Los millennials y la generación Z nos hemos cansado de que se use para llamarnos vagos y te cuento por qué
Te hablamos de ella como una tendencia nacida de la desmotivación en el trabajo. Como un grito de socorro de la generación Z, que está harta de las malas condiciones laborales pero necesitan el trabajo. Pero han pasado varios meses y con el poso de toda esa información bien asentado, nos hemos dado cuenta de algo: es un término más que se han inventado para blanquear una situación laboral que hemos pasado por alto durante demasiado tiempo.
La cultura del esfuerzo ha demostrado a millennials y zetas que no funciona, de la misma manera que blanquear la precariedad laboral con términos como el coliving. Y este concepto de renuncia silenciosa viene a hacer lo mismo, marcar a quien hace bien su trabajo y se compromete en su jornada laboral como un vago.
La verdad detrás de la renuncia silenciosa
El “quiet quitting” o renuncia silenciosa es, según el Foro Económico Mundial, hacer lo mínimo posible para mantener el puesto de trabajo. Aunque ya entramos en disputa solo con esta definición, porque en realidad la renuncia silencia es hacer aquello por lo que te pagan. Hacer bien tu trabajo, en tus horas de trabajo y sin necesidad de hacer horas extras o comprometerte más. Es trabajar para cobrar.
Hasta Marie Kondo tiene algo que decir al respecto sobre el quiet quitting y afirma que esta práctica, lejos de ser una práctica de vagos o servir para sabotear a las empresas, aboga por tratar de ”establecer límites razonables para evitar el agotamiento y priorizar el bienestar”. Pero poniéndole el nombre de renuncia silenciosa lo que hacemos es distanciarlo de la normalidad y conseguir el efecto contrario, que se juzgue a quien trabaja por el dinero que le pagan.
La renuncia silenciosa no es activismo. Es poner límites. Es cuidarnos y es renunciar de una vez por todas a pensar que vamos a “heredar la empresa”. Es replantearnos la relación que mantenemos con el trabajo. Es cuidar de nuestra salud mental. No es renunciar a nada. No renuncio, solo trabajo por lo que me pagan. Pero al hablar de “renuncia silenciosa” ponemos el foco y la culpa en aquellos que deciden hacer aquello por lo que le pagan.
La normalidad no debería ser trabajar más para conseguir algo porque ya se ha demostrado que la meritocracia no existe y la cultura del esfuerzo es una utopía que favorece a aquellos que nacen más favorecidos.
La renuncia silenciosa viene con una connotación negativa. Renunciar, según la RAE, es “Hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene, o se puede tener” y el problema está en ese “tiene”. No “tenemos” que hacer más de lo que se corresponde con nuestro trabajo.
Pero toda la sociedad, como bien reflexionaba la influencer Aretha Fuste, nos premia si somos autoexigentes en todo, no solo en el trabajo. Nos da miedo no estar a la altura, tenemos dismorfia de productividad y sufrimos productivitis sin darnos cuenta.
Nos han hecho creer que tenemos que hacerlo prometiéndonos promociones, ascensos y ventajas que nunca llegan. Y ahora, al marcar límites saludables para evitar el burnout y alejarnos de la cultura laboral tóxica del overworking, llegan los dramas y se buscan culpables. Y como no, es culpa de los trabajadores.
El miedo de las empresas a la renuncia silenciosa
Trabajamos para ganar dinero y si en el proceso, nos divertimos haciendo lo que nos gusta o sentimos que estamos en el trabajo de nuestros sueños, genial, pero un exceso de compromiso no remunerado no debería ser lo normal, sino lo extraordinario. No debería ser la norma, especialmente cuando en la empresa en la que trabajamos no nos pagan como deberían y ni siquiera tenemos un salario emocional.
Tal y como explican nuestros compañeros de Genbeta, los jefes saben que los trabajadores necesitan mejores condiciones de trabajo, para evitar la fuga de talentos y sobre todo, para recuperar el compromiso perdido. De hecho Adam Grant, psicólogo organizacional de Wharton, afirma en su libro “Piénsalo otra vez”, que en este surgimiento laboral los trabajadores “entienden el valor de su tiempo y ya no están dispuestos a intercambiarlo solo por un salario”.
Y eso a las empresas les da miedo, mucho miedo, porque la renuncia silenciosa ya es considerada como un problema económico mundial. ¿Será que llevamos demasiado tiempo trabajando de más?
Las empresas aún usan términos como “familia”, y lo creamos o no, esto afecta a los trabajadores. Según el psicólogo organizacional y experto en trabajo en equipo David Burkus, una empresa no es una familia y al tratarla de esta forma pasan tres cosas: se borran los límites entre la vida profesional y personal, se suele abusar de los colaboradores comprometidos y aquellos que se van, son etiquetados como traidores. Ahora, con la mal llamada renuncia silenciosa, nos hemos cansado.
Susan David, psicóloga de Harvard, decía en su libro “Agilidad emocional” que es perfectamente razonable que los trabajadores actuales busquen un mayor equilibrio entre su desarrollo personal y profesional.
Pero si afirmamos que están practicando la renuncia silenciosa por querer unas condiciones de trabajo justas, no conseguimos un equilibrio, sino que señalarlos con la letra escarlata para que todos piensen que no tienen aspiraciones de ascender, de progresar en su trabajo o simplemente, que son unos vagos.
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