Es la primera vez que se van de campamento y así lo voy a superar

Llevo meses (qué digo, años) soñando con esto. La primera vez que mandaré a mis dos hijas a vivir la maravillosa experiencia de un campamento de verano. Y ya que estamos, la primera vez que mi pareja y yo tendremos unos días libres para volver a ser personas sin más responsabilidades que tumbarnos a la bartola y asegurarnos de que quedan botellines en la nevera.

Pero ahora que la libertad está ya casi aquí mismo, a la vuelta de la esquina, resulta que voy y me rajo. Estoy aterrada. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puedo sufrir dos sentimientos tan contradictorios al mismo tiempo? ¿Estoy deseando perderlas de vista durante un tiempo y ahora sólo pienso en sobreprotegerlas? Necesito urgentemente un tiempo para mí misma, pero ahora que estoy a punto de disfrutarlo me agobio un porrón. Pero no pienso dejarme vencer por mi doble personalidad.

Tengo una amiga que me lleva dos años de adelanto. Dos veranos en los que la he visto mandar a sus hijos con una sonrisa de madre gallina al campamento, para nada más perder de vista el autocar marcharse con su pareja a lanzarse de cabeza al sofá y hacerse una maratón non-stop de todas las series y películas que no han podido ver durante el resto del año. Los quince días de vacaciones del campamento son quince días de vacaciones de ser padres.

Un lujazo.

Una envidia total.

Así que este año no me lo pensé dos veces y apurada por el exceso de trabajo decidí matricular a mis dos hijas en el mismo campamento de verano que los de mi amiga. Y llevo meses fantaseando con el momento de soledad tan rico que me espera, la de restaurantes que mi chico y yo vamos a visitar, la de baños largos mientras leo libros iluminada por velas que voy a disfrutar…

Pero…

Oh, no. Ahora que la fecha ya está casi encima y que mis dos adoradas hijas saltan emocionadas cada vez que alguien nombra la palabra “campamento” yo estoy aterrada. Auténticamente horrorizada. En plan “pis encima”. ¿Qué demonios me pasa?

Desde el punto de vista lógico, sé que la idea de este campamento es buena para todos. Pero emocionalmente no hago más que verle fallos por todas partes…

Por un lado están los miles de pensamientos absurdos que me asaltan el cerebro. ¿Pinchará una rueda en autocar en el que viajan? ¿Y si la mayor se marea (como siempre? ¿Las lipotimias son mortales? Como la pequeña es Doña Despistada ¿terminará separándose de sus compañeros en la primera excursión y se perderá en la sierra (donde la tendrá que criar una manada de lobos)? Y el pensamiento más absurdo de todos: ¿y si pido una excedencia en el trabajo y me marcho de madre voluntaria a ejercer de monitora en el campamento? Así no las perdería de vista.

Ya. Estoy como un cencerro. Muy cu-cú, vamos. Pero cada día que la fecha se acerca me siento con más fuerzas para mandarlo todo a hacer gaitas, subirme al autocar y no perder de vista a mis dos hijas (con el plus de tener que hacerme cargo de setenta y cinco niños más). Es más: esta absurda idea lleva iniciando maniobras de asalto en mis neuronas una y otra vez. Y mientras mis dos hijas hacen planes felices de lo que van a hacer en el campamento yo estoy haciendo un recuento de todas las desgracias que pueden sucederles (lo de la manada de lobos es súper light en comparación).

Esta parte totalmente contradictoria de mi naturaleza maternal me tiene desconcertada.

¿Por qué, por qué y por qué? ¿Por qué no puedo desconectar y disfrutar del momento de libertad por el que llevo tanto tiempo suspirando?

¿Alguien me entiende? ¿A alguien le pasa lo mismo que a mí? Está claro: estoy como una cabra y no necesito más pruebas para demostrarlo. Mi cerebro, en plan “Perro del Hortelano” ni disfruta ni me deja disfrutar de la libertad que tanto ansío. Ni siquiera es capaz de entender los razonamientos lógicos, el por qué es bueno (demostrado científicamente) que mis hijas se vayan de campamento. Vamos, que esta enfermedad está mermando mi capacidad mental (y mi capacidad para pasármelo de rechupete).

