Lo primero que escuché cuando se encendieron las luces en el cine fue a un chico decirle a sus amigas, muy entusiasmado, que volvería a verla entera. Puso énfasis en lo de "entera" porque habíamos pasado dos horas y veinte minutos viendo cómo la violencia estética contra las mujeres y el edadismo se hacía metáfora en 'La sustancia'. Seguro que llevas días oyendo hablar de este película en tu timeline. Sin embargo, si de verdad quieres verla y disfrutarla, déjame que te baje las expectativas primero.
Al contrario de la experiencia que había tenido aquel chico, yo llevaba tiempo con retortijones en la barriga y contando los minutos para que se terminara. Spoiler: vomité las palomitas a medio digerir cuando llegué a mi casa. No sé si fue un caso de somatización o la mezcla de que algo me sentara mal y haber estado en tensión en el cine. No soy especialmente aprensiva. De hecho, el terror es mi género favorito. Pero sí lo pasé mal viendo 'La sustancia'. No por la sangre ni las vísceras sino por la realidad que se retrata tras la exageración.
No obstante, después de haberla visto, también me parecen pasadas de vuelta las lecturas feministas que se están haciendo del film de Coralie Fargeat. Es más, creo que por culpa del sobreanálisis reinante fui a la sala pidiéndole demasiado a nivel de ideas y profundidad. Cuando la realidad es que lo que se muestra en la pantalla no es mucho más que un body horror muy estético que toma un tema de tremendísima actualidad como hilo narrativo.
En plena fiebre del Ozempic y con Christina Aguilera reapareciendo públicamente como si hubiera encontrado la forma de hacer que los últimos veinte años nunca hayan pasado por su cuerpo, se estrena esta película. Una película que muestra, explícitamente y sin escatimar, toda la violencia a la que podemos llegar a ser capaces de someter voluntariamente a nuestro cuerpo con tal de conseguir acercarnos a esa versión más perfecta de nosotros mismos que la sociedad exige.
Y ahí se acaba todo el feminismo de la película. Realmente, ni se mete a analizar las complejidades del tema ni aporta nada nuevo que no sepamos ya. Así que, por supuesto, tampoco hay respuestas. Como buena película de terror, es provocativa. Su objetivo es hacértelo pasar mal poniéndote delante un espejo con tus miedos. Y, en mi caso, consiguió revolverme por dentro, literalmente. Pero, tampoco es que necesitara un estímulo externo para sentirme mal con mi cuerpo.
Así que, sin haber experimento a través de la ficción redención ni venganza, solo habiéndome mostrado muy gráficamente muchos de mis miedos, salí del cine con más terror que nunca a envejecer y pasar a ser invisible. A tener que ser una mujer en una sociedad que te juzga por tu atractivo sexual o falta del mismo. Para mí, tanta violencia vacía tuvo un efecto revictimizador.
Además, a juzgar por la cantidad de análisis masculinos que empiezan con cinco minutos de elogios al cuerpo esculpido por los dioses de Margaret Qualley, no sé hasta qué punto la película tiene el poder de hacer pensar o recapacitar sobre el tema a nadie que no venga ya informado y concienciado desde casa.
De hecho, estoy segura de que parte del entusiasmo de muchos viene de los numerosos primerísimos planos del culo y los pechos de Qualley, cuyo personaje no es más que un cuerpo sin apenas líneas de diálogo. No sé si habrán sabido captar la ironía del uso y abuso de esa male gaze cuando ni se han enterado de que eran prótesis... Otro detalle importante para los que todavía no os había chafado la película.
Fotos | The Substance
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