¿Envidias a las estrellas de Instagram? Quizá tu vida es mejor que la suya

Essena O'Neill ha revolucionado esta semana las redes sociales de una forma bastante original, renegando de ellas. Al menos de una parte, porque aunque ha eliminado todas sus cuentas, ha abierto un canal en Vimeo en el que habla de su nuevo proyecto Let’s be a game changers, donde nos invita a ser reales y cuenta lo mal que se ha sentido estos últimos años al tener que depender constantemente de la aprobación de la gente, reflejada en el número de visitas o de likes.

Con la valentía (o la temeridad) propias de los 18 años, se ha cargado en unos días el cuento de hadas que había construído para sus seguidores en Instagram, que ya eran más de medio millón, sumados a los 200.000 de Youtube y los 60.000 de Snapchat.

Resulta que su vida no era tan maravillosa como parecía. Todo era pose, nunca mejor dicho: la foto de relax en una playa paradisiaca escondía 100 tomas para salir con el vientre totalmente plano, la fiesta en la piscina, momentos en los que se sentía sola y los robados “cándidos” una clara intención de sexualizar su imagen.

Un mundo ficticio que reproducen actrices, cantantes, modelos y celebrities varias, y que puede servirnos para distraernos, evadirnos un rato, ilusionarnos, aunque también para generarnos complejos, inseguridades, envidias y unas ganas locas de aplastar cupcakes con el puño, si tenemos un mal día. Pero, ¿qué pasa si no son tan felices como aparentan?

Es la ley del mercado


Puede que el problema de Essena haya sido simplemente la juventud, y no las redes sociales. El estar desde los 12 años exponiendo su imagen a la opinión de miles de desconocidos, con toda la necesidad de refuerzo y búsqueda de identidad típicas de la adolescencia, quizá le ha hecho perder de vista que lo que tenía en sus manos no era un termómetro de admiradores para medir su autoestima, sino una máquina imparable de dinero, para ganarlo ella y hacérselo ganar a las empresas interesadas.

Kim Kardashian, al igual que el resto de su familia, lo tiene clarísimo. Vende imagen, vende instantes de perfección y, aunque no lo puedo asegurar, me apostaría todas sus prótesis a que le importa un pimiento tener que repetir un selfie 1000 veces si consigue un buen resultado. Es su trabajo.

Es como ver a Julia Roberts en Pretty Woman. Pocas escenas en el cine generan tanta envidia (sana, enfermiza, venenosa… cada cual que escoja la suya), como cuando va a comprarse ropa y se prueba un montón de modelos diferentes, mientras todos los empleados de la tienda le hacen la pelota. Qué placer verla disfrutar, pero, ¿era feliz Julia Roberts, la actriz, en ese momento? Ni lo sabemos, ni nos lo planteamos, y algo parecido tendríamos que hacer al ver las cuentas de la mayoría de las celebrities en Instagram.

El cine nos hace soñar y las reinas de las redes sociales también, pero ellas en lugar de vender películas venden ropa, zapatos, cosmética, balnearios, hoteles, deportivas, bebidas, restaurantes… y así, hasta el infinito.

Un ejemplo clarísimo lo vemos en instagramers del fitness como Jen Selter. Siempre estupendas, tomando smoothies, practicando “sexy” yoga y mostrando unas nalgas y unos abdominales que deberían estar prohibidos por ley. Gracias a eso promocionan té ayurveda, suplementos alimenticios, ropa, equipamientos deportivos y por supuesto su propio trabajo, mientras los ceros de la cuenta bancaria van aumentando.

Todo tiene truco… y precio

Las celebrities nos ofrecen un show que intenta hacer pasar por real una maravillosa “vida privada” en la que todo es lujo y esplendor. Están obligadas a proyectar una imagen de felicidad, porque eso es precisamente lo que nos hace vulnerables y más dispuestas a creer que imitando su estilo de vida también seremos felices, aunque nuestro bolsillo solo nos permita, con esfuerzo, comprarnos la misma barra de labios.

Las marcas las adoran porque el impacto al consumidor es directo e inmediato, aunque la mayoría de los artículos que muestran son inalcanzables, al igual que las horas de ejercicio, peluquería, maquillaje y cuidado de imagen en general que dedican cada día.

¿Calidad de vida o espejismo?

Está bien, admito que disponen de más tiempo que nosotras para esforzarse en demostrar que pertenecen a un estatus social muy superior, y para aprender a hacer posturas de yoga dignas del Cirque du Soleil. También disfrutan del privilegio de fotografiarse junto a un montón de comidas sabrosas, grasientas e hipercalóricas que nunca llegarán a probar y siempre encuentran el encuadre justo para que parezca que están en el paraíso o que tienen un duende detrás que ordena y redecora todo lo que tocan.

¿Son sus vidas mejores por todo eso? Depende, la de Essena O'Neill, por ejemplo, no lo era. Vivir de una manera irracional y consumista, en la que te cambias de vestido siete veces al día, y no eres capaz de tener una tostada de pan cerca sin untarle aguacate por encima, puede ser satisfactorio para algunas personas, pero no es una garantía de bienestar.

Además, seas adolescente o no, no es fácil tener la seguridad en una misma suficiente para exhibirte continuamente ante la opinión pública sin que te afecte, o te condicione en tus actos. Las mujeres “normales” tenemos el privilegio de poder disfrutar de todas nuestras facetas, entre las cuales la imagen es solo una parte, que además decidimos cuándo, cómo y con quién queremos compartir. Para triunfar en Instagram, quitando contadas excepciones, solo hay una identidad posible, la de la chica perfecta de la que todo el mundo quiere saber qué come, qué compra, qué bebe, qué respira, a dónde va, con quién sale… ¿No os suena agotador?

Yo de momento tengo claro que prefiero vivir mi vida, aunque de vez en cuando disfrute cotilleando (o fantaseando) en algunas de sus cuentas ¿Qué pensáis? ¿Os cambiaríais por alguna estrella de Instagram si pudierais?

Foto | @essenaoneill
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