Debo reconocer que siento especial debilidad por Zac Posen, el que fuera bautizado un día cómo gran promesa de la moda, el niño precoz, el chico que junto a Olivier Thyeskens o más recientemente Esteban Cortázar, forma parte de esa exclusiva generación de menores de treinta años que se ha hecho con las riendas de la industria.
Con tan solo veintidós años el mundo de la moda ya tenía los ojos clavados en él, presentaba la primera colección bajo su nombre en su ciudad natal, Nueva York, y aunque ya había vestido a celebrities como Naomi Campbell o Milla Jojovich, se abría ante él un suculento futuro que hasta el momento, parece haber aprovechado muy bien.
No ha hecho demasiado ruido, ni demasiado daño, Posen, diseñador fetiche en toda red carpet que se precie, no es un Marc Jacobs cualquiera, tine hambre de éxito, pero se la dosifica con astucia más que con ímpetu; es un excelente modisto, tiene una probada sensibilidad artística, cuida muchísimo cada detalle y es un as en el oficio de la confección.
Lo que más me gusta y mejor sabe hacer, son los trajes de noche, elabora unos gowns maravillosos, absolutamente heterogéneos y distintos, de inspiración victoriana, románticos, de corte clásico, con tintes de la antigua Grecia y de la Roma de los emperadores; de sirena, desestructurados, en evasé..es aquí dónde se nota que se ha curtido en los pasillos del museo Metropolitan: sus vestidos destilan puro arte.
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