Barrio de Justicia, pleno centro de Madrid. Edificios señoriales, escaparates elegantes y señoras coquetas que cada día pasean sus bolsos de lujo. En la calle Fernando VI, hace esquina el restaurante de Íñigo Onieva, 'Casa Salesas'. A simple vista, parece un sitio con clase. Toldos en tonos verdosos, camareros trajeados y una pequeña terraza que invita a tomar una caña antes de pasar al interior.
Así lo hice. Tras consultar a la empleada que se encontraba en la puerta, tomé asiento en la terraza y esperé a que me atendieran. Pasaron veinte minutos y ni rastro del camarero. Me levanté, pregunté por el servicio y me hicieron esperar de nuevo. Cinco minutos más tarde, un muchacho con chaleco y corbata nos tomó nota: dos cañas y unas aceitunas.
Era lunes y el restaurante estaba prácticamente vacío. En la terraza, solo mi acompañante y yo. No encontraba el motivo para semejante tardanza, hasta que regresó el camarero. Resultaba evidente su falta de formación. Olvidó retirar los restos de la comanda anterior antes de servirnos la bebida y dudó en varias ocasiones sobre cómo proceder. Para rematar, olvidó también las olivas sobre la propia bandeja y tuvimos que reclamarlas. Pueden parecer cuestiones sin importancia, pero no lo son en un sitio que pretende posicionarse alto. La calidad, mas allá del producto, se encuentra en los detalles.
Al acceder al restaurante, se observa un estilo neoclásico. En Neo2.com lo definen bien: "Un espacio a caballo entre el clásico bistró francés y los speak easy americanos". Moqueta en el suelo, colores neutros, una barra imponente y buenas copas sobre cada mesa. Importante este detalle. Si la copa es fina, buena señal.
Nada más lejos de la realidad. Onieva ha invertido en decoración y vajilla, pero olvidó algo importante: la comida. Pedimos mejillones en escabeche y aparecieron plagados de cebolla encurtida y pimentón. Buena estrategia para enmascarar un producto que no alcanza la calidad requerida. El buen mejillón no necesita adornos. Basta con comprar una buena lata y servirla. Fin.
La anchoa sobre brioche con mantequilla también me decepcionó. Entre otras cosas, porque no había brioche. Era un mazacote duro y llamativamente grueso. La anchoa de Santoña, gracias a Dios, estaba buena. Hubiera merecido la pena despejarla de aquel pan seco y sin gracia.
El bikini trufado de jamón y queso era correcto. Menos mal. En 'Casa Salesas' saben hacer un sandwich decente (aunque nada sorpresivo). Eso sí, trufa, la justa. Ni siquiera era perceptible a la vista. El bocado era agradable pero, como digo, de ningún modo asombroso ni divertido. Las croquetas de jamón, en cambio, eran crujientes y cremosas en su interior. Bien.
La cosa mejoró con la lubina. Estaba tierna y acompañada por una 'parmentier' que la hacía más apetecible. La piel crujía y el camarero supo dividir el pescado entre dos comensales. Todo un logro teniendo en cuenta lo sucedido con el servicio en terraza. Fue un plato agradable que no nos hizo imaginar lo que vendría después: la picaña chamuscada.
No era mala pieza, pero alguien se despistó con el fuego. Solo fui capaz de saborear el quemado. A modo de acompañamiento, unas patatas fritas cuyo precio se paga aparte. En última instancia, el postre especial de la casa: 'sándwich Salesas' con nutella y helado de vainilla. Decepción absoluta. El pan me recordó al brioche anterior y el chocolate debió haberse esfumado. El helado, ni fu ni fa.
En cuanto al precio, aceptable teniendo en cuenta ubicación, ambiente y decoración. Comer en el restaurante del marido de Tamara Falcó sale a 50/60 euros por cabeza sin incluir el bebercio. A este respecto, cabe destacar que la bodega no despierta ningún interés. Muy pobre. Tanto o más que la de cualquier garito de moda en la capital que no cumple con los mínimos para considerar aceptable su carta de vinos.
La pregunta ahora es, ¿qué concepto quiere vendernos Onieva? Si su objetivo era levantar el típico restaurante sobrevalorado al que solo acuden famosos y posturetas, lo ha conseguido. Otro más para la lista.
Fotos | Trendencias e Instagram @ionieva
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