En las últimas semanas, la industria del entretenimiento se ha visto revolucionada por las constantes denuncias de actrices, modelos y mujeres del mundo del espectáculo, en general, sobre el acoso o los abusos sexuales que han sufrido en algún momento de su carrera, especialmente en los inicios. A todos nos vienen a la cabeza en estos días nombres como el de Harvey Weinstein o Terry Richardson, denostados ya por la opinión pública por sus (parece) más que probadas prácticas. Pero las mujeres no se han ido de rositas de las críticas.
Desde que ayer Leticia Dolera denunciara públicamente los momentos de acoso que sufrió, muchas voces se han alzado pidiendo que diera nombres. Las del otro lado del charco, las americanas, sí han dado nombres; a ellas se las acusa de no haberlos dado antes, de no haber denunciado antes. Es difícil comprender que cierta parte de la opinión pública siga convirtiendo a las mujeres en dobles víctimas: primero, del execrable acoso; después, del juicio público por no haber denunciado adecuadamente (a ojos de algunos) o incluso de querer adquirir protagonismo con el tema (a ojos de otros).
Que Leticia Dolera, Aitana Sánchez Gijón, Carla Hidalgo, Ana Gracia, Maru Valdivieso o Luisa Martín, que están comenzando a manifestar públicamente que ellas también pasaron el horrible peaje del acoso, dieran los nombres de esos hombres sería lo ideal. Que las actrices y modelos norteamericanas lo hubieran hecho antes... también. Pero es difícil recabar pruebas de un acoso, muy difícil. Hoy, con smartphones con cámara quizá algo menos, pero hasta hace unos años... casi imposible. Y los testigos, en los pocos casos en que los hay, suelen quedarse en posiciones tibias, en el «yo no vi nada» o el «no puedo asegurarlo».
¿Qué diríamos de una joven actriz desconocida que señalara sin pruebas que un prestigioso director, actor o productor por un delito de abusos sexuales?
Opción A: «Qué chica tan valiente. Seguro que la agredieron. No permitiremos que su carrera se resienta por ello».
Opción B: «Pero ¿esta de dónde ha salido? ¿Quién es? Si no fuera por esto no la conocería nadie. Busca protagonismo».
Opción C: «A saber si no lo estaría buscando. Se dejaría sobar un poco para conseguir un papel y, como no se lo dieron, se está vengando».
Opción D: «¡Por Dios! Estamos hablando de una figura consagrada del mundo del cine. ¡Están intentando cargarse su carrera con acusaciones sin pruebas».
Sí, nos gustaría pensar que la opción A sería la correcta, pero ¿verdad que nos suenan más las B, C y D?
Puede resultar comprensible que los hombres no entiendan por qué una mujer titubea tanto a la hora de denunciar un acoso sexual. Pero nosotras... ¿de verdad no somos capaces de empatizar con una mujer acosada que no denuncia? Más o menos todas hemos sufrido algún tipo de acoso, en mayor o menor medida, con el simple hecho de salir a la calle una noche cualquiera. ¿Cuántas veces hemos denunciado esos acosos? ¿Cuántas veces hemos llamado a la policía porque un tipo nos está degradando verbalmente por nuestra sexualidad, se está refrotando contra nosotras de forma intencionada en una discoteca o nos sigue a casa de forma intimidante?
No. Las mujeres aún no denunciamos el acoso.
Porque no es fácil que tengamos pruebas.
Porque, aún teniéndolas, habrá quien ponga en duda si no hubo provocación previa.
Porque se dudará de si no nos sentiríamos halagadas por esos piropos que en realidad son otra cosa o por el interés sexual mostrado hacia nosotras.
Porque nosotras mismas tenemos prejuicios, y dudamos de si sería verdad que nos tocaron el culo a propósito o fue un roce casual.
O nos culpabilizamos porque... «joder, quién me mandó a mí salir con este escote tan tremendo».
Y, si a eso añadimos que las profesionales de las que hablamos correrían el riesgo de tirar por la borda sus carreras, o de que ni siquiera empezaran, en el caso de las más novatas... ¿de verdad podemos culparlas de que titubeen a la hora de denunciar, a la hora de dar nombres?
Hace pocos años, no mucho más de dos o tres décadas, se sospechaba de las mujeres maltratadas. ¿Lo hemos olvidado? Se decía que nadie podía saber lo que pasaba dentro de una casa o se hablaba de provocaciones por parte de la mujer. Se hablaba de «crímenes pasionales» donde hoy decimos alto y claro «violencia machista». Quizá con el acoso pase igual. Quizá dentro de algún tiempo, de poco tiempo, nadie pondrá en duda la palabra de una mujer cuando dice que ese hombre... sí, ese tan conocido y prestigioso en su profesión, le tocó una teta y la coaccionó. Y él será denostado por la opinión pública y en ella veremos simplemente lo que es: una víctima del machismo estructural.
Pero aún queda trabajo por hacer para ello, y no nos queda más remedio que hacerlo juntas, formando una sororidad de mujeres que se apoye y se rebele contra comportamientos socialmente aceptados. Luchando juntas, y empezando por dejar de sospechar y culpabilizar a cualquier mujer que, valientemente, alza la voz contra el acoso.
Imágenes | Gtresonline.
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