La R.A.E. define cultura como el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico». Un conjunto de conocimientos en el que caben la pintura, la arquitectura, la literatura, la música, la danza... ¿Y la moda? Muchos se echarán las manos a la cabeza. «¿Moda? Por supuesto que no». Pero ¿estamos seguros? ¿Se puede ser realmente culto sin saber de moda? ¿Sin saber qué aportaron al pensamiento y el arte contemporáneo Christian Dior, Coco Chanel o Alexander McQueen? O, yendo más allá, ¿sin saber cuál es origen de la parka verde que ahora compramos en Bershka o en Mango? Los museos más importantes del mundo, que acogen exposiciones sobre moda cada vez con más frecuencia, y algunos historiadores y antropólogos nos acercan a la respuesta.
Desde el momento en que la ropa dejó de responder a una necesidad, la de cubrir nuestros cuerpos para protegernos del frío o de la desnudez, y pasó a cumplir, además, un objetivo estético, el de realzar la belleza de quien la viste, la naturaleza de la moda, como concepto, cambió. Los diseñadores buscaron comunicar, hacer sentir, transmitir algo a través de sus creaciones. ¿Ese nuevo concepto es arte?
Carolina Llopis, historiadora del arte y encargada del programa de Amigos del Museo Thyssen-Bornemisza, nos da su visión: «Pienso que la moda está empezando a abrirse un hueco importante en los museos por todas las cosas que comparte con la tradición artística: calidad estética, creatividad y un impacto en el público que puede estar a la altura de cualquier pintura, escultura o fotografía. Este tipo de exposiciones producen en el espectador el interés de poder contemplar en vivo lo que hemos visto reproducido a lo largo de la historia del arte, al igual que permite identificar muchos de esos diseños con referencias directas como Mondrian, Pollock, Kandinsky, etc, artistas que han influido en muchas creaciones con su tratamiento de los colores, formas y texturas».
«Para los que tienen una forma de ser racional, la moda es algo casi imposible de comprender». Bill Bryson, escritor británico.
Intentar resumir la historia de la moda en un par de párrafos sería tan imposible como hacerlo con la de la literatura o la pintura. Quizá esa sea una buena demostración de que sí es un arte a su altura y que, por lo tanto, conocerla nos convierte en personas cultas. Pero hay hitos que es difícil pasar por alto: Coco Chanel configurando la imagen que quedaría para la posteridad del París de los años 20. Christian Dior revolucionando la figura femenina con el new look de los años 40. Yves Saint Laurent diciendo que sí, que las mujeres podían llevar smoking. Mary Quant liberando las piernas de la mujer antes incluso de que se liberara su mente. Valentino ligando su nombre a un color sin necesidad de pantones.
No, no hablamos de que para ser culto sea necesario entrar dos veces por semana en Zara y distinguir las prendas nuevas de la colección. Eso es consumo. Es industria. Es otra cosa. Pero sí es cultura (económica) conocer qué sistema utiliza Inditex para que haya esas dos reposiciones semanales o es cultura (sociológica) conocer el impacto de Inditex sobre aquellos lugares donde instala sus centros de trabajo. Hablamos de que la moda llena museos, como nos confirma Carolina Llopis: «Cada vez que se inaugura una exposición relacionada con la moda, ya sea de fotografía, joyería, o una retrospectiva dedicada a un modisto en concreto, el público del Museo se renueva, atrayendo a visitantes más jóvenes».
William Cruz Bermeo, experto en historia de la moda y profesor en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, nos expone la diferencia entre arte y cultura: «Toda expresión de lo humano es constitutiva de la cultura, como sumatoria de las prácticas y discursos que una determinada sociedad naturaliza y acepta; que la producción de algunos de ejemplos se haya elevado a la categoría de 'culta' o de 'arte' es otra cosa, resultado de un proceso complejo que involucra múltiples factores, como el tiempo, la opinión de expertos o la percepción que generaciones posteriores se hicieron, o se harán, sobre esa producción cultural».
También destaca que la introducción de la moda como elemento artístico es algo reciente: «A nadie se le habría ocurrido, en 1927, introducir un petite robe noir como pieza de museo. Esto sucede ahora porque hay una visión distinta de la moda en el mundo de la intelectualidad: las lecturas culturales que se pueden hacer a través de la moda, su valor para establecer estudios de género, etc.».
«Entre la intelectualidad, el tema de la moda no se lleva. Provoca el reflejo crítico antes que el estudio objetivo, se la evoca para fustigarla, para deplorar la estupidez de los hombres». Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés.
Entonces, si hablamos de moda, ¿no debemos reconocer que Vivianne Westwood fue tan punk como Los Ramones? ¿No llevaba tanto arte a Studio 54 Diane von Furstenberg como Andy Warhol? ¿No es Stella McCartney tan transgresora como Banksy? ¿No tiene el mismo valor un boceto que acaba convertido en vestido que uno que se convierte en un lienzo colgado en un museo?
En la escena más recordada de El diablo viste de Prada, Miranda Priestly (magistralmente interpretada por Meryl Streep) le recuerda a Andy (Anne Hathaway) que no es buena idea burlarse del mundo de la moda. Que el jersey que ella lleva no es simplemente azul. Que es azul cerúleo. Y que lo lleva porque Óscar de la Renta presentó en 2002 una colección cerúlea que trascendió posteriormente a la fast fashion. Pero, sobre todo, le dice que se ríe de quien trabaja en moda porque se toma a sí misma demasiado en serio.
¿No será ese el verdadero problema de quien reniega de la moda como elemento cultural? ¿No es tomarse demasiado en serio a uno mismo pensar que la moda nos es completamente ajena? ¿Que Anna Wintour desde las páginas de Vogue no es una influencia cultural contemporánea tan determinante como quienes escriben en el New Yorker o en Time?
La moda es arte. La moda es cultura. Influye en la organización social, en la economía, en el arte, en el feminismo. Y seguirá haciéndolo mientras todos tengamos que echar mano de algo que ponernos encima cada mañana. Y mientras nos vistamos siendo conscientes de que en la imagen que dejaremos a las generaciones posteriores lo primero que llamará la atención serán las hombreras pronunciadas, las gafas de pasta, los flequillos imposibles o el largo de las faldas.
Imágenes | Gtresonline.
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