No sé cuándo tomé conciencia sobre la importancia en la sociedad de las relaciones en pareja, pero recuerdo a la perfección cómo nada más empezar párvulos hubo gente que comenzó a preguntarme si yo tenía novio. Ya entonces mi cabeza de tres o cuatro años, con otras palabras, pensó eso de “señora, pero suélteme el brazo”. Yo era una niña que ni siquiera quería salir al recreo con el resto de sus compañeros, ¿pero qué novio ni qué ná’?
Un momento que también tengo registrado como impactante fue cuando me di cuenta de que más allá de los lazos familiares, mis padres eran dos extraños. A ver, me explico, cada uno venía de su casa y decidieron unirse. El grado de intimidad necesario para ello me superó en ese entonces porque no comprendía cómo se podía llegar a ese punto.
Si tecleas amor en la RAE, la misma que eliminó lo de "mujer fácil" de entre sus páginas, aparecen de un plumazo 14 acepciones distintas de la palabra y la primera me parece completamente desoladora. No sé si es porque no estoy de acuerdo, que ha sido mi primer pensamiento, o porque creo que de verdad puede haber una posibilidad de que sea así. También es cierto que cuando esta palabra rebota en nuestra cabeza siempre la asociamos a lo romántico y ya luego, si eso, pensamos en el plano de la familia, la amistad o en el amor propio.
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
La segunda entrada me parece más generosa y reconfortante. Más actual. La anterior es una historia de terror digna de Hallowe’en como estos maquillajes fáciles y rápidos con los que triunfar sin esfuerzos.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Por diferentes motivos, desde hace unos meses me veo envuelta en conversaciones y monólogos sobre este tema e intento comprender qué es el amor para mí y qué necesito yo de ese amor. Una conclusión muy obvia a la que he llegado, pero que no tenía presente, es que tiene, o debería tener según mi criterio, mucho de admiración, sin que esto sea sinónimo de que tengamos que demandarle a nuestra pareja que gane el Premio Nobel de Medicina cada año.
Esto mismo precisamente se planteaba la comunicadora Henar Álvarez hace unos días en su nuevo podcast junto a la divulgadora Judith Tiral, El Olimpo de las Diosas, disponible en Podimo:
Sin querer yo que me nombren discípula de Platón, y preguntándome a la vez si estoy en la caverna y ni siquiera me he dado cuenta, una cuestión que me asalta constantemente, como a ella, es si en las relaciones heterosexuales los hombres y las mujeres nos enamoramos de la misma forma y con el paso del tiempo tenemos el mismo concepto del amor. Nada nuevo bajo el sol, simplemente algo que nos atormenta la existencia, como estas seis frases que repiten las personas manipuladoras.
Henar lo tiene claro, la respuesta es no y lo es por una cuestión social que radica en los valores de un mundo heteropatriarcal.
El concepto del amor a lo largo de la historia
Si hay algo que hay que tener claro de entrada cuando se aborda este tema, es que el concepto del amor depende del contexto en el que nos encontremos. No es lo mismo hablar de ello en Oriente que en Occidente, ni hacerlo en España antes o después de la aprobación del divorcio o del cambio del Código Penal tras el asesinato machista de Ana Orantes en 1997, algo que recordaba hace unos días cuando volví a ver El Jorobado de Notre Dame y me pregunté cómo nadie había llamado a la policía cuando se estrenó.
Por otra parte, también es importante distinguir el enamoramiento que, según la académica y orientadora de la Dirección General de Orientación y Atención Educativa de la Universidad Nacional Autónoma de México, Marcela Valadés Morales, es transitorio y suele durar entre tres y cuatro años, y el amor, que sería el siguiente paso, que es lo duradero. En la primera fase tendemos a idealizar a la persona que nos acompaña.
De cara al XVII Congreso Virtual Internacional de Psiquiatría, la doctoranda de la Universidad de Oviedo Glenda Cuetos González presentó el estudio El amor a lo largo de la historia y en él señaló que la forma de entender el amor romántico ha pasado por varias etapas:
En la Antigua Grecia este sentimiento se asociaba a una infelicidad permanente, al sufrimiento. El papel que jugaba era el de embaucador. Más tarde llegó el amor cortés, en el siglo XI, donde lo importante era la palabra y la conquista de él hacia ella. Estos sentimientos que se profesaban nunca se llegaban a consumar y además todo terminaba de forma trágica. Tras esto pasamos a hablar del amor burgués o victoriano, cuando no se consideraba como tal sin la consumación y la mayor prueba de ello es la ingente cantidad de embarazos de la época.
En el siglo XVIII hace acto de gala el concepto del amor romántico, cuando este va de la mano de la pasión y el deseo sexual (te contamos cómo gestionarlo en las relaciones largas) y los sujetos pasan a ser dueños de sus emociones y sus actos.
El amor en la actualidad
Darme el privilegio de saltar del siglo XVIII al XXI no es cuestión baladí y el motivo es que hoy en día las diferentes evoluciones del concepto siguen conviviendo con la parte bautizada como romántica.
