¿Cuántas veces has podido contemplar Las meninas en lo que llevas de vida? Se trata de algo verdaderamente incalculable y, aún así, es probable que todavía te queden detalles por descubrir de la icónica obra de Velázquez. Esta composición compleja y arriesgada con la que el pintor consiguió transmitir la sensación de realidad y vida en palacio, muestra cómo la infanta y los servidores interrumpen lo que hacen ante la aparición de los reyes. Sin embargo, menos conocido popularmente es la historia que oculta la vasija que se le ofrece a la Infanta Margarita. Y no, no está relacionada con ningún brebaje o perfume.
La cita de Góngora en una de sus letrillas: "niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro", y la de Lope de Vega en La Dorotea: “¿Qué traes en esa bolsita?… Unos pedazos de búcaro que come mi señora; bien los puedes comer, que tienen ámbar” son referencias abiertas a la bucarofagia, un hábito que se puso de moda entre las damas de la corte del siglo XVII y que consistía en ingerir barro cocido. Sí, has leído bien. Lo hacían rompiendo búcaros en pequeños pedazos o triturándolos en polvo.
La tuitera Mercedes M rescataba esta historia hace unos días en un hilo de la red social ante el asombro de miles de personas que la compartían sorprendidos. "Las cerámicas de Tonalá llegaban a la corte española procedentes del Nuevo Reino de Galicia, dentro del Virreinato de Nueva España. De color rojo brillante, modeladas en formas casi imposibles, fueron uno de los objetos de lujo más demandados por excitar varios sentidos", explicaba.
Así ha quedado documentado por los historiadores, que han encontrado documentación sobre el consumo de barro en otros países desde el siglo X y que creen que llegó a España a través de los moriscos. No obstante, aunque comer arcilla como práctica medicinal había existido desde antaño, la ingesta de búcaros era algo peculiar.
Estos búcaros se fabricaban con una arcilla que al cocerse daba forma a pequeñas vasijas que impregnaban el agua de un agradable olor. Además, su superficie bruñida era gustosa al tacto y su sonido particular. Por ello, antes de comérselos, muchas los usaban como perfumeros.
Lo habitual era que se consumiera una jarrita al día, de pequeño tamaño, como la que figura en la obra maestra de Velázquez. A la arcilla con la que estaban elaborados se le atribuían propiedades contraceptivas debido a que la obstrucción intestinal que provocaban hacía disminuir o desaparecer la menstruación.
Aunque tal era el desconocimiento en la época que se utilizó también por los motivos contrarios. Se pensaba que al disminuir la menstruación, se alargaba la ventana fértil de la mujer. SEs conocido que María Luisa de Orleans la probó para aumentar su fertilidad en un intento de quedarse embarazada de Carlos II "El Hechizado", una alteración genética que lo dejó sin descendencia.
Además, provocaban clorosis, una disminución del hierro de los glóbulos rojos de la sangre, provocando una intensa palidez que era el prototipo de belleza en el Siglo de Oro en España. Tampoco ayudaban los efectos alucinógenos y narcóticos que los componentes de las vasijas provocaban, con la consiguiente dependencia como si de una droga se tratara. Y es que todo debía a un envenenamiento continuado con plomo, arsénico y otros metales presentes en arcillas y pinturas. Así que en el siglo XIX esta práctica desapareció definitivamente.
Fotos | Museo Nacional del Prado
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