Tengo una relación de amor-odio con mis bolsos. Los amo, los idolatro y… estoy dispuesta a serles infiel con cualquier otro con el que me cruce en un escaparate. Pero como en toda relación de amor-odio, igual los miro con ojitos de cordero degollado que los mando a freír espárragos en un pispás. Y en algunos casos nuestro romance fue apasionado, pero corto. Justo el tiempo en que tardé en darme cuenta de que lo nuestro era imposible.
Tengo ese tipo de personalidad veleta que cae rendida ante ese modelo en el escaparate, obsesionada por el brillo de cada uno de sus remaches cual hurraca o por el perfume a cuero nuevo… y luego acaba siempre llevando el mismo bolso por la sencilla razón de que me da pereza sacar todos los cachivaches que llevo dentro. Sí, de esas personas que en pleno invierno lleva el básico de verano con tal de no sacar los dos juegos de llaves, los recibos de a saber cuándo, dos bolsas de maquillaje con muestras variopintas, un cencerro, un gelocatil suelto, una agenda, tres bolígrafos y un puñado de cosas indefinidas.
Pero aún así caigo hechizada por uno de los modelos de temporada y luego descubro que lo nuestro es imposible. Y no, no sólo me ha pasado una vez. Hasta cinco he contado. Cinco relaciones fracasadas.
El clutch que no respetaba mi espacio.
Necesitaba la pareja perfecta para ir a una cena de gala y apareció él. Era distinto, elegante, sofisticado y llamativo. Una joyita, vamos. Su estructura de piel con un broche joya me sedujo de inmediato.
Por qué me estrellé: Jamás pensé que en su interior no me entrarían ni las llaves de casa. Tuve que hacerme un plano para conseguir meter las tarjetas de crédito, el móvil y un par de imprescindibles. Se me ocurrió abrir un paquete de chicles en medio de la fiesta y ya no pude encajar las piezas dentro del bolso. Casi me tengo que meter el móvil en el escote como mi tía Pascasia.
El bolso de asa corta que me ataba en corto.
Me apasioné por su precioso color, su enorme cierre y aquella asa corta, tan mona y tan pequeña. Al contrario que con el clutch tipo joya, este bolso podía acompañarme a cualquier evento sin privarme de mi derecho a ir cargada con toda mi colección de pintalabios.
Por qué me estrellé: Lo nuestro era imposible. Él quería acompañarme a todas partes, pero no me dejaba hacer nada, siempre colgando de mi mano, como si fuera manca. Aquella asa tan corta, lo que nos juntó, fue la responsable de separarnos.
El bolso con flecos que se pasó de suelto.
Me aferré a su look bohemio sin pensármelo dos veces. Me chiflaba la manera en la que se movían los flecos cuando íbamos juntos por la calle, como si bailaran a cada paso que daba. Éramos la pareja perfecta: desenfadados, libres, modernos...
Por qué me estrellé: Los flecos se enganchaban en todas partes. Una vez me agaché para abrocharme bien la bota y pillé uno de ellos de tal manera que tuve que andar a pata coja hasta mi casa. La gente se pensó que me estaba entrenando para actuar en el Circo del Sol. Tengo pesadillas a menudo con el hecho de enseñar "la hucha" en esa posición.
El capazo hippy demasiado campechano.
El típico rollo de verano, no hay duda. Perfecto para acompañarme a la playa, a la piscina, a un paseo por el campo… tan fácil de adaptarse a cualquier circunstancia y momento.
Por qué me estrellé: Cada vez que lo sacaba tenía la irremediable necesidad de ir a comprar patatas y de llenarlo de puerros. Empecé a cantar en voz alta canciones de los Mamas and the Papas. Lo de la comuna hippy se me pasó por la cabeza también.
El bolso peludo demasiado amoroso.
Lo había visto por todas partes, pero me resistía. Hasta que llegó el invierno y le di una oportunidad. Pasear bajo la lluvia y sintiendo el viento helado en tu cara era una experiencia totalmente diferente si iba con él, si tenía algo peludo y reconfortante que abrazar. Pura delicia.
Por qué me estrellé: Se me fue la mano abrazándolo. El pelo me confundió. Lo terminé llamando Cuqui y ahora duerme en un camita para perros a orilla de mi cama.
Vamos, que tengo una colección de bolsos que no me merezco, porque la mayoría de ellos están guardados en su bolsa, sin poder realizarse como bolsos en esta vida, abandonados a su suerte, fruto de un capricho del momento. En plan "no eres tú, querido bolso, soy yo".
Fotos: The Blonde Salad, Freywille, Etro, Miu, Braccialini
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