De acuerdo a lo que he podido leer en la web del filósofo José Antonio Marina, el antropólogo austriaco Irenäus Eibl-Eibesfeldt concluyó que el amor llegó al mundo con el vínculo entre la madre y su cría. Esto es algo que me ha recordado a un comentario que me hizo la mía diciéndome que a pesar de que mi padre me quiere un mundo, nunca podrá hacerlo como ella, porque me ha llevado dentro y me ha criado después de eso. Ya hace unos años extrapolé esta comparación al amor entre hombres y mujeres y a cómo se enamoran unos y cómo lo hacemos otras.
Igualmente, Marina recoge también en su blog que el geógrafo y escritor estadounidense Jared Diamond concluye en su publicación, El tercer chimpancé, que el ocultamiento de la ovulación, el que las mujeres puedan mantener relaciones sexuales aunque no estén en periodo fértil y la menopausia, algo sobre lo que habla sin tabúes Michelle Obama, tienen como finalidad hacer estable la relación de pareja para poder atender a una crianza larga de la descendencia. Por qué será que a muchos hombres les interesa en exceso legislar sobre lo único que no pueden hacer y que nos debería diferenciar.
Hoy en día, como decía, conviven diferentes percepciones del amor y es un contenido que muchas veces me asalta en TikTok, con esas usuarias que, en vis más o menos cómica, dicen eso de “ya me he cansado de ser una mujer independiente, ahora quiero ser una mantenida que va en Range Rover a clase de pilates por la mañana”. Sobre todo esto también habla la actriz y comediante estadounidense Ali Wong en algunos de sus especiales para Netflix.
El cambio de los modelos de género, con la incorporación más o menos plena de la mujer al trabajo y la búsqueda de la igualdad en las relaciones, entra en conflicto con todo esto, provocando también un desajuste entre hombres y mujeres, ya que nosotras estamos evolucionando y adaptándonos a los tiempos de forma más rápida. Será la costumbre.
En cualquier caso, las mujeres seguimos mucho más influenciadas que los hombres a la hora de conseguir pareja y establecernos con ella por una cuestión social. Para nosotras es casi una necesidad vital. No obstante, los criterios que sintonizamos en nuestro radar a la hora de buscar a nuestro compañero han cambiado también. Antes la clave era el estatus y eso venía determinado en la mayoría de los casos por el hombre. Ahora nosotras mismas podemos darnos nuestro sitio. Hoy buscamos una pareja con la que crecer en igualdad, de forma empática y que comparta nuestros mismos valores y responsabilidades.
No se puede pasar por este punto sin tener en cuenta el concepto de amor confluente del sociólogo británico Anthony Giddens, que lo asocia a las transformaciones de la esfera pública y privada a lo largo del siglo XX, pasando por el divorcio (este es el principal motivo por el que sucede), la aceptación de las diferentes orientaciones sexuales, el control de la natalidad, la búsqueda de la igualdad, el disfrute de la sexualidad… Todo ello hace que el amor se convierta en una elección. El matrimonio y el crear una familia ya no son la finalidad única de la vida, del amor y del sexo.
Por otra parte, de forma más actual, surge el término del amor líquido, acuñado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que responde a esas relaciones fugaces, superficiales y sin apenas compromiso que van de la mano de la posmodernidad y del capitalismo más voraz. Recuerdo perfectamente cómo mi profesor de historia de segundo de bachillerato decía que estábamos muy equivocados con el concepto de amor anarquista y con el capitalista.
Los estilos del amor y cómo nos enamoramos
En 2008, la profesora de Psicología Social de la Universitat de les Illes Balears, Victoria Ferrer, publicó un estudio junto a otros compañeros sobre El concepto del amor en España, para ahondar sobre la lacra de la violencia machista, y me ha parecido especialmente interesante que lo hicieran tomando de referencia los seis estilos del amor establecidos por el sociólogo de la Universidad de Toronto John Allan Lee.
Entre las conclusiones del estudio destaca que los hombres se decantan más por el amor romántico. Las mujeres, sin embargo, somos más pragmáticas. Parece que se destierra así el cliché de que nosotras somos mucho más abnegadas que los ellos en las relaciones.
En cualquier caso, diría que por una cuestión histórica y educativa, de contexto social, puede que se trate de una respuesta sesgada. Esa abnegación, esa entrega, esa dedicación a las mujeres se nos presupone, no es algo extraordinario, es la expectativa, lo que tenemos que hacer. La abnegación es, para nosotras, una forma de existir. Para ellos es algo fuera de lo común, algo por lo que merecen un premio, de ahí que probablemente haya diferentes concepciones para un género y otro sobre esto.
El estudio se engloba dentro de una investigación sobre la violencia de género muy unida a un estilo de amor obsesivo o posesivo. Llama la atención que la mayoría de hombres y mujeres no tienen una tendencia clara respecto a esa forma de amor e incluso el 30% de ambos géneros lo aceptan.
