En pocos ámbitos de la vida se espera de las mujeres una respuesta más drástica que cuando se habla de maternidad. Como si el mundo se dividiera entre mujeres que nacen con la vocación única de ser madres y mujeres que no quieren ver a un bebé ni de lejos. Se entiende regular que puedas querer ser madre en un momento de tu vida y que cambies de idea después. O al contrario. Bueno, al contrario... algo menos. Si te has pasado media vida diciendo que no quieres tener hijos y, al final, los tienes, la respuesta habitual es un «¿Ves cómo al final has cambiado de idea?». Casi como si nos estuvieran diciendo que hemos entrado en razón.
Soy una firme defensora de que cambiar de idea es sano. Muy sano. Nos abre la mente y demuestra nuestra capacidad de aprender de las experiencias de la vida. A mí me daría pavor pensar ahora, a los treinta y seis, igual que pensaba a los dieciséis. Yo he cambiado de idea sobre la maternidad un par de veces en mi vida. Nunca he sido especialmente maternal, no me encantan los niños, y hasta los 28-29 años, no me apetecía nada ser madre. Cambié de idea en torno a los 30, lo intenté un par de años, no ocurrió y no me traumaticé por ello (esto también sorprende). Mis circunstancias vitales cambiaron y, con ellas, mis ganas. No me lo he vuelto a plantear. De hecho, ahora mismo estoy bastante segura de que nunca volverá a apetecerme.
Cuando le digo que no quiero ser madre a alguna de las personas que supieron en su día que buscaba quedarme embarazada, casi siempre me hacen la misma pregunta: «Pero hace cinco años querías, ¿no?». Sí. Y hace quince quería ser reportera de guerra, hace diez quería ser profesora de inglés y hace cinco pintar alpargatas. La siguiente pregunta también me la sé: «¿Y si los hubieras tenido?». Pues, hombre... los querría con toda mi alma, digo yo. Que el hecho de que hoy en día no me apetezca nada ser madre no significa que los odiara si los hubiera tenido. A mí no me parece tan difícil de entender: mi vida sería diferente si hubiera sido madre y quizá estaría pensando en lo que me habría perdido si no lo fuera; o quizá tendría muchos días en que pensaría que maldito el momento y que a ver si llega ya el campamento de verano para perderlos de vista unos días. No creo que fueran unas experiencias muy diferentes a las de cualquier madre, de las que han deseado serlo todas sus vidas o de las que no.
A mí lo que me gustaría es tener diez o doce vidas. Una para vivir en una buhardilla mohosa de París, otra para tener una granja y vivir rodeada de animales, otra para recorrer mundo mochila al hombro, otra para irme de voluntaria a algún rincón remoto del planeta, otra que fuera exactamente la que estoy viviendo... En una de ellas (o en varias), querría ser madre. En otras no. Lo que sí querría ser en todas ellas es... feliz. Así de simple y así de complicado.
En mi vida actual no hay espacio para la maternidad, y no sé por qué tengo que explicar mis razones. Jamás he oído que alguien le pregunte a una madre por qué quiere tener hijos; lo lógico sería no tener que explicar tampoco la opción contraria. Pero las normas de la lógica, en algunas ocasiones, no rigen los sentimientos alrededor de la maternidad. Si no, difícilmente se explicaría que Samantha Villar se haya visto atacada en los últimos días por expresar una visión de la maternidad que solo pretendía expresar su experiencia personal.
Decir que no quieres ser madre (nunca) genera todo tipo de sentimientos en los demás. Uno de ellos es la compasión. Seguro que con toda la buena intención del mundo, pero muchos nos compadecen. Ladean la cabeza y nos preguntan si estamos seguras o si no tenemos miedo a arrepentirnos en el futuro. Y yo me pregunto... incluso eso, el arrepentirse, ¿sería tan grave? Yo me arrepiento de no haberme ido de Erasmus a los 19 o de no haberme tomado un año sabático al acabar la carrera. ¿Estoy traumatizada por ello? No. Si algún día me arrepiento de no haber tenido hijos, y mi situación vital ya no me permite remediarlo, no creo que lo sienta como una losa que me ha destrozado la vida.
Otro adjetivo que se nos atribuye a quienes no queremos ser madres es el egoísmo. Ni siquiera sé por qué ser egoísta es algo malo, pero, si se refiere a que me da pereza cambiar mi estilo de vida y quiero disfrutarla tal cual es ahora mismo, sin querer compartirla con una pareja o unos hijos... sí, supongo que lo soy. No sé si también es egoísta priorizar el trabajo sobre la vida personal, especialmente con lo que nos ha costado a las mujeres llegar al lugar que ocupamos hoy. Yo no tengo demasiada familia y alguna que otra vez he oído que debería tener hijos porque... ¿quién se va a ocupar de mí en el futuro si no? Curiosamente, es un comentario que han recibido también otras mujeres que conozco. ¿No es más egoísta tener hijos por ese no quedarse sola que no tenerlos para vivir la vida que queremos?
No sé si de este artículo alguien deducirá que tengo algo contra la maternidad. En absoluto. Me parece una decisión maravillosa y que, además, cada vez somos más libres de tomar con independencia de tener o no una pareja. No tengo nada contra la maternidad, pero, simplemente, no es para mí. Tampoco tengo nada contra el tomate, pero no me lo como porque no me gusta. No creo que tenga que pedirles perdón a los amantes del tomate.
La clave, supongo, está en ser feliz con las decisiones que tomamos y con la vida que tenemos. Bien por quien quiera ser madre. Bien por quien no quiera serlo. Es una simple cuestión de libertad. Bueno... y también de igualdad. Porque con este artículo pueden estar de acuerdo algunas mujeres y otras no. Pero lo más probable es que, a cualquier hombre, todo esto le suene a chino. ¿O existen hombres cuya decisión de ser o no padres se vea constantemente cuestionada por la sociedad? Yo, desde luego, no conozco a ninguno.
La maternidad es un tema delicado de tratar, supongo que como todos los que tocan de cerca los instintos más primarios y los sentimientos más profundos. Hace unos días, hablábamos con diferentes mujeres sobre su decisión de no ser madres y veíamos lo cuestionadas que se veían por ello. Mi caso quizá es diferente. Yo me pregunto por qué se asume que solo una de las vías lleva a la felicidad de cada uno. Yo soy muy feliz sin ser madre. Tan feliz como podría serlo si tuviera dos niños correteando a mi alrededor.
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