¿Hay motivos para considerar a Diana de Gales un referente feminista, a pesar de haber pasado la mitad de su vida con la etiqueta de «consorte»? ¿Y si hemos tardado veinte años en entender lo que representó, porque nos ha hecho falta convivir con ciertas realidades para comprender hasta qué punto ella se adelantó a su época? Diana habló públicamente de trastornos alimenticios, de depresión, de autolesiones, se enfrentó a la mujer más poderosa del mundo para hacerse valer, cultivó su propio estilo y fue con sus hijos la madre que quiso ser. ¿No sería Diana la primera princesa feminista de la historia?
La muerte de Lady Di fue uno de esos momentos icónicos que marcaron una generación. Uno de esos, como el atentado de las Torres Gemelas, que se acompaña siempre por un «¿Dónde estabas tú cuando sucedió?». Yo no olvidaré fácilmente dónde estaba cuando murió Diana: en Londres, una ciudad que quedó conmocionada por aquel hecho, hasta el punto de que la Familia Real vivió las horas más bajas de su historia en cuanto a popularidad y a un respeto que le había costado siglos (y una guerra) ganarse. Este jueves se cumplen veinte años de su trágica desaparición.
En aquel Londres de 1997, y en todo el mundo a través de la televisión, vimos llorar por una princesa a niños y mayores, monárquicos y no monárquicos. Y gritar de indignación. Que al fin habían conseguido acabar con ella. Que les daba miedo su espíritu libre. Que la habían matado. Nadie sabía muy bien en aquellos momentos si hablaban de los paparazzi o de los servicios secretos, pero lo mismo daba. Se seguía llorando por ella.
Desde mi perspectiva de adolescente española de final de milenio, era difícil entender aquella adoración por una princesa real que llevaba a llorar juntos a un banquero de la City y un obrero de Tottenham Hale. Han hecho falta dos décadas para que algunos comprendiéramos. Que Diana era una adelantada a su tiempo y eso se ganó el corazón de medio mundo.
No hay mejor método para comprobar que Diana era una adelantada a su época, a lo que se esperaba de una mujer en su posición social, que revisar la entrevista que dio a la BBC en 1995. Aquella entrevista revolucionó al mundo (y, más que a nadie, a la monarquía británica), porque Diana habló en ella sin tapujos de temas que aún hoy nos hacen dar un respingo. Temas que jamás antes había tratado una persona llamada a ser reina consorte de uno de los tronos más tradicionales del planeta. Temas que ni siquiera se hablaban en la calle allá por 1995.
Porque hoy aún hace correr ríos de tinta el estreno en Netflix de Hasta los huesos, la película de Lily Collins sobre la anorexia, pero hace veintidós años, la todavía esposa del heredero al trono británico dijo en televisión, en horario de máxima audiencia, que ella había padecido bulimia. «Es como una enfermedad secreta», dijo entonces Diana. Y lo era. No era habitual oír hablar de trastornos alimenticios a mediados de los noventa. Y era insólito que un personaje de su talla los reconociera en público.
También habló en aquella entrevista de autolesiones, un tema que preocupa hoy a los padres de la generación millennial, en la que se ha visto un incremento drástico de esta terrible práctica. Y de depresión postparto, la que sufrió tras el nacimiento de su primogénito, y cómo no fue comprendida por su entorno. Y, por supuesto, de infidelidad.
De aquella entrevista pasó a la historia una frase: «Éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco lleno». Muchos dijeron entonces que una princesa debía callarse esas cosas, que siempre había ocurrido y eran asuntos que quedaban entre las bambalinas de palacio. Pero Diana no se calló. Buscó la separación y rehízo su vida. Como haríamos cualquier mujer veinte años después.
Y encontró el divorcio precisamente tras esa entrevista, en la que llegó a dudar si Carlos estaría preparado para ejercer la tarea de la que lleva siendo heredero casi toda su vida: convertirse en rey de Inglaterra. Veinte años después aún no lo es, por causas naturales, y porque la sombra de su hijo Guillermo, el hijo de Diana, parece más alargada en términos sucesorios que la suya propia.
Precisamente con sus hijos fue Diana una madre moderna, todo lo que su estatus le permitió. Ya desde el nacimiento de Guillermo, se percibía que algo estaba cambiando en el trato de una princesa con sus hijos. Diana fue la primera princesa heredera en dar a luz en un hospital, en lugar de en palacio, y si una imagen ha quedado para el recuerdo de ella es la de la protección y el cariño a sus hijos, a quienes trató de mantener alejados del foco público en la medida de lo posible, y con quienes no dudó en divertirse, tal como recordaban ambos en los documentales que se han estrenado estos días, con anécdotas como cuando llevó a Cindy Crawford, Naomi Campbell y Christy Turlington a darle una sorpresa a un adolescente Guillermo.
Hay un día que marcó el modo en que Diana mantendría su dignidad tras aquel duro divorcio en el que las conversaciones privadas eran tema de portada en los tabloides. El mismo día en que Carlos reconocía por primera vez públicamente su affaire con Camilla, Diana tenía un evento en la Serpentine de Londres. Y allí acudió con su revenge dress, el vestido que haría correr ríos de tinta y que, al enfundárselo, hizo que Diana decidiera si quería seguir llorando a solas su fracaso matrimonial o salir a la luz como una estrella que no necesitaba de nadie para brillar.
Y es que Diana fue un icono en muchos sentidos, también estético. Algunos de sus looks más inolvidables nos parecen ahora difíciles de encontrar en una princesa, por más que Kate Middleton haya seguido su estela en ocasiones. Su pelo corto, sus outfits andróginos, la ropa de deporte... Una forma más de acercarse a ese pueblo que la idolatró en vida y la lloró tras su muerte.
Puede que hoy aún necesitemos documentales, películas en Netflix o celebrities compartiendo posts motivacionales en las redes sociales, para acercarnos a realidades como los trastornos alimenticios, la depresión, las autolesiones o el derecho de la mujer a tomar sus propias decisiones, pero dos décadas atrás hubo una mujer que se puso el mundo por montera para mostrar su verdad. Y es que una mujer luchando por dignidad y su libertad es feminismo puro, venga en el envoltorio que venga. Quizá por eso su mensaje aún sigue vigente y, para muchos, siempre será «la princesa del pueblo».
Imágenes | Gtresonline.
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