ahora que celebramos los 50 años de mayo del 68 y los movimientos norteamericanos contra la Guerra de Vietnam, no está de más recordar que aquellos movimientos que querían cambiar el mundo eran, también, profundamente machistas.
Como decía Giddens, "desde el punto de vista del orden social y del deber, el amor es peligroso". Por eso, "en la mayor parte de las culturas ha sido considerado como subversivo". Y por eso, "lo personal es político": las relaciones igualitarias, la homosexualidad y el enorme conjunto de prácticas íntimas que están ganando fuerza en las últimas décadas amenazan, directamente, el orden social tradicional. Esa es la guerra en la que vivimos ahora.
¿Saben amar los millenials?
Y, sin embargo, amar de una forma nueva es un lío. Las canciones, las películas y la literatura (las herramientas dedicadas a "ampliar la imaginación moral de la gente") no nos preparan para amar de esa manera nueva. Nuestros mayores no lo entienden, nuestras amigas no tienen recetas mágicas.
Por ejemplo, supone admitir que nunca nos libraremos de la mochila emocional. Nunca podremos empezar de nuevo. Como decía Noel Ceballos, el protagonista de Love no puede deshacerse de su caja de blurays porque uno no puede librarse de las relaciones pasadas: ya no cabe esperar a nuestra “media naranja”, a alguien que nos complete y que haga borrón y cuenta nueva.
Vivimos nuestras relaciones a través de likes, whatsapps y fotos de instagram
También supone comunicarnos de otra forma. Las nuevas tecnologías son nuevas para todos menos para los millenials: vivimos nuestra vida a través de likes, whatsapps y fotos de instagram; y nuestras relaciones también. Frente a la visión habitual nos dice que las relaciones piden presencia, tacto, voz al menos: el amor millenial está aprendiendo a sobrevivir en la distancia.
De hecho, un reciente estudio nos ha dado ciertas claves sobre cómo se puede querer a alguien a pesar de los innumerables malentendidos de las redes sociales. Ohadi, Brown, Trub y Rosenthal (2018) descubrieron que las nuevas tecnologías estaban haciendo que "nuestro tipo" ya no sólo consistiera en gente alta, morena o de ojos azules. Cada uno de nosotros tenemos "tipos" según escriben por internet.
Los investigadores averiguaron que la similitud en la forma de comunicarse por chat hacía que la satisfacción fuera mayor. Es decir, tendemos a buscar personas que 'escriben' igual que nosotros porque eso elimina una parte importante de los malentendidos, las incomprensiones y los problemas. Las nuevas tecnologías reconfiguran la idea que teníamos sobre "el príncipe azul".
Por eso, frente a una generación que tiene menos sexo (y menos parejas) que sus hermanos mayores y que sus padres, la pregunta que surge es "¿Saben relacionarse los millenials?": es más, "¿Saben siquiera amar?". Pero, como vemos, está mal formulada. Estudios como los de Ohadi, Brown, Trub y Rosenthal lo que nos dicen es que el mundo ha cambiado tanto que los millenials estamos locos por amar, pero estamos aprendiendo a hacerlo en un mundo nuevo.