Mi abuela siempre fue muy presumida, y tenía un cutis espectacular para su edad. Cuando veía el dineral que mi madre y sus hermanas se gastaban para estar guapas, ponía el grito en el cielo y comentaba que existían trucos que se habían ido pasando de madres a hijas, desde hacía generaciones, con los cuales, probablemente, obtendrían los mismos resultados, con sólo darse una vuelta por la despensa.
Para acabar con las células muertas, una vez a la semana y sobre la cara lavada, solía efectuar movimientos circulares con la yema de los dedos impregnada en azúcar moreno. Recuerdo verla insistir un poquito más sobre la nariz y el mentón. Luego se volvía a lavar la cara, y para “sellar” los poros utilizaba agua de rosas.
Cuando notaba que tenía la piel seca y tirante, solía sentarse delante de la televisión con un pequeño bol con aceite de oliva. Y, muy seria, mientras veía una película o un programa de historia, de esos que solían poner en la segunda cadena, mojaba el extremo de los dedos en este aceite para luego masajearse con ellos el rostro también con movimientos circulares durante diez minutos. Luego, volvía a lavarse la cara, y a aplicarse un poco de aquella bendita agua de rosas con un algodoncito.
Alguna vez, en invierno, la vi untarse con miel toda la cara, y dormir con ella toda la noche. Siempre me sorprendió mucho que fuese capaz de estar toda la noche boca arriba sin moverse para no manchar las sábanas y las almohadas, pero ella me decía, haciéndome un guiño que ¡para estar guapa había que sufrir! A la mañana siguiente, se daba un buen baño para quitarse esa especie de mascarilla improvisada. La abuela aseguraba que no había producto o ingrediente que nutriese e hidratase mejor la piel del rostro.
En lo relacionado con el pelo, me decía siempre que tenía que acostumbrarme a aclararme el pelo después del champú con un poquito de vinagre, y con ¡agua fría! Confieso haberlo intentando en un par de ocasiones. Pero en invierno hay que ser muy valiente. ¡En verano ya es otra cosa! También recuerdo haberla visto alguna vez en el jardín de la casa del pueblo exprimirse un limón sobre el pelo húmedo después de lavárselo, y dejar que se secara al sol. Ese “baño de sol”, como ella decía, era estupendo para el pelo pues lo aclaraba, y hacía que pareciese fuerte y brillante.
Creo importante comentar que mi abuela no se teñía el pelo. Lo digo porque, probablemente, ese “truco” a base de limón puro seguramente perjudique los tintes. También aseguraba, aunque yo nunca la vi en acción que, en ocasiones, se embadurnaba el pelo con aceite de oliva para masajearse con él el cuero cabelludo. Decía que así se activaba la circulación sanguínea y el pelo crecía más deprisa.
El otro día que estuve en un Open Day que organizaba una agencia que lleva muchas marcas, conocí a Patrick Phelippeau de Frank Provost quien, precisamente, me habló de unos aceites estupendos que se aplicaban sobre el pelo como mi abuela me aconsejaba siempre hacerlo. Me disculpe con ella a toro pasado, y hoy he querido recordarla en este post con todo mi cariño.
Seguro que vuestras abuelas también os han dado sabios consejos. ¿Qué os parecería si los compartiésemos entre todas, como homenaje a esas grandes mujeres que son nuestras abuelas?
En Trendencias Belleza | Trucos caseros Fotos | Jenny818, Archmage01, Zeevveez
Ver todos los comentarios en https://www.trendencias.com
VER 0 Comentario