Maravillada me he quedado. Y luego dicen algunos que la moda no puede despertar emociones. Que no es arte ni es nada. Que es puro y supérfluo negocio. Como si todavía quedara algo que no lo fuera. Cada uno que sienta amor por lo que quiera, a mí me ponen los pelos de punta muchísimas y profundas cosas. Esta es una de ellas.
A veces pieso que Miuccia Prada es de otro planeta. Si no tuviera ese inequívoco aspecto de mamma italiana, de verdad, pensaría que no es de este mundo. Porque tiene un don que no es normal. Es capaz de adelantarse a todo y a todos, crea looks que sientan precedente sin hacer cosas técnicamente extravagantes, haciendo un símil gastronómico, con los ingredientes que uno suele tener en casa.
Siempre mira al pasado pero sus propuestas son lo que otros harán mañana. Es tan precisa que asusta, es milimétrica y exacta, todo en Prada roza la perfección porque nada se escapa. Miuccia es sobria y exquisita. La delicatessen de una industria muy dada a la trangresión hueca.
Si con su colección de invierno costaba llegar a congeniar, esta es casi todo lo contrario: presentada en las oficinas de la casa en Nueva York es una invitación a descubrir el Prada más íntimo y personal. Todos los tópicos típicos, presentes, todo lo que ha hecho de la marca un icono: la dolce y distinguida vita.
Simplemente genial.
Vía | WWD