Después de que en el año 2005 Stieg Larsson publicara "Los hombres que no amaban a las mujeres" yo me dije "imposible. No hay hombres que no amen a las mujeres". Y es que seguro que todos, de una u otra manera, tienen alguna manera de amarlas. Los heterosexuales porque son el sexo opuesto y tienen motivos de sobra. Los homosexuales (hombres), porque tienen grandes amigas a las que adoran. Los que no aman a las mujeres... porque seguro que aman o amaron al menos a sus madres, o porque seguro que en algún lugar de sus maltrechos corazones se sienten fascinados por alguna característica de ellas.
Yo amo a las mujeres, y en especial a una, mi pareja. Cuando alguna vez me ha preguntado que por qué la amo no he sabido responder, o no he querido, porque en realidad son tantas cosas que es difícil, o irresponsable, seccionar el amor como si fuera la suma de unos cuantos factores y no un todo, con lo bueno y lo menos bueno de una persona. Hoy, sin que sirva de precedente, voy a cometer una irresponsabilidad. Voy a hacer ese ejercicio para explicar nueve cosas que amo de las mujeres (y que ojalá nos contagiaran).
1. Su capacidad de liderazgo
Que es una manera de decir que son muy capaces de organizar las cosas en general y de llevar a buen puerto lo que se proponen, incluso cuando deben apoyarse en otras personas. A nivel doméstico seguro que siempre habéis tenido muy claro quién sabía dónde estaba todo: mamá. A la hora de preparar las cosas para un viaje, no sé vosotros, pero yo acabo preguntándole a ella "¿me dejo algo?". Y cuando toca hacer actividades todos juntos, aunque sea yo el que la prepare, es ella la que se percata de detalles que a mí me pasan desapercibidos: "coge esto porsiaca", "podríamos parar aquí para...", "necesitaremos esto porque...".
Además, son multitarea. Nosotros tenemos que dejar de hacer una cosa para poder hacer otra (supongo que conoceréis la frase "espera, no me hables ahora que estoy caminando y mascando chicle"). Ellas no, y no deja de sorprenderme cómo logran hacer lo mismo que hago yo en menos tiempo y muchas veces mejor.
2. Su sensibilidad
Si una mujer es sensible, no es novedad. Es lo normal. Si un hombre es sensible, es gay o se dice que tiene muy desarrollado su "lado femenino". En realidad es una trampa, un tópico, parte de una identidad que nos hicieron creer de pequeños: "los niños no lloran". Pero ya sea por genética, ya sea porque hemos aprendido a reprimir nuestros sentimientos, ellas demuestran siempre una mayor sensibilidad en general. Quizás por eso en las profesiones que se requiere de ello, las del cuidado de las personas, las de apoyar a otras personas emocionalmente, son mayoría.
3. Su capacidad para fijarse en los detalles
Fijarse en los detalles y tenerlos. Los hay que somos muy románticos, pero es que ellas siempre tienen algún detallito, alguna frase que nos levanta la moral, un abrazo que no esperábamos, un beso robado, una sonrisa cuando más falta hace y esos ojos que les brillan siempre.
¿Por qué estás conmigo si eres mucho más cariñosa que yo? Le pregunté una vez... "no sé, porque me gusta cómo eres, aunque no seas tan detallista". Ese "aunque" me demostró que la pregunta era errónea, y que no era a ella a quién debía hacérsela. "¿Qué puedo hacer para que no exista ese 'aunque'?", me dije a mí mismo... "Quizás no tengo que pensar tanto en lo que ella me aporta, sino pensar más en lo que yo puedo aportarle a ella".
En un momento de la vida en que parece que todo acto debe tener una consecuencia en la otra persona, en un momento en el que parece que nos preocupamos más de la imagen que proyectamos, incluso midiendo al milímetro nuestro modo de actuar para parecer quien queremos ser (lo del postureo que comentamos hace un tiempo), que de aquello que podemos ofrecer como personas, creo que fue un buen punto de inflexión para empezar a ser un poco más como ellas: parece que ellas siempre piensan en nosotros, incluso cuando pasa el tiempo y la pasión y el amor efervescente dejan paso a una relación más madura, de cariño y amistad, con pinceladas de pasión, claro, (otra manera de amar). Nosotros, por entonces, tendemos a ser algo menos atentos.
