Cuando hablamos de modas peligrosas, seguro que lo primero que se nos viene a la mente son esos absurdos retos corporales que circulan por las redes sociales y que ponen en riesgo la salud de quienes se unen a ellos. Pero lo cierto es que la moda ha sido peligrosa en muchos momentos anteriores de la historia. Tanto que llegó a costar vidas. Hacemos un repaso a tendencias que hoy nos parecen absurdas, pero que eran de lo más común hace unas cuantas décadas.
Los corsés
Si pensamos en las torturas que sufrían las mujeres en otros tiempos por culpa de los dictados de la moda, los corsés ultra apretados que las mujeres tuvieron que soportar durante siglos se llevan la palma. Los corsés fueron especialmente populares en el siglo XIX, y se utilizaban para reducir al mínimo la cintura de la mujer y realzar su pecho. El corsé ha pasado desde entonces al imaginario colectivo como un símbolo de sensualidad.
Pero no es oro todo lo que reluce. Una lista publicada en 1874 llegó a relatar hasta 97 enfermedades relacionadas con el uso de esta prenda: indigestión, estreñimiento, mareos por falta de respiración, hemorragias internas e incluso estados de histeria y melancolía. Incluso The New York Times informó en 1903 de la muerte de una mujer después de que dos varillas de acero de su corsé se le clavaran en el corazón.
Las crinolinas
Las crinolinas o miriñaques eran los armazones que se utilizaban bajo las faldas para darles un volumen espectacular. Se utilizaron sobre todo en el siglo XIX. Entre 1850 y 1870, el tamaño del miriñaque fue aumentando y, cuanto más voluminoso, más a la moda el outfit. Existían dos versiones de las crinolinas: podían ser más flexibles, fabricadas en lino, algodón y crin; o rígidas, hechas de acero.
El peligro de las crinolinas radicaba en el alto riesgo de incendio. En una época en que el fuego estaba muy presente en el día a día, en chimeneas, cocinas y en la iluminación, era fácil que una falda se prendiera. Si lo hacía, la mujer se veía atrapada en ella. La esposa del poeta Henry Wadsworth Longfellow, la archiduquesa Matilde de Austria y dos hermanastras de Oscar Wilde fallecieron de esa manera. El New York Times llegó a proclamar en 1858 que las crinolinas provocaban unas tres muertes por semana como promedio.
El vendado de pies
En China, fue costumbre durante siglos vendar los pies de las mujeres de manera que los dedos quedasen doblados bajo la planta. Solía hacerse a las niñas a partir de los siete años y, con el tiempo, los huesos se acababan quebrando y el arco del pie se elevaba de manera que el talón casi acababa tocando el metatarso. El largo ideal de un pie vendado era de siete centímetros.
En 1912, se prohibió la práctica, aunque todavía se siguió practicando durante algunas décadas más de forma privada. Los peligros de esta costumbre para la mujer son evidentes: deformación del pie, amputaciones, fracturas y mucho dolor.
Los polvos blancos
En el siglo XVIII, la moda dictaba que la piel debía ser lo más blanca posible. Para conseguirlo, las mujeres (y, en ocasiones, los hombres) utilizaban polvo blanco en su cara y también a veces en los hombros, el pecho e incluso en las pelucas. En zonas como las mejillas o los labios, además, se añadían polvos de color rojizo o rosado. Para la fabricación de estos rudimentarios cosméticos, se utilizaba, sobre todo, plomo.
El plomo, evidentemente, era muy perjudicial para la salud. Provocaba conjuntivitis, desgaste del esmalte dental, pérdida de piezas dentales, manchas en la piel, alopecia y, a la larga, si el abuso era excesivo y continuado, llegó a causar muertes.
Los vestidos verdes
En la época victoriana, cada temporada traía el resurgir de un nuevo color como el tono de moda para los vestidos más admirados de las reuniones sociales. Cuando le tocaba el turno al verde, diferentes tonos de este color se dejaban ver en las fiestas y bailes. Pero... no le salía gratis a la salud.
El color verde solo se podía conseguir en la época con una variante de arsénico, en concreto, con el arsenito ácido de cobre (CuHAsO3), que llegó a conocerse como Schloss Green (verde del palacio). Los más afectados por el contacto con este pigmento fueron los sastres, pero incluso quienes vestían las prendas sufrían el riesgo de envenenamiento si el contacto era muy prolongado.
Los collares rígidos
No han sido las mujeres las únicas que han sufrido los peligros de la moda en el pasado. Los cuellos de camisa intercambiables, que se pusieron muy de moda en el siglo XIX, tenían la característica de estar extremadamente almidonados hasta el punto de que, en determinadas circunstancias, podía llegar a cortar el flujo sanguíneo de la arteria carótida.
Una situación relativamente frecuente era que los hombres se quedaran dormidos sentados, en sus clubs, tras haber bebido de más, y sus cabezas se reclinaran hacia delante. El cuello les cortaba el flujo sanguíneo y/o la respiración, llegando a provocar la muerte por estrangulamiento, como en un caso reportado por el New York Times en 1888.
Los sombreros de copa
El sombrerero loco es un personaje que ha pasado a la historia gracias a Lewis Carroll y Alicia en el país de las maravillas, pero hay algo de real en la historia de los fabricantes de sombreros de copa de los siglos XVIII y XIX. El mercurio era un elemento fundamental en la fabricación de los fieltros de los sombreros, y la exposición a este elemento hacía enfermar a quienes estaban permanentemente en contacto con ellos.
Los síntomas de lo que se ha llamado «enfermedad del sombrerero loco» (aunque un artículo del British Medical Journal desmintió la conexión entre la ficción y la realidad) son, sobre todo, psicológicos: irritabilidad, timidez patológica y temblores.
Imágenes | María Antonieta, The New York Times, Wikimedia Commons.
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