Moda y Cine: 'American Psycho', el psicópata viste de Armani

La novela publicada en 1991 por Bret Easton Ellis bajo el título de American Psycho consiguió elevarse en poco tiempo hasta la categoría de clásico contemporáneo por retratar como ninguna hasta el momento a un yuppie desquiciado de Wall Street y por su estilo de monólogo perturbado. La adaptación cinematográfica homónima vino casi una década después para convertir en indeleble esta historia de dinero, sexo, hedonismo asesino y marcas.

La historia guarda ahora connotaciones especiales tras el crash de Wall Street y la crisis mundial del Capitalismo precisamente por situarse en el núcleo de esos hombres que durante unos años consiguieron tocar el poder absoluto. Para los aficionados al estilo y la moda, American Psycho es una mina: las referencias son inagotables, salpicadas de sangre, claro.

La cinta dirigida por Marry Harron en 2000 demostró a Christian Bale como a uno de los grandes de su generación. Su alter ego es Patrick Bateman, un perturbado que a los 27 años es, por influencia paterna, vicepresidente del departamento de fusiones y adquisiciones de la firma Pierce & Pierce. Antes de que conozcamos la afición de Bateman por descuartizar prostitutas, el personaje se nos presenta de una forma fascinante, un maníaco del hedonismo con profundos complejos por estrés comparativo que practica ejercicio de forma disciplinada, toma rayos UVA y sigue una rutina facial que excluye el alcohol en productos de afeitado y confía en la alta gama de cosméticos de Yves Sant Laurent para exfoliar, eliminar impurezas e hidratar.

Bateman viste trajes de Valentino, corbatas a rayas de Armani y gafas de Oliver Peoples (qué curioso que ahora se considere una marca indie) o Ray-Ban. Es un obseso del orden, la limpieza, la pulcritud, la perfección estética que él asocia directamente con la perfección moral: sus opuestos (la suciedad, las manchas, el mal olor de un mendigo, una elección de vestuario ligeramente errónea, un tinte de pelo desacertado) son propios de los perdedores, de los losers, ese término que ha terminado adquiriendo connotaciones cómicas pero que en su momento era el peor calificativo imaginable.

En la mente de este atractivísimo joven psicópata que al principio intentará ocultar sus manías antisociales, sexistas y racistas de su entorno social, la belleza es poder. Hay un momento revelador en la película en la que Bateman y sus colegas miden sus fuerzas, su posición en el mundo, a través de sus tarjetas profesionales, aquellas en las que indican su nombre, cargo y datos de contacto. La visualización por su parte y la de sus colegas del tipo de papel empleado, de la gradación del blanco, de la tipografía y uso de marcas de agua se convierte en una experiencia orgásmica y terrible, una extrapolación sofisticada del tradicional 'quién la tiene más larga'.

El personaje encarnado por Bale es sensible a la belleza en todas sus manifestaciones. Pronto descubrimos que es también un melómano de la música pop, y mientras planea sus actos de violencia desarrolla teorías sobre los mejores trabajos de Phill Collins o Whitney Houston. Cuando veáis o revisitéis la película, intentad hacer un recuento de todas las marcas que van apareciendo, casas míticas de finales de los 80 y del gusto de la alta sociedad neoyorquina: por ejemplo, ¿sabéis con qué desaloja un cadáver de su flamante apartamento en el American Gardens? Con una bolsa de Jean Paul Gaultier.

También las referencias a restaurantes de moda son continuas, como por ejemplo el Dorsia, que alcanzó aún más fama tras la película y después murió de éxito. (Por cierto, el reparto también es de lujo: William Dafoe, Reese Witherspoon, Jared Leto y Chloë Sevigny).

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