Mucho se está hablando de maternidad en los últimos días. Por una parte, toda la polémica en torno a las declaraciones de Samantha Villar y la airada respuesta de algunas madres. Y, por otra parte, la presencia cada vez mayor en la sociedad del movimiento NoMo, es decir, las mujeres que han decidido libremente no tener hijos.
Hemos hablado con mujeres que no quieren ser madres para conocer su experiencia. No sus porqués, no sus razones (esos nos los han contado las que han querido), sino sus vivencias en esta sociedad que defiende la igualdad entre sexos, pero sigue poniendo el foco sobre la mujer en cuanto los embarazos y los niños entran en el debate.
Lucía V. (32 años), cuestionada por sus razones
Si eres mujer y no quieres ser madre, es muy probable que pienses que la pregunta que más pereza puede provocarte es ese consabido «¿y los niños, para cuándo?». Ojalá. Hay una pregunta peor, una que llega solo cuando tu interlocutor se ha convencido al fin de que no, en serio, te lo prometo, te lo juro: no quiero ser madre. No digo que no quiera serlo ahora, es que no quiero serlo nunca. Sí, de verdad, te lo sigo prometiendo. Nunca. Esa pregunta es «¿por qué?». Sí, amigas, hemos llegado a 2017 y las mujeres seguimos teniendo que justificarnos en materia de maternidad.
Rosa C. (39 años), la independencia ante todo
Hace ya muchos años que decidí que no quería tener hijos. Para mí, fue una cuestión de independencia. Nunca he querido compartirme con una pareja, mucho menos querría hacerlo con un hijo, con el que el vínculo es para siempre. Me gusta demasiado mi independencia, la capacidad de entrar, salir, viajar, ir y venir sin tener que dar explicaciones a nadie. Esos fueron los principios en función de los cuales elegí una vida laboral que me lo permitiera, y un estilo de vida del que nunca me he arrepentido.
En general, mi entorno lo ha respetado siempre... hasta que llegó el momento cumbre de la maternidad, ese periodo de tiempo, normalmente entre los 35 y los 40, en que la maternidad se convierte (por pura biología) en un asunto de «ahora o nunca». Ahí comprobé que a la mayoría de la gente a la que le parecía fantástico que exprimiera la vida y no me planteara tener hijos, ya no les parecía tan buena idea. Los «ya tendrás tiempo de pensar en hijos» se convirtieron en «te puedes acabar arrepintiendo». Hemos conseguido que la sociedad respete que no quieras tener hijos ahora, pero todavía falta para que se respete el nunca.
Ana P. (37 años), una desigualdad muy visible
Mi pareja y yo nos conocimos ya con una cierta edad y un bagaje vital previo. Esa edad a la que, en el momento en que ves que la cosa va en serio, sacas el tema de los hijos. Que no quieres tenerlos, vaya. Yo tuve la enorme suerte de que coincidíamos en la opinión: ninguno de los dos estábamos por la labor de la paternidad. Por suerte, nuestro entorno cercano (el mío, el de él y el común) no se ha metido demasiado en este asunto. Y eso que, quizá, a ellos los habría entendido más. Lo duro es cuando las opiniones vienen de (casi) desconocidos a quienes no se las has pedido.
Y más dura aun es la desigualdad en esos comentarios. Son incontables las veces que he tenido que responder a por qué no quiero tener hijos. Y más incontables todavía son las veces que me ha indignado que mi pareja no tenga que pasar por ello. Cuando yo digo que no quiero experimentar la maternidad, la respuesta más habitual es: «¡Oh! ¿Y eso?». Con sorpresa y un poco de pena. A él, lo máximo que le han dicho es un «haces bien». Pero, en general, lo que él siempre me dice es «nunca he tenido que dar explicaciones». Pues qué suerte.
Pepa L. (28 años), demasiado joven para saber lo que quieres
Tengo 28 años y siempre he tenido claro que no quiero ser madre. Siempre desde que me convertí en adulta, quiero decir. En la adolescencia, me veía siendo madre en el futuro porque era algo que quedaba muy lejano y porque la sociedad parecía no dar otra opción. Lo que no me imaginaba era que muchas mentes de mi alrededor seguirían sin ver otra posibilidad, la de no ser madre, tantos años después.
Mis razones para no querer ser madre son múltiples, variadas y, sobre todo, mías. Ni las impongo ni debería tener que explicarlas. Cuando lo he hecho, me he encontrado con dos respuestas tipo: la primera, que soy demasiado joven para elegir; la segunda, que mi visión es muy egoísta. Lo que no parecen entender es que, hasta no hace demasiado tiempo, nadie consideraría que 28 años era una edad temprana para decidir ser madre. Y, sobre todo, que egoísta es creer que la forma de pensar mayoritaria (la de quienes quieren ser madres) es la única válida.
María F. (45 años), ya tenemos una edad
Me he pasado la mayor parte de mi vida adulta esperando que me vinieran las ganas de ser madre. Bien entendido, he hecho muchas otras cosas mientras tanto, pero siempre ha estado ahí la sensación de que, en algún momento, viviría una especie de epifanía que me llevaría a la maternidad. A los 43, dejé de esperar. Tenía una posición profesional que me había costado mucho conseguir, llevaba tiempo en una relación de pareja que (al fin) era lo que siempre había deseado y disfrutaba de mi ocio al máximo.
No me apetecía ser madre ni tenía pinta de que eso fuera a ocurrir en el futuro. Además, la naturaleza no me iba a permitir mucho más futuro. Y, entonces, lo vi claro: si en veinte años no había encontrado el momento, ¿no será que realmente nunca lo había deseado? ¿No me habría pasado media vida creyendo que llegaría un momento que no quería yo, sino que la sociedad esperaba de mí?
Carmen P. (29 años), con la ironía por bandera
La primera vez en mi vida que dije que no quería tener hijos fue en plena adolescencia. Por supuesto, pasé por la fase del «ya cambiarás de idea», por la del «ya tendrás tiempo para pensar en eso» y del «ten cuidado, que se te va a pasar el arroz». Las fases dependen de la edad, y las frases de lo maleducado que sea el interlocutor. El caso es que nunca he cambiado de idea, y ya tengo más del doble de años que la primera vez que me planteé que la maternidad no era para mí.
Así que, ante la gente que sigue preguntando y juzgando mi opción personal, he optado por utilizar la ironía. Darles la vuelta a sus preguntas. Si alguien me pregunta por qué no quiero ser madre, le pregunto por qué ella sí quiere serlo. Si me preguntan si no tengo miedo a arrepentirme en el futuro de no haber tenido hijos, yo respondo que si no les preocupa arrepentirse de haberlos tenido. Y así con todo. Me he ganado fama de borde, sí, pero me quedo más tranquila y, en vez de enfadarme, me río.
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