Ayer el sujetador cumplió 100 años. Al menos el que inventó Mary Phelps Jacob que cansada de los incómodos corsés de la época se fabricó un sujetador con dos pañuelos y cinta de seda rosa y el 3 de noviembre de 1914 lo patentó como invento, algo que no se le ocurrió hacer en 1907 a Pierre Poiret.
Desde entonces el sujetador ha estado presente en la vida de las mujeres para, por supuesto, sujetar, realzar, embellecer, aprisionar, dar forma o incluso para reivindicar su desuso en la revolución de los años 60.
Recuerdo cuando tenía 12 años y me moría de ganas de estrenar uno, para mí era como un símbolo de feminidad y sobre todo de hacerme mayor, así que empecé a utilizarlo a una edad en la que en realidad no me hacía mucha falta pero en la que la aceptación del entorno es vital.
Con el tiempo esa ilusión se diluyó y cada vez me resultaba más incómodo. Quizá porque los modelos son cada día más aparatosos, o tal vez porque en realidad siempre me dio pereza ponerme de verdad a cumplir todas las pautas para encontrar un sujetador adecuado y me he limitado a conformarme con la primera opción bonita, práctica y a un precio razonable que he tenido más a mano.
Mi particular liberación
El caso es que hace ya unos seis años un día dejé de ponerme el sujetador y desde entonces hasta ahora mi pecho no solo no se ha caído (pasa perfectamente la prueba del lápiz) sino que he reforzado la musculación de los pectorales con ejercicio y casi diría que está mejor que nunca (evidentemente, no mejor que a los 16, pero nada mal para tener ya 38 años y usar una 95).
Hay estudios, como el llevado a cabo durante 15 años por el profesor Jean-Denis Rouillon, de la Universidad de Besançon que aseguran que los pechos no reciben ningún beneficio del uso de sujetador, más bien al contrario, ya que se convierten en dependientes de un apoyo de lencería.
Según estas investigaciones en las que se ha estudiado la anatomía de diversas mujeres, al dejar de utilizar los músculos de soporte del pecho, dándole esta responsabilidad al sujetador, estos se degradan con más rapidez.
Mi experiencia me lo confirma, a parte de que he ganado muchísimo en comodidad y ¿por qué no tenerlo en cuenta? me ahorro también un dinerito al no tener que destinarlo a la compra de sujetadores.
Solo me resulta necesario cuando practico deporte o cuando alguna pieza de ropa es lo suficiente transparente o fina como para llamar la atención sin pretenderlo.
Por supuesto esta es una opción muy personal en la que los gustos, el tamaño del pecho y la genética también influyen, pero quería aprovechar el aniversario de esta pieza “indispensable” para reivindicar precisamente lo contrario, que tal vez no lo sea tanto.
¿Qué pensáis? ¿Compañeras inseparables del sujetador o también le sois infieles?
Foto | 準建築人手札網站 Forgemind ArchiMedia | Wikimedia
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