Una frase que se escucha con cierta frecuencia en ambientes feministas es eso de «¡qué feliz vivía yo antes de pensar así!». Felices, tranquilas... con esa inocencia que da la ignorancia en ciertos temas. Con esa lejanía al compromiso que hacía que nos indignáramos menos, que nos fijáramos menos en lo que ocurría a nuestro alrededor.
El feminismo es necesario. La lucha por la igualdad en una sociedad aún manifiestamente desigual es casi una obligación. Y ninguna mujer comprometida debería sufrir por estarlo. El feminismo debería servir solo para hacernos más felices, para devolvernos lo que nos pertenece sin quitarnos ni un ápice de felicidad. Y quizá siguiendo algunos consejos podamos conseguirlo.
¿Y si dejamos el pasado en el pasado?
La revisión del pasado y el reconocimiento de quienes nos han permitido llegar hasta aquí es fundamental. Pero pasarse puede doler. Porque, con que hayan pasado unas pocas décadas (ni hablemos de siglos), ningún gran personaje histórico pasará el examen estricto de las gafas violetas.
El mundo y el pensamiento están en constante evolución (¡por suerte!) e incluso nosotras mismas, el pensamiento feminista actual, por muy progresista que nos parezca ahora, probablemente seremos juzgadas como machistas dentro de doscientos o trescientos años. No juzgar el pasado como si fuera presente puede servir, como mínimo, para no volvernos locas revisando cada instante o personaje de la historia.
La ficción es ficción
Y eso no justifica que se nos venda ficción machista como si fueran comportamientos aceptables o románticos, por ejemplo. Pero tampoco podemos perder de vista que la literatura o el cine se han nutrido de fantásticos villanos, que lo han hecho más grande. Y, por suerte, ya casi todos consideramos villanos a los machistas.
Pero no es lo mismo disfrutar de una ficción que aprobar su ideología. ¿O acaso que nos hayamos pasado años enganchados a Dexter significa que admiremos a los asesinos psicópatas? ¿Queremos convertirnos en narcoterroristas después de tres temporadas de Narcos? Pues en el machismo... igual. Porque nadie quiere vivir en un mundo en el que la pederastia es aceptable en la vida real, pero tampoco suena demasiado bien un mundo en el que Lolita nunca habría existido.
Boicotear solo hasta donde nos apetezca
Y hacerlo con las empresas que amplían la brecha salarial o con los partidos políticos que no incluyan políticas de igualdad, por ejemplo. Pero ¿de verdad tenemos que sacarnos un listado de películas producidas por Harvey Weinstein para no volver a ver ninguna? ¿Dejar de ver House of Cards por lo que hizo Kevin Spacey? ¿No volver a disfrutar de una película de Woody Allen?
Cada una pondremos la barrera donde nos parezca aceptable. A nosotras. De forma individual. Y, si nos encanta Extremoduro, no jurar que jamás volveremos a escucharlo porque Puta y Golfa sean dos de sus grandes éxitos. O, si queremos ver Annie Hall, hacerlo sin sonrojo.
Disfrutar de cada pequeña victoria
Cuando hay tanto (tantísimo) trabajo por hacer para alcanzar la igualdad, es fácil que las victorias nos dejen el regusto amargo de que aún estamos lejos del objetivo. El mundo evoluciona poco a poco y no vamos a conseguir la igualdad total de un día para otro (aunque nos encantaría).
Disfrutemos de esas victorias que tantas veces nos parecen pequeñas. Pero disfrutémoslas de verdad. Saboreando el esfuerzo que ha implicado conseguirlas. Y, al día siguiente, volvamos a la pelea por la siguiente victoria. Pero con la certeza de que la disfrutaremos cuando llegue.
Enorgullecernos del lado lúdico del feminismo
No, no somos unas señoras amargadas con el ceño permanentemente fruncido. De hecho, nos compadecemos de quienes piensan que somos así. Comprometernos en una causa común ha hecho que conozcamos a gente nueva, que hagamos amigas con las que compartimos ideales, que nos comprometamos en una sororidad que hace unos años nos parecería una utopía.
Las manifestaciones y movilizaciones están para reivindicar, por supuesto que sí, pero también son una ocasión maravillosa para unirnos, para compartir ocio, para descubrirnos. Porque unidas y felices seremos aun más fuertes.
Apreciar la buena voluntad
No todos aprendemos o nos concienciamos al mismo ritmo. Y es fantástico que cada día seamos menos tolerantes con el machismo, pero también lo es ser comprensivos con los pequeños avances. Ni todos tenemos la misma edad ni venimos del mismo entorno social o cultural. Y quizá vale más un «a ti no te hace falta ningún hombre para ser feliz» por parte de una abuela que un gesto mucho más avanzado por parte de una chica millennial.
Y lo mismo ocurre con los hombres. Es evidente que la experiencia del feminismo se vive de diferente manera siendo mujer que hombre. Y seguro que muchos estarían dispuestos a comprometerse si comprendieran mejor nuestra lucha. Mejor explicarles nuestra postura y asumir que la comprenderán más lentamente que nosotras que considerar que son todos unos machistas a los que mantener al margen.
Aprender de nuestro pasado, no avergonzarnos
Echemos la vista atrás. ¿Siempre hemos sido feministas? Seguro que no. Sobre todo si tenemos ya una edad. Por lo que decíamos antes de que el mundo cambia día a día y hoy nos asustamos (de nuevo, por suerte) con cosas que hace unos años nos parecían de lo más normal. Avergonzarnos de lo que fuimos es una forma de hacernos daño demasiado gratuita. Mejor aprender de aquello, de errores que ya no repetiremos y enseñanzas que sacamos para mostrar a las generaciones que vienen.
Dormir tranquilas, sabiendo que hemos aportado nuestro granito de arena
Desde los grandes gestos a los pequeños cambios. Desde las grandes movilizaciones o huelgas a ese comentario machista que le afeamos a un compañero de trabajo. Todo suma. Todas sumamos. Y, al meternos cada noche en la cama, mejor dormir tranquilas sabiendo que hemos hecho lo que estaba en nuestra mano para conseguir la igualdad que torturarnos pensando en todo lo que queda por conseguir. Llegará. Entre todas. Dejando que el feminismo nos haga felices y no nos robe ni una experiencia vital.
Imágenes | Gtresonline, Patrick Tomasso, Alexa Mazzarello, Nicole Adams, Ian Schneider y Jerry Kiesewetter.
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