A día 13 y yo todavía con mis propósitos de año nuevo, esto quizá es un buen ejemplo de que no me va a resultar difícil cumplir con la primera parte de mi reto: Ser imperfecta.
Es más, lo realmente imposible sería lograr lo contrario, ya que la perfección no existe, pero conseguir además sentirme bien con ello es lo que realmente me ha motivado a poner por escrito mis intenciones.
¿Qué necesito?
A finales de diciembre recibí un mail de un centro de tratamientos de belleza que me animaba a alcanzar la perfección física (previa cirugía) en 2015. Un mensaje de tantos en los que se nos incita a tener un cuerpo 10, una melena impecable, un maquillaje sublime o una piel de bebé, por poner solo algunos ejemplos.
Todo por supuesto aderezado con fotos de modelos no solo favorecidas por la genética, sino tratadas también con una buena dosis de photoshop, para representar ideales de belleza inalcanzables, con los que alimentar el pensamiento mágico de que comprando los productos que anuncian quizá se nos pegue algo, aunque sea un poco, de tanta excelencia.
No me considero una obsesionada de la belleza pero es un tema que me gusta, del que llevo años escribiendo y del que evidentemente me informo y leo muy a menudo, por lo que tengo que reconocer que en muchas ocasiones tanto mensaje pro-perfección me influye.
¿Negativamente? Depende, en ocasiones cuidarme es un placer que me divierte y me hace sentir mejor, pero en otras he vivido situaciones tan absurdas como no disfrutar del todo un momento solo porque el pelo me había quedado hecho una pena (opinión subjetiva además) o porque me había salido un grano justo en medio de la barbilla.
Eso con 38 años es algo que ya no puedo ni quiero permitirme, porque aunque muchas veces el entorno, especialmente la publicidad, se empeñen en hacerme creer que necesito alcanzar la perfección para ser feliz, la experiencia me ha demostrado que no es cierto, más bien todo lo contrario.
Es hora de comenzar a sonreír al espejo, en lugar de usarlo para buscar defectos.
Un camino nuevo
A veces me he encontrado a mi misma agobiada por intentar seguir una rutina deportiva imposible con la que conseguir unos abdominales de acero y un trasero tan duro como para partir nueces (sin éxito) o persistiendo en unos rituales cosméticos dignos de Nefertiti solo por conseguir un cutis libre de imperfecciones (con menos éxito todavía).
He llegado a sentirme culpable por no esforzarme lo suficiente ¡como si tener una imagen impecable fuera una obligación! para después sentirme todavía más culpable por desperdiciar mi tiempo pensando en semejantes tonterías.
Aunque quizás precisamente experimentar esa desazón es lo que me ha ayudado a buscar una solución, aprendido a restar importancia a “las imperfecciones” y a potenciar el sentirme bien por encima del aspecto físico.
Ese es el camino que empecé a trazar hace un tiempo y que este año estoy dispuesta a seguir al 100%, teniendo en cuenta tres actitudes que sé que me ayudan:
Esta parte también aplica a cuando estoy con un libro, una película, una hamaca de la playa... Momentos para mí en los que no pienso volver a dejar que me molesten pensamientos inútiles.
Lo mismo me sirve para la alimentación o los cosméticos para los que voy encontrando un equilibrio entre disfrutar y cuidarme, sin dejar que ninguno de estos aspectos se conviertan en una fuente más de estrés, del que definitivamente me estoy quitando. Esa es mi auténtica meta, así de simple.
Así que a partir de este año voy a seguir siendo imperfecta, tranquilamente, más que nunca y además voy a estar orgullosa de serlo. ¿Alguien más se apunta?
Fotos | ɭɑƄyriɳtʜine™ | Michelangelo Carrieri
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