Tinder supuso toda una revolución en el mundo de las citas desde su nacimiento en 2012 y su popularización en España allá por 2014, aproximadamente. Tengo amigas que no se pueden creer que, hace apenas cinco años, ni siquiera hubieran oído hablar de una app que ahora se ha convertido en imprescindible en su forma de ligar. Otras, por el contrario, vivieron el auge de Tinder y han ido dejándolo por diferentes causas.
Hace unos meses, en una conversación con un amigo, le conté los motivos por los que yo abandoné Tinder, después de unas pocas semanas de uso. Resumiendo, que no estaba dispuesta a aguantar un montón de conversaciones que empezaban con un «hola, guapa, ¿quieres follar?» con la esperanza de que, en medio de la jungla, apareciera alguien aceptable.
Pasó el tiempo y, hace unas semanas, de nuevo con el tema Tinder sobre la mesa, mi amigo me contó que se había desinstalado la app, después de algo menos de un año de uso. Y sus razones para hacerlo le recordaron a lo que yo le había contado. Hablamos con él para que nos explique por qué, como hombre y como feminista, acabó sintiéndose mal en Tinder.
Cuando Tinder me parecía una buena idea
Luis (nombre simulado) tiene 36 años. Está divorciado desde hace cuatro y se instaló Tinder hace más o menos un año, porque le pareció una buena alternativa para conocer a alguien: «Acababa de salir de una relación de un año, en mi trabajo apenas tengo oportunidad de conocer a mujeres y todos mis amigos hablaban maravillas de las posibilidades de Tinder, así que me metí en ello sin planteármelo demasiado».
¿Qué buscaba en la app de citas por excelencia? «Ni casarme ni un polvo rápido. Algo intermedio, que supuse que sería lo que más gente buscaba allí, aunque ya no lo tengo tan claro. La mayoría de mis amigos chicos hablaban (y hablan) de Tinder como el lugar perfecto para conseguir sexo sin currárselo nada, pero a mí me interesaba más la opción de conocer a alguien con quien salir a tomar algo, ver si conectábamos y dejar que la cosa fluyera».
Reconoce que al principio fue todo bien. Consiguió bastantes likes y habló con diferentes mujeres. Me cuenta que pasó unas semanas así, chateando con chicas que le parecieron interesantes, hasta que con una conectó especialmente y decidieron quedar. Y ahí empezaron a complicarse las cosas.
Una cita muy reveladora
«Lo primero que me sorprendió fue que me propusiera directamente quedar en su casa. Habíamos hablado mucho en las semanas anteriores, pero ni siquiera nos habíamos visto en persona y me pareció incómoda esa opción. Mis amigos se rieron bastante de esa oportunidad perdida, pero sinceramente... si solo hubiera querido sexo, se me ocurren formas más rápidas y fáciles de conseguirlo que pasar semanas hablando con alguien a través de una app».
Finalmente, fueron a tomar unas cervezas, siguieron charlando y Luis se alegró al comprobar que también conectaban en persona. Hasta que, en mitad de la velada, ella le propuso de nuevo ir a su casa. «Podría parecer el broche de oro a la tarde, pero sentí que, en cierto modo, lo preguntaba obligada. Ni siquiera nos habíamos besado, no había pasado nada más allá de una conversación agradable entre cañas... Así que se lo pregunté directamente. Y la respuesta fue el principio del fin de mi relación con Tinder».
Porque ella le respondió que sí, que sentía que una cita Tinder solo podía acabar en sexo. Que así lo habían hecho todas las que había tenido. «Y entonces me dijo la frase que hizo que me replanteara muchas cosas: que ningún tío se pasa semanas hablando contigo si no va a conseguir eso a cambio».
Un momento... ¿¿qué??
¿Un caso aislado?
Aquella primera cita acabó con la promesa de una segunda y otra frase para la posteridad. «Se despidió de mí dándome las gracias 'por no haberla presionado'. Se me cayó el alma a los pies al ver que una mujer de casi 40 años, profesora universitaria, divorciada y con un hijo, podía sentirse presionada a tener sexo por el simple hecho de que alguien le había dado conversación».
En los siguientes días, su mente conectó con un comentario que le había hecho una de aquellas chicas con las que había estado hablando. «Me había dicho, literalmente, que yo era el único tío con el que había hablado en Tinder que no le había propuesto sexo en la primera conversación. Y empecé a preguntarme cuánta mierda estabais aguantando las mujeres en Tinder».
Fue entonces cuando habló conmigo y le conté que mi detonante para abandonar la app había sido cuando, en un mismo día, dos hombres diferentes me habían ofrecido dinero a cambio de sexo. Les preguntó a las chicas con las que aún mantenía contacto si a ellas alguna vez les había pasado y cinco de seis respondieron: «¡Pues claro!».
La normalización de lo que no es normal
Así llama Luis a lo que sintió en sus últimas semanas en Tinder. «Estudié Sociología, aunque ahora me dedique a algo diferente, y quizá eso influyó en analizar las cosas que veía de una manera que tal vez a otras personas no se les pase por la cabeza. O peor aún: a lo mejor es que las mujeres estáis ya acostumbradas a que la mayoría de los hombres se comporten como cerdos al ligar... y los hombres a comportarnos así».
Ninguna de sus relaciones Tinder llegó a fructificar fuera de la app, aunque reconoce que fue porque conoció a alguien por el método tradicional y «cuando esa breve relación se acabó, no me apeteció nada volver a Tinder». ¿Por qué? «Sinceramente, lo reintenté y tenía demasiado presentes los prejuicios que ya me había creado sobre la app. La primera chica con la que hablé en ese segundo intento tardó menos de cinco minutos en decirme que era yo era el primero con el que hablaba ese día que no había ido al grano y acabé perdiendo todo el interés en formar parte de eso».
¿Culpa de Tinder?
Luis tiene clara una cosa: la culpa no la tiene Tinder, ni ninguna otra app de ligar, sino el machismo, todavía muy presente en la forma de interactuar en el ámbito amoroso / sexual: «Es como si fuera el último bastión del machismo. Tengo amigos que no dudan en estar a favor de la igualdad salarial, el reparto equitativo de tareas domésticas y que incluso van a manifestaciones feministas... pero se comportan como unos cerdos a la hora de ligar. En Tinder y en una discoteca a las cinco de la mañana».
Responsabiliza a los hombres, pero también se enfada con la aceptación que vio en muchas mujeres: «Casi todas las chicas con las que hablé eran profesionales, mujeres con un nivel cultural alto, algunas de ellas incluso con mensajes muy girl power en su presentación de Tinder. Y sin embargo, se resignaban a que cada día algún tío les entrara de malos modos, les enviara foto-penes no solicitadas o las insultara si los ignoraban. Me decían que se limitaban a pasar de ellos y ya. La culpa es de quienes lo hacen, por supuesto, pero me preocupaba no verlas más enfadadas».
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