4. Son más prudentes (en general)
Nos quejamos siempre de que conducen mal o peor, pero a la práctica tienen menos accidentes que nosotros. Son más prudentes conduciendo, menos temperamentales y más capaces de llevar una discusión a buen puerto. Sí, hay de todo, claro, pero en general parece que son más capaces de pensar dos veces antes de hacer o decir algo que pueda comprometerlas. Ya sabéis, somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras... nosotros hablamos menos, pero yo creo que la cagamos más.
5. Tienen un increíble don para las relaciones sociales
Tienen la capacidad de hablar con cualquiera y de cualquier cosa. A veces incluso nos preguntamos cuál es la finalidad de explicar según qué cosas, porque nosotros somos más prácticos: solo hablamos si tenemos que decir algo importante o interesante.
Ellas en cambio se cuentan por qué decidieron comprar tal vestido, por qué hoy se han peinado de esa manera, por qué al final no salieron con aquel chico, las cosas que su compañera de trabajo les contó, lo que cenaron anoche y un largo etcétera.
Hablan mucho más y como consecuencia escuchan mucho más. Esto hace que sean mejores comunicadoras que nosotros (y por eso son mejores líderes, porque hablan más y mejor y escuchan más y mejor) y que se hagan con cualquiera. Por poneros un ejemplo, desde hace dos años mis hijos van al colegio a un pueblo de al lado de nuestra ciudad. A ella le conoce ya medio colegio y todos piensan que vive ahí... yo solo conozco a unos pocos padres, y porque he ido a jugar algún partido de fútbol con ellos, que si no, ni eso.
6. Su capacidad para solucionar sus problemas
Tienen más herramientas para encontrar solución a sus problemas, y si no la encuentran, tienen cómo superar la ansiedad que les provocan. Al ser más comunicativas y ser más capaces de tejer redes de amistades y apoyos, no tienen problema en llamar a alguna de sus amigas o amigos y explicarles lo que les ha pasado. De ese modo reciben consuelo, cariño, o simplemente un hombro en el que llorar o un oído que escuche sus desahogos.
Nosotros también tenemos nuestros amigos, por supuesto, pero la probabilidad de que les contemos nuestros problemas es menor. Quizás sea por aquello de pensar que "todo el mundo tiene sus propios problemas" o por orgullo masculino, ese que hace que muchos no sean capaces de preguntar si se pierden en coche, cuando ellas pararían en cada cruce para confirmar que van bien.
7. Su tolerancia al dolor y a la enfermedad
Esto que os explico no es nada nuevo. Tienen una increíble tolerancia al dolor y a la enfermedad y por eso puedes verlas encontrándose mal, haciendo lo que hacen siempre, como si sus vidas no hubieran cambiado en absoluto. Nosotros, en cambio, somos mucho más sufridores, o lo llevamos peor. Un resfriado un poco fuerte o un virus puñetero nos tumba en la cama y encima esperamos que nos cuiden y tengan comprensión: "es que yo me encuentro fatal". Quizás por eso los hay que piensan que ellas muchas veces se quejan sin motivo, porque siempre están activas.
Jolín, si hasta las hay que dan a luz de manera natural, sin epidural (por otra parte, es que es lo más recomendable tanto para el bebé como para la madre). Si fuéramos nosotros los que tuviéramos que parir pediríamos que nos durmieran completamente a la segunda contracción y que alguien nos sacara al niño. Y una vez nacido el bebé, rogaríamos que alguien se hiciera cargo de él, pues necesitaríamos días, o semanas, para recuperarnos de tal trance físico.
8. Su instinto de protección, su querer estar protegida
Hay una cosa que me encanta de ellas y es que muchas de las decisiones que toman van relacionadas con su instinto de protección y su querer estar protegida.
