No es que te guste cotillear, es que lo llevas en los genes (lo dice un estudio científico)

Un estudio científico publicado en la Revista Science revela que los cotilleos no son algo banal, sino que son una fórmula que los seres humanos llevamos utilizando miles de años para obtener información de nuestro entorno, de conseguir pistas para sobrevivir y adaptarnos mejor al mundo que nos rodea. ¿Será verdad o es una mala excusa para que nos regocijemos con el último chascarrillo de la celebrity de moda?

Nos interesa todo sobre la vida de las celebrities: cómo son en la vida real (especialmente, recién levantadas y sin una gota de maquillaje encima), qué comen (especialmente, si toman sólo batidos detox o le dan también a las patatas fritas untadas en Nocilla), a dónde van, con quién se juntan y sobre todo, con quién se despiertan y cuáles son sus vicios más inconfesables (por si son peores que los nuestros, claro). Hoy en día hay que ser de piedra para rechazar un buena ración de cotilleos. Especialmente si vienen servidos con una guarnición de morbo y doble extra de detalles escabrosos. Y a pesar de que socialmente está mal visto, el cotilleo triunfa. Las revistas del corazón y los medios online especializados en los famosos y sus vicisitudes siguen acaparando grandes cifras de lectores y no hay un día en el que la metedura de pata de alguna celebrity o el anuncio de un embarazo/bodorrio/divorcio/accidente/etc. de un famoso cope los titulares.

Pero ¿es el cotilleo algo banal? ¿Ser cotillas nos convierte en unos seres superficiales, interesados sólo en los aspectos más intrascendentes de la humanidad y no en los últimos adelantos en nanotecnología o en el último Premio Nobel? Pues resulta que no. Un estudio realizado por John Hardy, profesor en Neurociencia por la Universidad de Londres, nos demuestra que el cotilleo tiene mucha más importancia de la que pensábamos. Y es que se trata de un mecanismo de supervivencia que llevamos usando desde hace miles de años. Nuestro interés por la vida de los demás no responde a que seamos una réplica de nuestra vecina del segundo (esa que siempre sabe quién ha dejado la basura en el cubo antes de que vengan a sacarlo) sino que estábamos obteniendo información fundamental de nuestro entorno para adaptarnos mejor a él, conocer su funcionamiento, quiénes son los líderes de nuestro grupo y cómo se relacionan con las personas de su alrededor y así tener más posibilidades de sobrevivir. Según un artículo publicado por Hardy en la revista Science podemos sacar las siguientes conclusiones:

1.- Vivimos en una Aldea Global. Vamos, lo que viene a ser un pueblo muy grande donde todo el mundo conoce a los demás, bien directamente, bien por lo que les han contado sus vecinos (o en el caso de nuestra época actual, por los medios de comunicación). El cotilleo actual es una evolución de los chismorreos de los pueblos, donde conocer la complejidad de las relaciones humanas era fundamental para mejorar el status social y asegurarse la supervivencia. O para que si empezabas a salir con ese chico tan mono andaras con cuidado porque se iba a enterar tu madre a los dos días.

2.- La información es poder. Saber los entresijos de la vida de los demás, sus amores y sus odios, con quién se acuestan y a quién le ponen la pierna encima es muy importante para saber cómo tenemos que actuar o de quién debemos huir como si fuera La Peste.

3.- Pero aparentar que los chismes “a ti plin” es parte del proceso. En un mundo tan competitivo como este tener información vital sobre nuestros rivales es tan importante como ser discretos sobre lo que sabemos y lo que no si queremos jugar bien nuestras cartas. Aparentar que no te interesan los chismes, tanto en la oficina como fuera de ella, es tan importante como guardarse ese as hasta que tu rival suba su apuesta en la partida.

Pero si estas razones no son suficientes para saborear un buen cotilleo, aquí tenemos unas cuantas más.

Ser cotillas nos ayuda a ser mejores personas.

No vamos a decir que las revistas del corazón sean el equivalente al gran Esopo y sus fábulas, pero sí es cierto que nos dan interesantes lecciones de vida de una forma indirecta. Al leer chismes sobre los famosos y ver cómo se han enfrentado a determinados problemas o han triunfado tendemos a compararnos con ellos. Nos permite mejorar o sentarnos a pensar sobre la manera de enfrentarnos a nuestros propios problemas. O nos previenen de no repetir comportamientos que han sido causa de la mofa del público (ay, Ariana, hay que esperar a que te sirvan el donut del mostrador para empezar a chuparlo…). Los cotilleos enseñan, refuerzan comportamientos positivos, nos enseñan a alejarnos de los negativos y nos ayudan a autoevaluarnos. Menuda ganga. Y a un precio de bicoca.

El chismorreo nos une.

Es cierto. Ya lo decían Homer y Marge Simpson: cuando a un matrimonio se le acaban los temas de conversación no hay nada como chismorrear sobre sus amigos y vecinos para introducir una chispa en la relación. Pero es que además, compartir información “dinamita” favorece los lazos afectivos, tanto en la vida personal como en el trabajo. No hace falta que te conviertas en el equivalente a “La Voz de Galicia” en tu oficina y que vayas radiando todo lo que pasó en la fiesta de Navidad, pero un buen chisme en el momento adecuado te puede ayudar a encontrar a gente con tus mismos intereses y apoyos afines.

En definitiva, la próxima vez que vayáis a la peluquería no le tengáis miedo al revistero y pillad una buena selección de vuestras revistas del corazón favoritas. Dejará de ser un placer culpable o una forma de escapismo superficial para convertirse en una gran fuente de información sobre el mundo que os rodea, os dará temas de conversación y os ayudará a replantearos muchas cosas de vuestra propia vida.

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