La Gala (González) del MET

Gloria Swanson, la actriz de cine mudo que trabajó durante más de cuatro décadas, tenía un sueldo en los años veinte de 900.000 dólares. Gastaba a manos llenas. Se gastaba 6.000 dólares al año en perfumes, 25.000 en vestidos y 9.000 en zapatos. La Paramount la trataba como una diosa y ella se comportaba como una estrella desde que se levantaba por la mañana hasta que se acostaba por la noche. Al público que acudía a ver sus películas les gustaba ser espectador de su vida de diosa del celuloide y anhelaban tener su estilo de vida.

Las estrellas de cine de la época eran conscientes de lo volátil que eran sus carreras y cualquier desliz podía acabar con ellas de la noche a la mañana. Vivían deprisa y disfrutaban de todos los placeres de la vida al máximo, con la espada de Damocles de que podía llegar el día en el que se levantaran de la cama y fueran unos desconocidos para el gran público. La propia Swanson interpretó ese papel en El crepúsculo de los dioses, la historia de una antigua estrella de cine anclada en épocas pasadas.

Aquellas estrellas tenían personalidad, inspiraban a directores, guionistas e incluso al público que acudía en masa a ver sus películas. Quien más y quien menos tenía una leyenda negra a sus espaldas y una vida sentimental ajetreada real o inventada por el estudio de turno que era quien pagaba, y quien ocultaba aspectos de sus vidas que el gran público no aprobaría. Se inventaron matrimonios, noviazgos, paternidades, se falsificaron partidas de nacimiento…

Anteanoche el desconocido diseñador americano Charles James resucitó en Nueva York de la mano de la todopoderosa Anna Wintour. Parece ser que la señora Wintour se ha propuesto poner en su sitio al couturier, en un museo.

En la gala había cantantes, diseñadores, supuestos iconos de moda, modelos, actores y actrices, productores de cine y música y todos los que mueven el cotarro de la moda en este siglo.

No había ni rastro del homenajeado en la indumentaria que las famosas arrastraban con mas o menos “estilo” en la alfombra roja de la Gala. Lo que si había a puñados eran cumplimientos de contrato por parte de las modelos y las actrices a sus pagadores. Casi todas las que han acudido lo han hecho para cumplir con sus contratos con las firmas que redondean sus abultadas cuentas corrientes.

Dicen por ahí que casi todas han obviado el dress code de la Gala, como si le importara a alguien. Nadie va a decirle, por ejemplo, a Rihanna, lo que tiene que ponerse (excepto su manager, su estilista-lista, sus abogados y su tarotista) cuando ella sabe de sobra que se ponga lo que se ponga va a acaparar la atención de miles de revistas de todo el planeta que es de lo que se trata. El poder es suyo y no de las marcas que le llenan la hucha, por eso se matan por vestirlas.

No es su personalidad la que ha encumbrado a estas actuales estrellas al Olimpo de la fama mundial sino su físico de percha perfecta y la belleza que encaja con las marcas que las han convertido en lo que son. Las antiguas estrellas eran deseadas por el público no sólo por su físico sino por su personalidad, su carácter y su estilo de vida, el público deseaba ser como ellas y vivir igual. La diferencia es que aquellas estrellas hacían soñar fuera y dentro de las pantallas y las actuales están deseando tener una vida vulgar en la que el chándal y las zapatillas de deporte son su uniforme, ellas desean tener la vida del público que las idolatra.

Fotos | Gtres

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