De cómo serían recordados los científicos si se les tratara igual que a nosotras: Esposo, padre e inventor

Científico, esposo y padre. Lo hemos escuchado pocas veces, aunque seguramente muchos de los hombres de ciencia más famosos de la historia tenían una dimensión privada. Tan privada que apenas se habla de ella. Algo que nunca pasa con sus compañeras del género femenino, que todavía tienen que escuchar comentarios sobre su estado sentimental, su físico o su vestimenta. Hace unos días, la tuitera Daurmith, aka A.Torres, subió a Twitter unos tuits que nos han hecho replantearnos las diferencias que existen todavía entre hombres y mujeres. La hemos invitado a Trendencias para que nos cuente cómo surgió esta cadena de reflexiones en tuits:

Puedes seguirla en: @daurmith

“Es una verdad universalmente aceptada que toda mujer que alcance algún logro profesional significativo verá su estado civil reflejado en prensa.” Jane Austen, apócrifos

Quien dice su estado civil dice su aspecto físico, su modo de vestir o sus habilidades domésticas. Parece que es imposible reflejar méritos profesionales sin una cosa que demuestre que la entrevistada es, después de todo, una mujer, y por tanto es inevitable hablar de cosas tradicionalmente femeninas. No sé por qué ocurre esto, pero ocurre. Un estudio realizado en 2010 encontró que en artículos de prensa de Reino Unido sobre 51 científicos, se hablaba sobre la apariencia de la mitad de las mujeres, pero solo de un 21% de los hombres. Cuando murió Yvonne Brill, pionera en investigación aeroespacial, el New York Times no tuvo otra idea que abrir su obituario hablando de lo bien que cocinaba y del tiempo que dedicó a cuidar de sus hijos.

El reconocimiento no tiene nada que ver con su faceta como buena cocinera.

Esto no tiene nada de malo de por sí. Pero la insistencia en recalcar aspectos como la apariencia o el estado civil o el número de hijos cuando se da a conocer el logro profesional de alguna mujer es común. Mucho más que en los hombres. Y no es relevante.

Hace unos días escribí unos tuits hablando de científicos famosos como se hablaría de mujeres que hubieran conseguido esos logros. No pensé que ocurriría nada; los tuits irían bajando en mi cronología y se perderían como tantos otros miles de tuits.

Lo que ocurrió fue lo contrario. Los tuits empezaron a ser retuiteados a un ritmo frenético y al día siguiente mi cuenta había duplicado su número de seguidores. Unos días después los traduje al inglés. El efecto fue parecido, aunque menos vertiginoso. Era la primera vez que algo que yo ponía en Twitter tenía tanta repercusión.

Y los tuits no eran especialmente incendiarios. Elegí hacerlos con la amable condescendencia con que a veces se habla de alguna mujer notable, elogiando su belleza o su pericia culinaria, o hablando de su familia. Pierre Curie “encontró tiempo para el amor”. Newton tenía grandes ojos. Darwin amaba a su familia. Feynman era, digamos, desinhibido.

Todo esto es cierto. Es probable que si Feynman hubiera sido mujer su promiscuidad sexual no hubiera sido mencionada con tanta amabilidad, o siquiera mencionada en absoluto, pero es verdad que Schrödinger se casó (y que vivía en una relación poliamorosa), que Newton tenía grandes ojos y era delicado físicamente, que Lord Kelvin nunca tuvo hijos.

Nadie habla de que Schrödinger vivía en una relación poliamorosa.

Pero no es eso lo primero que sabemos de Feynman, Schrödinger, Darwin o Newton, ni tampoco la manera que tendrían de presentárnoslos: “Aquí Becquerel, casado y padre de un hijo”. “Te presento a Wallace, se le da genial la repostería”. No, todas estas amables estampas de sus vidas personales llegan una vez sus logros han sido glosados, narrados, explicados hasta la saciedad. Todos sabemos que Newton era un genio y que Darwin revolucionó la biología. Nadie cree necesario mencionar siempre junto a los descubrimientos de Feynman que era bastante casquivano.

Barbara McClintock, ganadora del Nobel de Medicina en 1983.

Cuando Barbara McClintock ganó el Nobel de medicina en 1983 la prensa consideró imprescindible informarnos de cómo le gustaba cocinar. De la neurocientífica Susan Greenfield se dijo, para abrir una entrevista en 2014, que tenía una “larga y juvenil melena rubia” y que llevaba un vestido rosa por encima de la rodilla y zapatos color crema.

La tendencia para hablar de científicas ha cambiado: se ha pasado de hablar de habilidades en el hogar a incidir sobre su grado de atractivo. Sigue siendo poco habitual encontrar la misma atención sobre el aspecto físico, la vida familiar o el estado civil de los entrevistados varones. Esa asimetría es lo que yo quise destacar; las diferentes prioridades que se aplican a la hora de hablar sobre hombres y mujeres son contraproducentes para ambos sexos.

La neurocientífica Susan Greenfield.

Los tuits están centrados en científicos porque tengo siempre muy presente la ciencia, pero podría aplicarse a cualquier otro campo. El deporte, por ejemplo: cuando los logros de las deportistas se describen en prensa van frecuentemente acompañados de alguna referencia a sus relaciones sentimentales o su apariencia. Como el desafortunado titular de “Y hasta se ha echado novio” en un por otra parte correcto artículo sobre Carolina Marín.

Cuando traduje los tuits al inglés me sorprendió una reacción en particular que no se dio entre la comunidad castellanoparlante: mucha gente consideraba que “no había nada de malo” en las biografías, que eran encantadoras, que ojalá se hablara más así de los hombres. ¡Por supuesto que no hay nada de malo en decir que Pierre Curie amaba a su familia o que Newton era guapo! Otra cosa sería, claro, si hubiera dicho que Feynman era una zorra, que Newton era una solterona amargada y antipática, o que Lord Kelvin renunció egoístamente a su sagrado deber de engendrar hijos. Los tuits no hubieran parecido tan encantadores, pero no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que las personalidades de esos tres hombres, vistas como si fueran mujeres, se hubieran descrito muy probablemente así. Y este es otro tema.

Es evidente que estos tuits no tendrán más repercusión que la fugaz y superficial que da internet. Pero en el momento de escribir este artículo sigo viendo que la mayoría de gente ha captado perfectamente el mensaje que quería transmitir, y eso me alegra. Parece que queda menos para que sea tan normal hablar con naturalidad de la vida familiar de Darwin o el sex appeal de Oliver Sacks como del trabajo de McClintock con los elementos reguladores del genoma o de la brillante labor de Mirzakhani en matemáticas.

En Trendencias|¿Cómo la neurociencia puede ayudar al mundo del lujo?

Ver todos los comentarios en https://www.trendencias.com

VER 2 Comentarios

Portada de Trendencias