No es oro todo lo que reluce. Aunque el matrimonio de Tamara e Íñigo aparenta ser perfecto, los días raros están ahí. La convivencia es complicada y, como es lógico, tienen sus diferencias. Les hemos visto alojados en los mejores hoteles y sentados a la mesa de los restaruantes más exclusivos. Viven en una urbanización de máximo lujo y celebran sus fiestas como auténticos ricos, pero nada de eso garantiza la paz matrimonial.
No hay dinero que pueda comprar la relación idónea. La paciencia, el respeto y la empatía no tienen precio y jamás lo tendrán. De ser así, Tamara ya hubiera comprado unas cuantas raciones para implementar en su relación. Tal y como reveló ella misma, no todos los días son de color de rosa: "Discutimos por un montón de cosas, como dónde vamos a pasar las fiestas. Yo digo que las pasemos con mi familia e Íñigo dice que no, que un año con la mía y otro con la suya", contó la marquesa.
"Íñigo tiene la mecha más corta que yo, pero yo tardo mucho más en desenfadarme. Yo puedo estar hasta que él me habla y me pide perdón. Me cuesta pero sé que está haciendo un esfuerzo y ya le vuelvo a hablar", revelaba Tamara en 'El Hormiguero'. Además, dejaba muestra de su propia cabezonería: "Siempre o bastantes veces, tengo razón. Me atrevería a decir que un 98% de las veces".
"Yo es que si estoy enfadada, odio que me pregunten si estoy enfadada porque eso me enfada más... Los cambios hormonales de las mujeres son muy difíciles de gestionar", comentaba Tamara haciendo alarde de su facilidad para pillarse un cabreo.
Fotos | El Hormiguero
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