"La máquina que Galliano y McQueen ayudaron a crear se los comió vivos": hablamos con Dana Thomas, autora de la lectura de alta costura para el verano

Alexander McQueen y John Galliano fueron el espejo del mayor cambio experimentado por la industria de la moda en las últimas décadas. Esto es, al menos, lo que afirma la periodista de moda estadounidense Dana Thomas en su libro Dioses y reyes (Superflua, 2018). Un cambio de modelo que, según detalla la autora, transformó el negocio, llevándolo a un nivel más comercial y menos creativo.  

En medio de ese terremoto, Thomas considera que las grandes corporaciones se aprovecharon del talento creativo y la capacidad para generar espectáculo de los dos diseñadores.    

Ambos llegaron a la escena internacional casi simultáneamente para sacudirla de su "estupor burgués" con sus "innovadores, complicados y seductores diseños", tal y como los describe Thomas en el libro. Sin embargo, un ejemplo de cómo la fama y este cambio de paradigma llegó a afectarles negativamente podría encontrarse en una anécdota reflejada en el en sus páginas. 

Está relacionada con el abuso de sustancias de McQueen y tiene lugar una noche trabajando a contrarreloj en el taller, cuando el diseñador trajo cocaína para ayudar a coser al equipo. Una droga que había empezado a tomar para aliviar los dolores de espalda que le producía pasarse horas inclinado sobre una máquina de coser industrial y la mesa de cortar patrones.  

La presión y el cada vez mayor número de colecciones por año habría acabado pasándoles factura a ambos precipitando el suicidio de McQueen en 2010 y el despido de Galliano en Dior un año después, tras ser arrestado por discutir con una pareja a la que profirió insultos antisemitas y racistas.

Aunque, en esta biografía cruzada, no solo analiza el ascenso y caída de los dos diseñadores sino que la autora también ha encontrado muchos paralelismos entre sus vidas. 

A pesar de que John Galliano era diez años mayor que McQueen, tuvieron vidas similares: ambos estudiaron en la Saint Martins y deslumbraron con sus colecciones de graduación, provenían de familias humildes, se criaron en un entorno hostil a su personalidad y trabajaron para Bernard Arnault, dueño de LVMH

Tal vez, la mayor diferencia entre ambos se haya dado de forma póstuma ya que, mientras que Galliano está teniendo que ganarse una segunda oportunidad con esfuerzo y sudor, la buena reputación de McQueen no ha hecho más que aumentar tras su muerte. 

Dana Thomas, que es colaboradora habitual de medios como Vogue o The New York Times y que goza de prestigio internacional, ha contado para escribir este libro con la ayuda de más de 150 fuentes. Entre ellas se encuentran personas que conocieron personalmente a Galliano y McQueen: amigos, personal de sus equipos y hasta el diseñador Tom Ford

La lectura es amena, rápida a pesar de lo extenso del volumen (568 páginas) y accesible. No son necesarios conocimientos previos muy profundos sobre moda para poder disfrutar del libro y engancharse a la historia de estos dos genios.    

Y como la autora consigue transmitir tan bien su amor por la moda como arte, hemos hablado con ella sobre ese gran cambio que vivió el mundo de la moda hace dos décadas, cómo afectó a los diseñadores y sobre el estado actual de una industria que cada vez se parece más al fast fashion.
 

Para Galliano y McQueen fue clave la gran transformación que el mundo de la moda vivió en los años 90, ¿qué les trajo de bueno este cambio?

En aquella época, la moda estaba transicionando de las casas dirigidas por familias, o por sus fundadores, a empresas globales. Muy a menudo eran absorbidas por grupos de lujo y se convertían en propiedad de magnates temerarios. La inversión financiera que estos magnates hicieron en McQueen y Galliano contratándolos para estar al frente de Givenchy y Dior les permitió explorar su creatividad y ampliar su alcance de una forma en la que nunca podrían haberlo hecho por su cuenta.

¿Y lo peor? 

