El verano está a punto de empezar; buen tiempo, vacaciones, playa, piscina, el sol en la piel, las terracitas, los días más largos, las noches al aire libre… con tantos factores a favor parece absurdo preguntarnos por qué son tan abundantes los amores estivales.
Todo parece confabularse para que nos caigamos de bruces sobre alguna flecha de Cupido (Oh por Dios, parece que a mí también me está afectando), pero ¿realmente nos enamoramos más en verano? ¿o de tanto repetirlo nos lo hemos creído?
El amor está en las hormonas
En realidad es un poco frívolo hablar de hormonas y amor, cuando todavía nadie se ha puesto realmente de acuerdo para definir este sentimiento. Pero cuando llega el calor y suben las temperaturas sí podemos afirmar que es muy probable que aumente nuestro apetito sexual.
¿Por qué? Las horas de sol, al igual que el contacto con la naturaleza, mejoran nuestro ánimo y nos hacen sentir más activos y alegres. Una de las responsables de que esto ocurra es la melatonina, más conocida como la hormona del sueño, o mejor dicho, su descenso. En invierno, cuando las noches son más largas, las concentraciones de esta hormona aumentan, haciéndonos sentir más aletargados, pero una vez va avanzando la primavera y las noches se acortan, ocurre el efecto contrario, y nos notamos mucho más despiertos y enérgicos.
La serotonina también está condicionada por las horas de luz. Es la hormona del placer, la motivación y la felicidad (casi nada) y todavía se produce más si nos entregamos a las pasiones veraniegas, así que ese bienestar vendría a ser como un pez que se muerde la cola, recompensándonos doblemente. Además el aumento de Vitamina D, producido por la exposición a la luz solar, aumenta la testosterona, incrementando especialmente la líbido masculina, pero también la femenina.
Por si esto fuera poco también influyen muchos factores culturales: el ambiente es más relajado, llevamos menos ropa, al broncearnos nos sentimos más atractivos y en general (especialmente en vacaciones), estamos más entregados al hedonismo.
¿Quién se resiste?
Con fecha de caducidad… o no
Otro de los mitos que circulan alrededor de los amores de verano es que están condenados a extinguirse rápido. El retorno a la rutina y las obligaciones tiene mucho que ver en eso, al igual que la separación geográfica que se da al volver cada uno a su casa, pero más allá de las circunstancias, las probabilidades de duración en pareja son igual de impredecibles que en el resto de las estaciones.
Arthur Aron, experto en relaciones personales de la universidad de Nueva York, (el mismo que cree que podemos enamorarnos casi de cualquier persona) afirma que todo depende de las motivaciones que se tengan al inicio de la relación, más que de en qué momento ocurra.
Seguridad, ante todo
Después de la parte bonita, toca también tener en cuenta algunas de las cuestiones prácticas de las relaciones de verano. Somos adultos y sabemos de sobra que el preservativo es la única forma segura de protegernos de las ETS (Enfermedades de Transmisión sexual), pero la realidad es que en verano aumentan significativamente, y sus consecuencias pueden ser realmente graves, así que recordarlo nunca está de más.
Por otra parte, practicar sexo en el agua puede parecer algo muy romántico en las películas, pero el dolor por fricción (la lubricación desaparece) está casi garantizado, además de que nos arriesgamos a coger una infección bacteriana o a que el preservativo se rompa.
Y dicho esto (puede retirarse señor Pepito Grillo), a disfrutar de la pasión, el calor y todo lo que surja en estos meses que nos esperan.
¿Habéis vivido algún amor de verano? ¿Nos lo contáis?
Foto | Lookbook
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