Sabemos que, según los expertos, la temperatura ideal a la que poner la calefacción en invierno se encuentra entre los 21°C y los 23°C de día y entre 15°C y 17°C por la noche. De hecho, si sobrepasamos los 23 grados, el aire estará más reseco, aumentando así la incomodidad dentro de casa y disparando el consumo energético. Sobre todo, si nuestra vivienda no cuenta con un buen aislamiento... Sin embargo, ¿qué podemos hacer si aún así seguimos teniendo frío?
El termostato es la clave
La clave cuando esto sucede suele encontrarse en el termostato que utilicemos para regular nuestro sistema de calefacción o, mejor dicho, en dónde lo tengamos instalado. Esto se debe a quela temperatura ambiental que recoge el sensor no tiene por qué ser igual a la que haya en la zona de la casa donde estemos.
Por ejemplo, si el termostato está instalado cerca de un radiador, la temperatura medida siempre será superior a la que haya en el otro lado de la sala. de este modo. Pronto se alcanza la temperatura objetivo en la zona del sensor pero no en el resto de la casa que permanece unos grados más fría.
Es por ello que lo recomendable es tener el sensor del termostato cerca de donde pasemos más tiempo. Además, si nuestro termostato nos los permite, podemos seleccionar distintas temperaturas objetivo en función de la habitación.
Este mismo problema, o peor, lo tendremos con sistemas situados en alto, como los aires acondicionados con bomba de calor o instalaciones por conductos elevados. Generalmente, en estos casos suele haber dos o tres grados de diferencia entre lo que indique el mando y la temperatura real donde estemos. a mayor altura altura, más grande será la diferencia.
En estos casos, por lo tanto, lo mejor es contar con un termómetro externo que tenemos que colocar cerca de donde pasemos más tiempo. De este modo, tendremos que variar la temperatura de nuestro equipo de calefacción hasta alcanzar la temperatura de confort guiándonos con el termómetro externo.
Se tratade ir subiendo el termostato del sistema de calefacción (caldera, aire acondicionado, radiadores, etc.) hasta que el termómetro que tengamos cerca de nosotros marque esa temperatura ideal de entre 21 y 23 grados, anotando cuál es la correspondencia entre la temperatura real de la sala y la que marca el termostato del aparato. De este modo, podremos tenerla como referencia para el futuro.
Si nada de lo anterior funciona
También puede pasar que nada de lo explicado anteriormente te haya funcionado y, aún así, sigas pasando frío. Tenemos que entender que la temperatura ideal dentro de una casa depende de múltiples factores, tales como quién vive en ella, la edad, nuestra percepción térmica, la humedad ambiental, el tiempo que pasamos dentro de casa, etc.
Aunque uno de los principales culpables de que esta sensación térmica varíe dentro de casa es el porcentaje de humedad relativa. Por encima de valores del 50% de humedad relativa en el hogar suele aumentar la sensación de calor y, al contrario, con valores inferiores solemos tener la sensación de que hace más frío, haciendo que subamos la calefacción y gastemos más.
No obstante, también tenemos que aceptar que hay situaciones en las que no nos quedará más remedio que subir un par de grados extra el termostato para lograr el confort. Por ejemplo, en casas donde hay niños pequeños, especialmente bebés). En estos casos, los pediatras recomiendan que la temperatura del hogar oscile entre los 22-24°C por el día y los 18-20°C por la noche, algo que podemos aplicar al resto de habitantes que tengan un estado de salud más delicado. Como ancianos y personas enfermas o con movilidad reducida que no puedan realizar actividad física a lo largo del día, teniendo un metabolismo más lento.
Foto de portada | Jakub Zerdzicki
Ver 0 comentarios