A primera vista nunca hubiera dicho que se trataba de él, pero tras una primera y segunda inspección ocular, se nota, se siente: John Galliano está presente. Las plataformas que rozan el transformismo mezcladas con leggins y faldas de exagerados pero precisos volúmenes y los estampados casi milagrosos sólo han podido ser ideados por él.
Excentricidad glamurosa. ¿Quién más lo sabe y puede hacer así? Nadie. Solamente alguien que está a la altura de hacerse cargo de la casa Dior y hacerla más grande, fuerte y libre y además hacer colecciones casi igualmente sublimes bajo su propio nombre, y supremas sí, porque juega con ventaja, porque puede hacer lo que le dé la gana, porque se le acusa de excesivamente teatrero y de no tener los pies en la tierra, pero es lo que tienen los grandes, se pasan con el botox y el divismo se apodera de ellos sin medida ni piedad: abandonan este mundo.
Pero Galliano es el único capaz de crear el espectáculo más grande del mundo, pasa de torero a punk, de actriz de cabaret a caballero de la corte, y su aparatosidad y sus múltiples desdoblamientos de personalidad no son en balde: todo eso que rodea a sus desfiles no es atrezzo, es parte de su mensaje y de su esencia.
John no es un modisto pluscuamperfecto, es un ilusionista.
Con esta colección resort de la que apenas nos llegan unos cuantos looks que nos dan apenas para saboreralo, el maestro gibraltareño recrea la caricatura de un it girl reinventada; un cruce entre las hermanas Olses y Dita Von Teese,
el chic vacuo de la tendencia por la tendencia se encuentra de frente el glamour de la época dorada de Hollywood.
Via | WWD