Nos encanta trabajar, la independencia que nos proporciona, la ambición bien entendida y calcular a cuántos zapatos nuevos equivale esa subida de sueldo que nos han prometido para final de año. Y que nos merecemos muy justamente.
Pero, reconozcámoslo, la cosa no es tan fácil como nos lo imaginábamos en la universidad (en realidad, se parece más bien a una versión gore de la película Atrapado en el Tiempo) y ser una mujer trabajadora en pleno siglo XXI es agotador, tan frustrante como no entrar en el bañador de tu adolescencia y con una gran carga de estrés. Y además es muy probable que sufras alguno de estos síndromes (que sí, nos hemos inventado, pero si existiera la justicia universal alguien debería crearlos para luego estudiarlos).
Síndrome del Email lleno
La bandeja de entrada de nuestro correo electrónico es como la montaña de la ropa sucia: siempre hasta arriba y siempre llena de cosas que revisar, ordenar o tirar a la papelera. Y por mucho empeño que pongamos en revisarlo cada media hora siempre nos hará sentir como Sísifo, aquel pobre hombre de la mitología griega que se pasaba el día subiendo una piedra a la montaña para tener que volver a empezar al día siguiente. Menos mal que no existen los mails desparejados como los calcetines, porque ¡ya lo que nos faltaba!
Síndrome de no pido ayuda aunque la necesito
Se cuenta que es más difícil que una mujer trabajadora pida ayuda cuando no pueda más que encontrar a una persona que entienda Mullholand Drive de David Lynch.
Ese absurdo rechazo a reconocer que no podemos hacernos cargo de absolutamente todo solo es comparable con ese otro mito que dice que los hombres no soportan reconocer que se han perdido y pedir indicaciones.
Síndrome de la mujer acelerada
Vale, este síndrome no nos lo hemos inventado nosotros sino la doctora Libby Weaver y ya hace un tiempo os hablamos de él. Las mujeres que lo sufren siente como si les hubiera poseído una montaña rusa emocional o como si sufrieran constantemente el síndrome premenstrual, lo que es un incordio terrible porque nadie ha dado con unos analgésicos para aliviar esto.
Síndrome de la actividad máxima
El otro día alguien colgó en Twitter esta frase de Pablo Coelho:
“Un día despertarás y descubrirás que no tienes más tiempo para hacer lo que soñabas. El momento es ahora, actúa”.
Pues bien, muchas mujeres trabajadoras practican esta máxima a rajatabla y de manera literal, acusando un problema de comprensión lectora gravísimo. Porque, aunque nos lo neguemos a nosotras mismas, parar y no hacer nada por un rato también es actuar y dedicarle tiempo de verdad a algo que nos gusta y es necesario. A veces lo que soñamos es simplemente disfrutar de no hacer nada, de no tener objetivos, ni ambiciones, ni metas. A veces lo que soñamos es disfrutar de un rato de vaguería total...
Síndrome de la insatisfacción constante
O también podemos decir que tenemos un Síndrome del Impostor que no te menees. Todo lo que hacemos nos parece insuficiente, nada es tan bueno como creemos que debería ser y nos juzgamos mucho más severamente que a los demás. Sí, todo el mundo se siente bien en su piel, menos nosotras, que pensamos que nos hace culo carpeta.
Síndrome del WhatsApp interconectado
Imaginemos que un día entramos en una habitación y allí se encontraran todas las personas, pero todas, que conocemos en este mundo: nuestra madre, nuestras amigas del colegio, los amigotes con los que salimos cada fin de semana, los compañeros del trabajo actual (y de los anteriores), nuestra pareja, los padres de los compañeros del colegio de nuestros hijos y más y más... ¿nos plantearíamos hablar con todos ellos a la vez? Pues eso mismo hacemos a través del WhatsApp: manteniendo decenas de conversaciones paralelas a la vez. Lo que a este paso nos conducirá a estar más grillados que el protagonista de la película Múltiple.
Síndrome de la media jornada que se convierte en triple
Seguimos siendo las mismas estupendas profesionales que éramos antes de pedir la jornada reducida y encima cobramos mucho menos, pero la triste realidad es que en la mayoría de los casos terminamos haciendo el MISMO trabajo que antes de pedir la media jornada (batiendo todos los récords mundiales de contención de vejigas para sacarlo adelante) y sacamos muchas cosas fuera de nuestro horario "oficial".
Y por si esto nos parece poco, tener media jornada también implica convertirnos en seres invisibles para nuestros jefes= sin derecho a subidas de sueldo, sin derecho a promociones, sin derecho a que se nos considerara para nada medianamente interesantes y sin derecho a palmaditas en la espalda (que están muy caras en el mercado laboral). Ah, y por supuesto, olvídate de hacer pausas en el trabajo para tomar café, echar un cigarrito o cotillear las redes sociales y las últimas noticias.
Síndrome de lo guardo todo hasta que estallo
Tragar, tragar y tragar con todo hasta que se forma un nudo en el estómago y no podamos más. Si hay un dicho que dice "todo lo que sube, baja", debería haber otro que dijera algo así como "todo, absolutamente todo, lo que te guardas para dentro y que no tiene sentido que lo hagas terminará saliendo de tu interior como una gran bola de fuego que lo arrasará todo".
Sindrome de hartura de tupper
Es que ya no podemos con ellos, ni un solo día más con esta tristeza de tartera. Es ya la hora de comer e Instagram está en plena efervescencia de imágenes de lo más sugerentes de fabulosos guisos y suculentos platos. Y, por supuesto, no hay ni un solo tupper en el horizonte de nuestra red social favorita. ¿Por qué? Porque los tuppers son feos, digámoslo bien alto, ¡son feos, muy feos, qué feos son! Y tienen el súperpoder de convertir en poco apetitosa cualquier cosa que metamos dentro (a excepción de las albóndigas de nuestras madres, que quedan divinas en cualquier lugar).
Foto principal| Malas madres
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