“La gente que no sabe estar sola es la que más sola está”, le decía a mi amiga que se sentía abrumada porque su ex, recién separado de ella, acababa de enamorarse de otra.
“Ya te digo”, me respondía ella. “La gente suele hacer estas cosas para no tener que afrontar la triste realidad. Saltan de una relación a otra por miedo a quedarse solos, pasan todos los días fuera de casa, rodeados de gente que no les importa por pánico a encontrarse a solas con sus pensamientos…” Mi amiga me lo estaba diciendo, de una manera automática, sin mirarme siquiera, mientras repartía “likes” en las fotos de los Instagrammers.
Me invadió una tristeza enorme.
Sí, el no saber estar solo no es nada nuevo. De toda la vida había gente que amaba la soledad y gente que la vivía evitándola. Había de todo, ahí está la gracia. Ahora prácticamente todos estamos cortados por el mismo patrón. Y, lo peor del asunto, es que no sólo todos somos iguales, sino que todos, absolutamente todos, lo negamos y nos creemos diferentes a los demás.
Tanto ella, la que odia el postureo y regala “likes” a diestro y siniestro, como él, el que se ríe de los bloggers y está saliendo con una. Tanto vosotros, los que os cachondeáis de los gurús sospechosos, como nosotros los que escribimos sobre la mierda del mundo en el que vivimos, y, mientras tanto, esperamos vuestros comentarios al respecto.
Todos estamos sumergidos en una rutina de soledad. Algunos más, otros menos. Pero no hay nadie, hoy en día, que esté conectado y desconectado a la vez.
No sé en qué momento se nos fue tanto la pinza. Tenemos tiempo para soltarle un piropo barato a una it-girl que nos cuenta los secretos de su preciosa vida y se nos olvida llamar a mamá para decirle “te quiero”. Nos creemos más a un desconocido que “valoró” nuestra foto con filtro que a una amiga porque “nos ve con buenos ojos”. 55K de seguidores en Instagram atraen más que ser buena persona.
No sé en qué momento las redes sociales dejaron de ser una diversión para convertirse en la necesidad vital, ni cuándo habíamos dejado de compartir los momentos para inventarnos la vida que nos gustaría tener.
No sé en qué momento empezamos a disfrutar más de hacerle foto a un desayuno que de comerlo después. Tampoco sabría decir por qué nos ayuda más una fotogénica taza motivadora llena de café con espuma que un abrazo.
No sé cuándo empezó el desmadre. Pero llegó e inundó nuestros mundos de soledad. Porque, poco a poco, el grado de nuestra felicidad empieza a depender de la vida que tenemos detrás de la pantalla.
Ya sé que no es nada nuevo. Que todos escribimos miles y miles de artículos sobre lo malo que es Internet, y los escribimos, precisamente, en Internet.
¿Pero sabes qué? Si, al leer esto, llamas a tu madre (pareja, hermano) para decirle que esta noche cenas en su casa y, antes de llamar a su puerta, apagas el móvil, algo habremos hecho bien.
Si podemos convertir el arma de destrucción masiva en una fuente de inspiración emocional, ¿por qué no intentarlo?
En Trendencias | Los seguidores en RRSS, ¿una nueva adicción que puede acabar con tu vida y tu felicidad?
Ver todos los comentarios en https://www.trendencias.com
VER 9 Comentarios