¿Alguna vez te has preguntado por qué las mujeres tendemos a acumular más grasa en las caderas y los hombres lo hacen en la barriga? No tiene mucho que ver con aquello que comemos, pero sí tiene mucho más que ver con nuestras hormonas. Y es que a la hora de perder grasa no solo cuentan las calorías que ingerimos: los procesos que los alimentos desatan en nuestro organismo, entre ellos los hormonales, son igual de importantes.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que, por norma general, el porcentaje de grasa de la mujer suele ser más alto que en el hombre. Mientras que el porcentaje de grasa corporal adecuado en el hombre se mueve entre el 8% y el 24% (dependiendo de su edad, ya que tiende a aumentar según van pasando los años), el de las mujeres se encuentra entre el 21% y el 36%. Esto se debe a los efectos del estrógeno (hormona femenina), que prepara a las mujeres para un posible embarazo desde la pubertad.
Un viaje en el tiempo
Echemos un vistazo atrás en el tiempo: ya en los albores de la civilización, el ideal de la figura de la mujer era el de una figura romboide en la que las caderas marcaban el punto más ancho, donde se acumula más grasa. Podemos ver el ejemplo de la Venus de Willendorf: la primera figura femenina tallada de la que se tiene constancia, y que representa un cuerpo femenino de generosas curvas y grandes pechos, asociado con la maternidad y la reproducción, que eran los valores en alza en el Paleolítico Superior.
Durante mucho tiempo, de hecho hasta bien entrado el siglo XX, la figura de la mujer ha sido representada idealmente con formas voluminosas, sobre todo en pechos, glúteos y caderas. A lo largo de la historia se ha buscado realzar esas curvas como sinónimo de belleza: a partir del siglo XVII, aunque ya existía desde mucho antes, el uso del corsé se populariza, y junto con él llega la moda de los pechos bien altos y las cinturas muy estrechas que contrastaban con anchas caderas creadas a través de la superposición de faldas sobre una estructura de metal.
No fue hasta los años 70 del siglo XX cuando comienza a entrar en auge una figura andrógina y menos femenina: las modelos dejan de marcar curvas para ofrecer una imagen aniñada. Cuerpos muy delgados y con las formas femeninas muy atenuadas que no responden a las formas naturales de la mujer. La modelo Twiggy fue un buen ejemplo de ello.
Los distintos tipos de obesidad
Pero vayamos al tema a tratar hoy, más allá de los cánones de belleza a lo largo del tiempo y de cómo estos han cambiado. Existen dos tipos de obesidad si atendemos a la distribución de la grasa en el cuerpo, que además se asocian con los dos sexos:
Obesidad ginoide: se asocia a las mujeres. Este tipo de obesidad es al que nos referimos cuando hablamos del cuerpo de "tipo pera", que es más ancho en las caderas y más estrecho en la parte superior del cuerpo.
Obesidad androide: asociada a los hombres. Es el tipo de obesidad al que nos referimos cuando hablamos del cuerpo de "tipo manzana", en el que la grasa se acumula en la zona central del cuerpo, sobre todo en la barriga y sobre la cintura.
A la hora de almacenar grasa, nuestro cuerpo tiene en cuenta tres factores: nuestra genética, nuestro estado hormonal y la disposición de nuestros adipocitos (las células que acumulan la grasa para utilizarla como fuente de energía). En el caso de las mujeres, los estrógenos u hormonas femeninas nos predisponen a la acumulación de grasa en la zona de las caderas y de la parte superior del muslo. Además, nuestros adipocitos suelen estar concentrados en esta zona.
El problema de la grasa localizada
Ya lo hemos dicho en alguna ocasión: no, no es posible deshacernos de la grasa localizada si no es mediante tratamientos invasivos (vamos, que no podemos hacerlo con dieta y ejercicio), e incluso en estos casos los resultados no suelen ser definitivos. Cuando perdemos grasa la perdemos de todo el cuerpo en general y no es posible elegir de dónde la eliminamos.
En el caso de las mujeres, la grasa tiende a acumularse en la zona de las caderas, como hemos visto, ¿es posible acabar con esta grasa? Sí, es posible, pero llevando unos buenos hábitos de vida (alimentación saludable y equilibrada, ejercicio físico, correcta hidratación) y siendo constantes durante mucho tiempo. Los cambios no se ven de la noche a la mañana: son necesarios meses (y estoy siendo optimista) para ver cambios significativos.
Los adipocitos y el efecto rebote
Hablábamos antes de los adipocitos o células que acumulan grasa para utilizarla como fuente de energía: ellos son en buena medida los responsables de que acumulemos grasa en determinadas zonas. ¿Podemos deshacernos de ellos? Tristemente la respuesta es no: pero (y esta es la parte buena) sí que podemos ayudar a disminuir su tamaño, aunque nuestro cuerpo, que es muy inteligente, tiende a conservarlos en previsión de futuras épocas de escasez. Su tamaño se reduce a través de dieta y ejercicio, aunque no desaparezcan.
Ahora, ¡ojo con las dietas milagro y con el efecto rebote, porque te hará acumular más grasa justo de donde la quieres perder! Cuando ganamos peso después de haberlo perdido (el famoso efecto yo-yó de muchas dietas) nuestro cuerpo crea nuevos adipocitos junto a los que ya teníamos en lugar de "rellenar" los que ya estaban ahí, por lo que la pérdida de grasa en un futuro será más complicada. Las bajadas y subidas de peso bruscas nos llevan a crear más células que almacenan grasa: ¡no nos ayudan en absoluto!
Imágenes | iStock, Wikimedia Commons I y II
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