Las exigencias crecieron hasta convertirse en demasiado para los dos. Las casas se convirtieron en marcas gigantescas y el ciclo de la moda se aceleró a un ritmo que el siempre meticuloso McQueen y Galliano no podían mantener. En 2012, entre su propia marca y Dior, Galliano supervisaba 32 colecciones al año. Los dos colapsaron a su manera. 

¿Cómo eran sus vidas antes?

Sus vidas como diseñadores eran relativamente simples: sacaban dos colecciones al año, lo hacían casi todo ellos mismos, vendían un poco, ganaban algo de dinero y tenían un equipo pequeño, compuesto principalmente por amigos. Eran estrellas para los seguidores de la moda pero no para el resto del mundo. Podían andar por la calle, coger el transporte público y cenar en restaurantes sin que los reconocieran. 

¿Hasta qué punto cambiaron después?

Se convirtieron en celebridades. Tenían un gran equipo que dirigir, jefes poderosos, accionistas a los que complacer y un ciclo sin fin de colecciones. Era una vida complicada y una carga muy grande, lo que hizo estragos en su creatividad y salud, tanto física como mental. Era demasiado. La maquina que ayudaron a crear se los comió vivos.

Después del declive de ambos, ¿cómo ha seguido evolucionando la industria? 

Se ha ido volviendo más corporativa y menos creativa. Datos, analíticas... Esto es lo que determina ahora lo que se hace y lo que llega las tiendas físicas y virtuales. Las redes sociales han hecho a los diseñadores incluso estar más expuestos públicamente y ser más vulnerables. La moda es también más rápida. Un desfile de Galliano para Dior duraba antes una hora. Te deleitabas con cada modelo a medida que se iba acercando. Incluso algunos editores hacían bocetos. Ahora duran siete minutos y todo queda registrado en móviles. Nadie tiene ya tiempo para pararse a contemplar la ropa y su mensaje. Consumes y pasas a otra cosa. 

Entonces, ¿en qué se diferencian realmente, a día de hoy, las casas de lujo y las marcas de fast fashion? 

En la calidad de los materiales y el precio. Las tiendas de lujo son más opulentas y tienen unos dependientes más atentos pero el ciclo de la ropa es el mismo: rápido en su concepción y venta. Hay más colecciones cápsula, más tiendas, las temporadas ya casi no existen. Ambos tienen ahora el mismo objetivo: vender tantas prendas como sea humanamente posible. El lujo era exclusivo, lo que le daba el caché era su rareza. Ahora es algo de masas. No hay nada exclusivo en una marca que factura 10.000 millones de dólares en ropa y accesorios cada año. 

Con este panorama, ¿es posible encontrar arte en la moda? 

Si, en su día, McQueen y Galliano lo demostraron. También Saint Laurent con sus elaborados bordados Lesage y Balenciaga con sus vestidos de trapecio como los arcos arbotantes de Notre-Dame. Y lo sigue habiendo. Me impresionó mucho, hace poco, un estudiante de la Central Saint Martins que, en el desfile de fin de curso, sacó a las modelos dentro de globos enormes y coloridos que, cuando el aire salía y se encogían, se pegaban al cuerpo y se convertían en ropa. Eso es arte. 

Volviendo a Galliano y McQueen, dado el coste que tuvo en su propia vida la presión de la industria, ¿no estaría el mundo de la moda siendo hipócrita con él teniéndolo como un estandarte pero no haciendo autocrítica? 

No creo que después de su muerte el mundo de la moda esté siendo hipócrita con McQueen. 

Y a Galliano, ¿lo veremos resurgir de sus cenizas? 

Ya lo está haciendo discretamente. El tiempo, el trabajo duro y la redención harán que la mancha en su carrera y en su persona se borre. Habrá una nueva generación de consumidores que no sabrán de su crisis o que no entenderán lo dramática que fue. Ellos lo querrán por la misma razón por la que todo el mundo lo amaba en los años 80 y 90: su extraordinario talento y sus creaciones que son pura belleza. 

Fotos |Gtres, Superflua y Carey Institute for Global Good .

Dioses y reyes: Ascenso y caída de John Galliano y Alexander McQueen (Moda y memoria)

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