No sé que sería del mundo de la moda sin la genialidad de Lanvin. Lo idolatro, no puedo evitarlo. Es el único hasta el momento que ha entendido la esencia de las colecciones resort y le ha dado el punto cómico que pide a gritos. No digo que no haya habido excelentes colecciones hasta ahora, que las ha habido. Véase Balenciaga, véase Dior. Pero muchos interpretan a raja tabla el espíritu vacacional implícito y otros simplemente ejecutan a su manera y pasan del trasfondo semi estival. Lanvin además, se divierte con la situación. Y es que no basta con incorporar bañadores y pareos para hacer de una serie de propuestas un (buen) resort.
Con Lanvin, Hawai se encuentra con los Hamptons. Y las bailarinas de hula hula, se convierten en Jean Harlow. Unas vacaciones en el mar al estilo tropical a bordo de un crucero de pudientes americanos que se pueden permitir viajes de entretiempo. Ese es el espíritu del resort del maestro Elbaz.
Estamos ante unas vacaciones de fantasía y lujo, colores vivos y ácidos como el amarillo chillón y el fúscia, siluetas sirena, topos, adornos exagerados y camisetas de algodón pintadas a mano que combinan con faldas de seda (¡fantástico!): bienvenidos al paraíso del glamour burlesco.
Se nota cierto aire francés y bohemio en las propuestas, hay algo de Gauguin y su inspiración Polinesia. Todo, pasado por el tamiz del casual wear. Una combinación tan exótica como pefecta.
Los complementos, collares (de falsas perlas y flores de plástico), zapatos, bolsos y tocados, son la guinda de una colección estimulante y muy isleña. Un diez para Lanvin y su extravagante picaresca.
Vía | WWD
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