Pero no pienso dejar que pueda conmigo.

Toma nota: cómo superar la ansiedad.

El primer paso, me comentan, es confirmar que ni yo soy el centro del universo de mis hijas ni lo son ellas del mío. Ana Cantarero, psicóloga y sexóloga de esta casa, me aconseja aprovechar estas vacaciones de responsabilidades a fondo para hacer todas esas cosas por las que suspiro durante el resto del año. Y para recargar las pilas, porque el curso que viene está a la vuelta de la esquina (sí, a mí también me parece mentira) y en septiembre estaré llorando por las mismas recordando en la oportunidad que tuve y no supe aprovechar.

¿Estás en la misma situación que yo? Toma nota de sus consejos.

Nuestra psicóloga de cabecera nos dice que lo más importante es aceptar que nuestros hijos se hacen mayores y que este proceso en el fondo es una pequeña pérdida para ti. Vamos, que tenemos que dar un paso más allá en aceptar que "ya no es tu bebé". Para ello recomienda seguir una serie de isntrucciones para sobrellevar esa separación y también considerarla como un ensayo para lo que vendrá más adelante:

1.- No llamar constantemente al móvil del niño. Ella sugiere quedar a una hora para recibir o mandar un mensaje. Evitar estar mandándole What´s App constantemente o buscar un campamento que tenga unas normas relativas al uso del móvil (si vemos que no nos podemos controlar).

2.- Intentar respetar su independencia y demostrarles que nosotros tenemos la nuestra, bien contándoles en las llamadas que también tenemos una vida, que tenemos un hobby, que podemos ser felices por nuestra cuenta... Al estar presionándoles para sacarles lo mucho que nos echan de menos, les estamos generando culpabilidad y cortando su independencia.

3.- No te enganches al blog o a la web del campamento, donde sabes que vas a ver fotos de tus hijos todo el tiempo. En el fondo no estás lidiando con la separación.

4.- Es muy importante manejar la despedida: no te pueden ver triste, aterrorizado o amargado. Es muy difícil disfrazar ese sentimiento, pero hay que hacerlo y animarle con mensajes muy positivos como "ya verás que bien te lo vas a pasar", "si lo necesitas habla con el monitor", "pásalo bien"... y por supuesto nada de mensajes que le agobien del tipo "ten cuidado con la cámara, a ver si la pierdes". Su consejo es que si nos preocupa algo (un móvil, una cámara, unas zapatillas caras) que no lo lleven, porque muchos niños se torturan con eso y pueden terminar por amargarle las vacaciones. Hay que quitarles peso de su mochila.

5.- Para tratar con la angustia nos recomienda que cuando visualicemos el desastre (cualquier horror que se nos ocurra y no nos deje dormir) tenemos que intentar frenar ese pensamiento negativo y cambiar y centrarse en lo positivo. Y muy importante tener la mente entretenida, que nos mantenga ocupados y centrados en nuestras cosas (como las que recomendamos más arribas). Un sencillo truco que nos recomienda es usar post-it para manejar la ansiedad ante pensamientos negativos. Apuntar los positivos y pegarlos en el móvil, en el ordenador, en la puerta de la habitación del niño con mensajes del tipo "él va a ser muy feliz y yo voy a dedicarme tiempo", etc.

Puede que mientras estés leyendo esto una vocecita dentro de ti te esté enumerando todas las razones por las que la lista anterior puede fallar. Vamos, puede que estés en un estado de nervios tan histérico como el mío, pero otro paso importante es aceptar que tenemos que pasar por ello y que puede que el año que viene seamos como esa amiga mía, de vuelta de todo, preparados para disfrutar también de nuestras vacaciones de ser padres y con la seguridad de que nos va a venir bien a todos.

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