Era 20 de noviembre de 1961 y Jacqueline Bouvier Kennedy, hija de un corredor de bolsa de ascendencia francesa y nieta de prestigioso banquero, era invetida primera dama de Estados Unidos, la más joven de la historia, ajena a que la desgracia la acechaba y que su vida iba dar un giro de 180 grados tan sólo dos años después. Y es que ese breve periodo como inquilina de la Casa Blanca fue suficiente para que su tesón, estilo, y extravagancia no pasaran desapercibidos para nadie: eran otros tiempos, y ella captó la atención de un mundo en plena transición
Michelle LaVaughn Robinson Obama no es obsesiva, consentida, codiciosa de más, ni testaruda, no es fría, ni está amargada. Nacida en el seno de una familia de clase media baja de Chicago, su brillante inteligencia la llevó a licenciarse en derecho en una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, y de ahí a los mejores despachos de abogados del país, donde conoció a el que sería su futuro marido y primer presidente de color de EE.UU: Barack Obama.
Cuarenta y ocho años y un mar de cambios separan a estas dos mujeres, pero paradójicamente, y aunque la distancia entre ellas es infinita, el mundo se ha empeñado en buscarles un punto en común llamado estilo.
Jackie.O es un icono que ha perdurado en el tiempo y que sigue marcando tendencia, sobre todo, entre mujeres de relevancia política como Carla Bruni, a la que antes de que Michelle acaparara toda la atención internacional ya se había nombrado como su digna sucesora por su gusto por los impecables trajes de chaqueta, sus enormes gafas negras, sus tocados, y su buen hacer para las relaciones públicas, las fiestas, y el poder. Su diseñador de cabecera se llamaba Oleg Cassini y su matrimonio con Onassis la hizo perder la cabeza por el exceso.
Michelle es una mujer mucho más normal, real, y con una planta y un estilo que a mi entender dista mucho de la impostada exquisitez de Jackie, cuyo papel como mujer del presidente se ciñió a dar de qué hablar, y lo sabía hacer muy bien, pero que casa con el prototipo de mujer trabajadora americana y sobre todo, con el de mujer actual y nada pretenciosa.
Ella es altísima, corpulenta, y bastante clásica, muchos desearíamos que acortara un poco el largo de su falda, y tirara menos de brocados, y colores rancios, pero tiempo al tiempo, que acaba de llegar.
Hubiera sido facilísimo tirar de Oscar de la Renta o Carolina Herrera como las señoronas del Upper East Side, o de Yves Saint Laurent y Dior, como las snobs que se mueren por todo lo europeo, pero Michelle apuesta por los jóvenes valores de la industria de la moda, y lo que es más significativo, de corte multicultural, como Thakoon, del que ya os hablé hace un tiempo, o Jason Wu.
Así como es incondicional de la firma formada por dos jóvenes creadores afincados en la Gran Manzana, J.Crew, cuyos vivos colores le sientan fenomenal.
O adicta a Narciso Rodriguez, ex-director creativo de la firma española Loewe, y todo lo cerca que me parece que va a estar Michelle del acento español…
Aunque tampoco le hace ascos a marcas internacionales como Moschino.
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