Aunque su nombre parezca indicar lo contrario, el conejo Holandés no procede de los Países Bajos sino que se originó en 1830 en Inglaterra, a partir de cruces de petits brabaçons, sus predecesores importados desde Bélgica para la industria alimentaria. Actualmente, debido su carácter afable y tranquilo es una de las razas de conejos más populares y típicas en los hogares de todo el mundo. Lo conocemos mejor con ayuda de los expertos del hospital veterinario Aragó.
Cómo es el conejo holandés
Conocido también como conejo dutch, Hollander o Brabander, se trata de una raza de tamaño mediano con un peso que varía entre los 1,78 y 2,3 kilogramos. Su apariencia extremadamente adorable se la debe a un pelaje es corto, siempre de color blanco como base y mezclado con otro color. Pero, sobre todo, a un cuerpo compacto y pequeño en proporción con su cabeza grande y redonda. Además, las patas traseras son notablemente más alargadas que las delanteras y tiene unas orejas erguidas acabadas en punta monísimas.
Esa apariencia de peluche de carne y hueso está en consonocia, por otro lado, con un carácter que suele ser sociable, afectuoso y tranquilo, lo que lo hace apto para vivir con niños, así como con otros conejos. Desde la clínica Aragó cuentan que se adapta muy bien a convivir con el ser humano, "con el cual puede establecer un fuerte vínculo". Además, su inteligencia le permite aprender trucos como tumbarse, acudir cuando se le llama, etc. Solo necesitaremos darle fruta como premio, tal y como sucede con los perros.
Otra de las ventajas es que no es una raza especialmente delicada o enfermiza, aunque, como todos los conejos tiende a las fracturas óseas por golpes o sobreesfuerzos. En general, suelen tener una vida de entre 5 y 8 años. Eso sí, no tolera muy bien la soledad y necesita que se le dedique diariamente un tiempo para jugar y relacionarse con él.
Cuidados básicos del conejo holandés
Antes de su llegada a casa, necesitaremos una jaula que sea lo bastante amplia, fuerte, sin objetos cortantes y sencilla de limpiar. Lo ideal es que la jaula tenga una abertura superior para sacar al conejo sin problemas y una lateral para que pueda salir solo. También se aconseja que esta no sea de rejilla y que el suelo esté bien cubierto de sustrato (virutas de papel o serrín prensados, paja pero no arena de gatos ni papel). Este sustrato tendrá que cambiarse casi todos los días.
Además, dentro de la jaula se tiene que poner una casita para conejos que sirva como madriguera y que pueda esconderse si se siente amenazado. Para los comederos, los expertos aconsejan instalar comederos que no se vuelquen con facilidad y bebedero a gota. Por otro lado, los conejos adoran explorar el exterior, correr, jugar y sufren si viven constantemente encerrados en una jaula.
Una buena costumbre es cepillarlos diariamente, sobre todo en temporada de muda. Y también hay que recordar vacunarlos anualmente contra dos enfermedades víricas: la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica.
Por último, el conejo es herbívoro y su alimento debe ser muy rico en fibra. La dieta de los conejos en la naturaleza se compone principalmente de hierba, hojas y brotes. Así que, en cautiverio, la mejor opción es un heno de buena calidad (que debe estar siempre disponible en el comedero) o hierba fresca y vegetales.
Fotos | Unsplash
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