No todo lo que se vende en las tiendas más populares es digno de ser comprado. Y eso que las recomendamos una y otra vez porque suelen tener unos catálogos más que decentes a precios asequibles.
A veces caemos en el error de fiarnos de las tendencias que señalan estas marcas. Creemos que si lo pone Pepito, con la trayectoria que Pepito tiene en el sector, que le compramos siempre siempre a Pepito, con todo esto Pepito no puede vendernos porquerías. O al menos nos venderá menos porqueras que otros.
Pero esta vez Pepito nos ha vendido un zurullo muy grande.
En este caso Pepito es Zara, Zara Hombre. Mira que me he mirado veces el catálogo online, pero esta barbaridad no había saltado nunca a mis retinas como el otro día en la tienda. Y es que, al natural, lo bonito es más bonito pero lo feo, ¡ay!, lo feo también es más feo.
Se trata de unos zapatos fusión, los que podéis ver en la imagen que ilustra esta entrada. No tengo nada contra las fusiones. Me da igual si lanzan una OPA sobre Endesa o si se deshielan los polos. Me da igual hasta el flamenco fusión (no, miento, no me da igual, es una atrocidad), pero a la hora de mezclar hay que poner límites.
¿Que dónde? Bien, el límite está en mezclar loneta con charol. Sí, ese es un buen momento para decir basta. En moda, como prácticamente está todo inventado, el futuro siempre viene de fusionar. Y eso es bueno, que mezclen, que mezclen, pero con sentido común, por lo que más quieran. Coger el modelo de una zapatilla de lona vulgaris y hacerlo de charol es, se mire por donde se mire, malo. Muy malo.
Piensen conmigo. ¿Cuándo nos vamos a poner estas zapatillas tan bonitas? ¿Para ir a clase? El charol canta demasiado para llevarlo con vaqueros. ¿A la oficina? La forma de loneta es demasiado informal, y por lo que he podido observar en el blog a muchos se os exige un mínimo de formalidad para ir al trabajo. ¿A una boda? No, hombre, para eso ya tenemos las chanclas del otro día.
Así que chicos, tengamos esto presente la próxima vez que vayamos a nuestra tienda favorita: innovar sí, arriesgarse también, pero usando los ojos y pensando si aquello en lo que vamos a gastarnos nuestro tan duramente ganado dinero vale en realidad la pena.
En este caso, no.