La archiconocida cadena de supermercados Mercadona ha lanzado a la venta un embutido que, según apuntan algunos medios digitales, es la solución definitiva para consumir este tipo de derivados cárnicos de forma saludable.
“Si estás a dieta o deseas poder incorporar embutidos sin que estos te engorden o te aporten demasiada grasa y calorías, tienes la mejor solución de todas en Mercadona”, espeta un reconocido periódico digital. Analizamos si este embutido puede considerarse una alternativa válida frente a otros embutidos del supermercado en términos nutricionales.
Qué es un embutido
El embutido es la designación coloquial que los consumidores otorgamos a un tipo de derivado cárnico que se encuentra metido dentro de una tripa, ya sea natural o de un material sintético. La etiqueta, dicho sea, debe indicarnos si el envoltorio no es apto para el consumo, según obliga la legislación. La naturaleza de las materias primas que encontramos en un embutido son variadas, pero siempre predomina una especie animal sobre el resto: el cerdo.
A pesar de los esfuerzos de ciertas campañas publicitarias encabezadas por la industria cárnica, lo cierto es que la carne de cerdo no deja de catalogarse dentro de las carnes rojas. Es decir, un tipo de carne con una proporción mayor de grasas saturadas, ingredientes que se relacionan con cierto tipo de problemas metabólicos, como las dolencias cardiovasculares.
Adicionalmente, los embutidos poseen cantidades elevadas de sal, un ingrediente que lleva muchos años vinculado a la hipertensión y enfermedades cardiovasculares. No debería sorprendernos mucho que los embutidos como el chorizo, el salchichón o la sobrasada contengan proporciones ingentes de grasa saturada y sal. Basta con echar un vistazo rápido a cualquier etiquetado alimentario para averiguarlo.
Lo que lleva el embutido “sano” de Mercadona
Dicho esto, si analizamos la composición nutricional del embutido supuestamente saludable de Mercadona, podemos ver una diferencia llamativa en sus primeros ingredientes. El más llamativo es el derivado cárnico a partir del cual está elaborado, que es pavo y no cerdo.
En este caso, el pavo es una especie animal catalogada dentro de las carnes blancas, ya que su proporción de grasa saturada no es tan elevada. Por lo general, el pollo y el pavo se postulan como las carnes más saludables dentro de esta familia de alimentos, así que en este sentido es preferible que el embutido lleve carne de pavo a carne de cerdo. Un punto positivo sin duda.
Concretamente, estamos ante una longaniza de pavo que utiliza 137 gramos de pavo para elaborar 100 gramos de producto. No se nos indica directamente un porcentaje, lo que dificulta un entendimiento práctico de la cantidad real de pavo que tiene el embutido. Sin embargo, debemos saber que este tipo de mención es completamente legal, tal y como recoge el Reglamento 1169/2011 de la Unión Europea destinado a ofrecer información alimentaria a los consumidores. De hecho, este tipo de mención también se utiliza frecuentemente en salsas como el tomate frito, donde el alimento sufre un proceso de deshidratación que merma su peso. Por tanto, la cantidad original de alimento utilizado para la elaboración del alimento siempre será superior: no es práctico usar un porcentaje.
¿De dónde vienen las proteínas del producto?
Podemos concluir, igualmente, que la cantidad de pavo incluida en el producto es bastante alta. Aunque no seamos capaces de conocer el porcentaje del ingrediente con un vistazo rápido, sí que podemos observar que el contenido de proteínas totales es de 31 gramos por cada 100 gramos. Pero hay un problema. La longaniza de pavo posee proteínas de la leche añadidas, por lo que no tenemos forma de saber, a priori, qué cantidad de proteínas corresponden exclusivamente al pavo y cuáles a la leche. En definitiva, estamos ante un rompecabezas de etiquetado alimentario que, si bien no incumple la legislación, desde luego no informa claramente al consumidor acerca de su valor nutricional genuino.
También es importante destacar que la longaniza se comporta a nivel legal igual que un chorizo, tal y como indica el Real Decreto 474/2014, de 13 de junio, por el que se aprueba la norma de calidad de derivados cárnicos en España. Aquí mismo se nos dice que para que un chorizo tenga la etiqueta “extra” —como la que tiene la longaniza de Mercadona— el producto debe tener menos del 57% de grasas, más del 30% de proteína total y menos del 1% de proteínas añadidas. También podría utilizar el reclamo “light”, ya que el producto afirma tener un 30% menos de grasa que otras longanizas de cerdo. Aquí entraríamos en el terreno de las declaraciones nutricionales reguladas por el Reglamento 1924/2006 de la Unión Europea.
Volviendo al tema de las proteínas, podemos estimar que las proteínas de la leche añadidas serán como mucho del 1%. Así que las proteínas procedentes del pavo en la longaniza de Mercadona serán de 30 gramos aproximadamente. Según la base de datos de composición de alimentos de España (BEDCA), vemos que el pavo tiene unos 22 gramos de proteínas por cada 100 gramos. Así que, tras una rocambolesca gymkhana matemática, confirmamos que 136 gramos de pavo fresco son los necesarios para elaborar este polémico embutido. Ajustando decimales, vemos que las cifras coinciden con lo que nos marca la etiqueta: 137 gramos de pavo.
Ningún embutido es saludable
Como hemos visto, el etiquetado alimentario de esta longaniza no facilita ni mucho menos la comprensión de la información nutricional para un usuario promedio. Es un producto que se acoge a diversas normativas para mostrar reclamos llamativos que ensalzan algunas bondades del producto, pero que no se traduce en que el alimento sea más sano necesariamente.
A pesar de que su materia prima mayoritaria es pavo, el producto posee cantidades insultantes de sal. Piensa que a partir de 1,25% de sal, ya se considera que el alimento es alto en este ingrediente. ¿Sabes cuánta sal tiene el embutido de Mercadona? Hablamos de un 4,5% de sal, una absoluta barbaridad que, por otro lado, es totalmente comprensible tratándose de un embutido. Durante el proceso de elaboración de los embutidos, en etapas como la salazón y el curado, resulta inevitable recurrir a altas concentraciones de sal. Es algo que va implícito en la naturaleza del producto.
Por ello, decir que un embutido es “sano” resulta totalmente contradictorio e imposible: es un ejemplo perfecto de oxímoron. En definitiva, come embutido si te gusta, pero no te autoengañes —ni dejes que te tomen el pelo— pensando que un embutido puede llegar a ser una alternativa saludable en la dieta. Por más que lo leas en medios digitales de dudosa credibilidad.
Foto | Sigmund en Unsplash, Carloss
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