El instinto de protección vendría a ser como su instinto maternal, pero extrapolado a sus relaciones sentimentales. Les gusta ver nuestras debilidades. Les gusta ver que también tenemos sentimientos, que tenemos flaquezas, que cojeamos en ciertos puntos, y sienten la necesidad de cuidarnos, de darnos apoyo y cariño en esos instantes. ¿Cómo si fueran una madre? Sí y no... ellas no quieren ser nuestras madres (y por Dios, espero que un hombre tampoco busque en su mujer una sustituta de la suya), pero se sienten bien protegiéndonos allí donde nos ven frágiles. Esto me fascina, porque los hombres tendemos por naturaleza a esconder cualquier signo de flaqueza y desde pequeños nos enseñan que si los muestras, eres débil, y que un hombre débil no puede salir adelante. Pero no, no es así. Un hombre con debilidades puede salir adelante perfectamente por sí mismo, y aún más fácil si tiene una mujer que conoce esas debilidades y le protege, o le ayuda a superarlas. Si ya lo dicen: detrás de cada gran hombre hay una gran mujer.
Ahora, tampoco creas que les encanta estar todo el día protegiéndote si estás lleno de fragilidades y lamentaciones. Una cosa es actuar dentro de un equilibrio y otra enamorarse de ti porque tienes una depresión de caballo... no creo que eso suceda. Y no lo creo, porque ellas también buscan en sus parejas aquella persona que les proteja. ¿De qué? No lo sé, porque hoy en día peligros no hay demasiados (y cuando los hay, suele ser mejor idea no hacerse el machito). Les gusta cuando las abrazas, cuando con tu cuerpo rodeas el suyo y se sienten cobijadas, cuando las escuchas si tienen algo importante que contarte, porque sienten que también pueden contar contigo, y cuando a pesar de tus lógicas debilidades (todos las tenemos y a ellas es imposible escondérselas) tienes seguridad en las cosas que haces, que dices y en las decisiones que tomas. Es decir, les gustan los hombres con personalidad porque las hacen sentir seguras, y ellas quieren a su lado a alguien que también pueda protegerles, aun cuando ese hombre no siempre entienda sus motivos: somos muy de decir "anda, no te enfades por eso, que no es nada", y deberíamos ser más de escuchar sus anhelos, validarlos, y dar apoyo. Y dar apoyo no es solucionar nosotros sus problemas, sino estar ahí por si nos piden ayuda. Escucharlas, ofrecer el hombro por si necesitan un abrazo, o llorar, y estar ahí para lo que nos pidan.
9. Están un poco locas
Y eso nos gusta, porque al fin y al cabo es la espontaneidad, el salirse un poco de lo establecido, lo que hace palpitar el corazón. Ese "están un poco locas" es el que hace que se atrevan con cosas que a nosotros nos puede dar un poco más de respeto, y nos sirve como empujón para salir de nuestra zona de confort. ¿No acabo de decir que detrás de un gran hombre hay una gran mujer? Pues la cosa va también un poco por aquí. Son ellas las que en caso de dudas, por nuestra parte, acaban por darnos el empujoncito, el "venga, atrévete", el "si no lo haces, nunca lo sabrás" y el "si acaso te puedes arrepentir de algo, es de no haberlo intentado".
¿Ojalá nos las contagiaran?
Claro. Ojalá nosotros fuéramos así en muchos sentidos, o en todos. Ojalá fuéramos más comunicativos, más abiertos, mejores escuchando, más empáticos y emocionales, más cariñosos, más hábiles en el día a día... muchos hombres ya son así, pero muchos distan mucho de acercarse a este modo de actuar y de ser.
Esto no quiere decir que ojalá fuéramos igual que las mujeres. La gracia del asunto es que podemos ser un poco más como ellas y seguir siendo diferentes. Y ojalá siempre sigamos siéndolo, porque lo que nos hace únicos y especiales a cada uno de nosotros es precisamente aquello que nos diferencia del resto.
Las nueve cosas, que son mías
Antes de que me saltéis a la yugular, deciros que lo que acabo de hacer no es más que una interpretación de las mujeres totalmente subjetiva. Son estas las nueve cosas que más amo de las mujeres, o que más me sorprenden, de aquellas a las que he conocido. ¿Es una generalización? Por supuesto, lo es. No todas son así, no todas hacen todo lo comentado y no todos somos como los hombres que he mencionado, pero he querido hacer este ejercicio por tratar de conocerlas un poco más y entender un poco más su mundo, si cabe.
Sois libres de añadir o quitar los puntos que queráis y decir cuáles son las nueve, doce o dieciséis cosas que más amáis de ellas. Solo por el mero hecho de pararte a pensar en ellas, acabas queriéndolas un poco más.
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