Además de las diferencias que arroja este estudio, la experta mencionada anteriormente, Marcela Valadés Morales, destaca que ellos son visuales. Nos miran a la cara durante ocho segundos, a los pechos durante 16 y a las caderas y al culo durante 24. En menos de un minuto saben discernir si les atraemos o no. Fortísimo y supongo que salvaje y natural todo esto. Las mujeres nos enamoramos con los cinco sentidos, eso dice la experta. Somos auditivas, olfativas y nos gusta que nos acaricien.
Para desenamorarnos nos pasa lo mismo. De acuerdo a las estadísticas que expone la académica, mientras que los hombres superan a sus exparejas en 28 días, las mujeres tardamos una media de tres meses y ello se debe a la oxitocina, la hormona del apego. Sí, nosotras tenemos unos niveles más elevados.
Lo que tienen que decir los demás
Por supuesto, este reportaje estaría incompleto sin contar con opiniones sobre hombres y mujeres de acuerdo al concepto que tienen del amor.
Las respuestas han sido muy variadas, algo que creo que es en parte síntoma de la sociedad en la que vivimos, con tantos cambios y cada vez más abierta a todo. De ellos destaco respuestas como que lo que les hace conectar es una buena conversación, estas son las que tienes que tener con tu pareja para que la relación dure, pero que tener pareja no es algo que les quite el sueño, sino que si tiene que pasar, pasará y si no, pues se puede ser feliz sin ello. Algo que contrasta con el carácter vertebrador a la hora de socializar que tiene esto para las mujeres aún. Ese concepto de la solterona, el “se te va a pasar el arroz” y demás que tenemos tan presente.
Por otra parte, diría que en varias respuestas está muy presente la desconfianza y la decepción. “El hombre es reacio a tomar responsabilidades de cualquier tipo ya que lo considera como una privación de su vida individual y como bien sabemos vivimos en el siglo del individualismo. Al contrario que la mujer, que históricamente ha sido educada en la toma de responsabilidades, tanto emocionales, como familiares, como ahora laborales, mediante juegos en la infancia y educación social, puede tender a enamorarse más fácilmente, por decirlo de algún modo".
En esta misma línea, me encuentro con el escepticismo de ellos y el miedo a la dependencia y al enamorarse. Miedo o negativa: “no me quiero enamorar”. Otra cosa es que se sea más o menos consciente de que el amor, por mucho que nos intentemos convencer, nos atrapa de forma súbita y descubrimos que esa sensación tan horrorosa que nos invadía en la adolescencia no se encuentra reservada solo a esos años.
Detrás de esta reacción ante la posibilidad de mantener una relación normativa con una pareja, se esconde, además de ese miedo, el individualismo posmoderno capitalista del amor líquido. Por mucho que queramos, los humanos no somos desechables a pesar de que pasar de nosotros sea tan sencillo como mover la pantalla del móvil a la izquierda o a la derecha. Somos más que un cuerpo aunque a veces solo queramos eso, más que 10, 15, 20 minutos o media hora.
Como inciso, antes de seguir con más respuestas, y de la mano de esto, cabe destacar la importancia de que cuando se mantiene una relación de cualquier tipo, es muy importante que las dos partes de esta, en el caso de que estemos hablando de una pareja, estén de acuerdo en los términos en los que la misma se da, ya que muchas veces hablamos de relaciones abiertas, según el CIS el 41% de los españoles la tendría, o de aquellas en las que no hay compromiso y este matiz solo lo disfruta una parte de la misma o se autoengaña con ello.
“En cuanto a la admiración, yo siempre he aprendido a hacerlo con los chicos con sus rarezas, a querer conocer las cosas que les han pasado y les han hecho ser cómo son. Ellos se han conformado con que no esté gorda, poder meterme mano y sobre todo que encaje en un rol”. ¿Que puede sonar esto extremo? Sí. ¿Qué es así en muchas ocasiones? Pues también, especialmente esto último, porque si algo he aprendido de todo lo que he leído para el reportaje, es que los hombres buscan la comodidad, mientras que las mujeres siempre queremos más.
De acuerdo a unas palabras de la psicóloga, psicoanalista y autora del libro La construcción del amor, Isabel Menéndez, en un artículo de La Vanguardia, "para un hombre, si la relación no está mal él ya está bien; para la mujer, si la relación no está muy bien, ella está mal. No hay que olvidar que el 80% de las rupturas de pareja se producen por iniciativa de ellas". Y de ahí estas palabras de una compañera de Trendencias: “Mi ex con el que estuve 14 años creo que se pilló por mí y cuando las mariposas desaparecieron (algo normal en cualquier relación) y pasamos a la siguiente fase del amor él siguió conmigo porque era cómodo”. Desolador todo.
¿Qué es el amor para nosotras? Sobre todo, sentirnos seguras con la otra persona, poder mostrarnos vulnerables ante ellas, no tener miedo a ser como somos. El amor es estar presente en el día a día, acompañarnos, es confianza y sentir que si surge un problema, los dos vamos a remar en la misma dirección. Vivirlo de forma intensa o comedida o como acordemos. Pero siempre desde el respeto.
Para ellos, por desgracia, aún no lo tengo claro. O no lo quiero tener.
Fotos | La La Land et al., Pixabay, Sexo en Nueva York, Historias de un matrimonio, Con derecho a roce y Gtres
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