Jeremy Scott llegó a París a mediados de los 90 con la intención de barrer a “todas esas perras minimalistas”. Jil Sander, Helmut Lang o Yojhi Yamamoto eran los principales estandartes de la corriente minimal que en aquellos momentos dirigían la moda. Desde su Texas natal y tras su paso por Nueva York la carrera de Scott necesitaba del savoir faire de la moda internacional parisina. Allí Scott conoció a Karl Lagerfeld. Al kaiser le hacía mucha gracia los aires de estrella del tejano y su irreverencia tanto en entrevistas como en privado. A Scott le fascinaba el universo Chanel, las perlas, los grandes collares con la ce entrelazada, el abuso del logo y lo poco en serio que el alemán se tomaba a tan notoria y añeja maison.
En cierta manera y gracias a su presencia en los desfiles de Chanel y sus declaraciones hirientes sobre colegas de profesión, consiguió la suficiente publicidad para realizar su primer desfile en la capital de la moda mundial. Sus fotos desnudo para la revista de temática gay BUTT y su actitud altiva y trasngresora hicieron que la prensa se fijara en él como personaje no como creador de moda. En aquella época hubo rumores que apuntaban a que el tejano sucedería a Karl en la dirección creativa de Chanel pero quedaron en rumores.
En febrero de 1997 Scott contó con grandes amigas para su debut en la pasarela europea, Devon Aoiki, Maggie Rizer o Ivanka Trump desfilaban envueltas en lamés dorados con máscaras y grandes lazos como un homenaje a las heroínas de las series americanas de los 80. Aún así no consiguió atraer la mirada de la prensa especializada que lo ignoró, excepto la prensa americana que apoyó y cubrió sus cuatro desfiles parisinos.
Tras el fiasco, regresó a la pasarela neoyorkina y a sus alianzas con multinacionales de moda deportiva que es donde ha encontrado su hueco y sus éxitos. Zapatillas de deporte deluxe, gafas con cuatro cristales, estampados de dibujos de videojuegos de los 80 que visten y han vestido casi todas las cantantes pop que buscan llamar la atención gracias a sus estilismos, desde Miley hasta Madonna, de Katy Perry hasta Beth Ditto.
Franco Moschino sentó las bases de su firma convirtiendo elementos icónicos del mundo de la moda, identificables por todos, en imitaciones de lujo con altas dosis de ironía y sentido del humor. Se rió del uso y abuso de las pieles, jamás las usó ni las vendió porque era un ecologista reconocido, se burló de las dominatrices de los 80 de Mugler y Montana y sobre todo del Chanel que creaba desde los 80 Karl Lagerfeld.
Moschino convirtió el seudo chanel, cadenas con el logotipo de la firma, cinturones con el nombre, bolsos que emulaban el 2.55 con letras doradas, trajes ribeteados con cadenas, cucharas a modo de broche en la solapa de trajes de chaqueta guateado y bolsos matelasées, en superventas. Franco Moschino revolucionó la forma de presentar sus campañas publicitarias y los temáticos escaparates de sus tiendas con mensajes transgresores, muy irónicos y nunca vistos, mensajes con conciencia que casi siempre se olvida en el fashion system. En sus escaparates se podía leer, Stop the fashion System o Stop Model, como un guiño al reinado de las supermodelos en la década de los 80.
Nunca he confiado en el talento de Jeremy Scott para desarrollar una colección en condiciones y creo que su mercado es el de las zapatillas de lujo y los chándales para estrellas del pop pero tengo que decir que ha triunfado conservando el legado que Franco Moschino estableció para su firma. Ahí estaban todos los trajes falsos de Chanel ribeteados con cadenas, los cinturones con logo, la mezcla de lujo e ironía y la conciencia ecologista. Scott ha catapultado a Moschino a la primera fila mediática aportando una pequeña dosis de originalidad gracias a la fascinación que la comida basura y sus logotipos causan en las nuevas generaciones de consumidores de moda. En la web de Moschino ya se pueden comprar las fundas de teléfono a 54 euros, las camisetas con mensaje por 200 euros y casi toda la ropa del desfile, exceptuando los vestidos de noche estampados con la tipografía de la cerveza Budweiser que esperan colgados a que sus fans, y amigas del diseñador, decidan ponérselos para alguna alfombra roja para conseguir la foto que atraiga la atención de la prensa y que beneficie la carrera de uno y de otro.
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