«El olor de las almendras amargas...» y los otros 30 mejores comienzos de novelas de la historia de la literatura

Una frase. O dos. Unas pocas líneas. A veces, eso es todo lo que necesitamos para enamorarnos... literariamente hablando. Da igual que hablemos de una novela corta o de un volumen que sobrepase las mil páginas, las primeras líneas importan. Y mucho, en ocasiones. Son las que pueden provocar el flechazo, las que nos obligan a seguir leyendo, las que nos hacen sentir que hay algo más en ese libro que merece la pena descubrir. A veces conocemos desde ese primer párrafo cuál será el detonante del conflicto y otras veces simplemente nos enamorará la belleza de las palabras. Estos son nuestros treinta y un comienzos favoritos de novelas de la historia de la literatura:

El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados».

El médico, de Noah Gordon

«Aunque en su ignorancia Rob J. consideraba un inconveniente verse obligado a permanecer junto a la casa paterna en compañía de sus hermanos y su hermana, esos serían sus últimos instantes seguros de bienaventurada inocencia».

El guardián entre el centeno, de J.D. Sallinger

«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso».

La campana de cristal, de Sylvia Plath

«Era un extraño y bochornoso verano, el año en que electrocutaron a los Rosenberg, y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York».

Historia de dos ciudades, de Charles Dickens

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».

Una habitación propia, de Virginia Woolf

«Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver esto con una habitación propia? Intentaré explicarme».

Scaramouche, de Rafael Sabatini

«Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio».

Paraíso, de Toni Morrison

«Disparan primero contra la chica blanca. Con las demás pueden tomarse el tiempo que quieran. Ahí no hace falta que se den prisa. Se encuentran a veintisiete kilómetros de un pueblo que, a su vez, queda a ciento cuarenta y cinco kilómetros del más cercano. El convento tendrá muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar».

Lolita, de Vladimir Nabokov

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta».

En el caso de Lolita, el gran valor de su comienzo está en la musicalidad, por lo que merece la pena leerlo también en su versión original en inglés:

«Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta».

El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald

«En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que, desde aquella época, no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.

'Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien' —me dijo— 'recuerda que no todo el mundo ha tenido las oportunidades que tú tuviste'».

Chica en guerra, de Sara Nović

«La guerra en Zagreb empezó por un paquete de cigarrillos».

Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez

«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro».

Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson

«Estábamos en algún lugar de Barstow, muy cerca del desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. Recuerdo que dije algo así como:

—Estoy algo volado, mejor conduces tú...

Y de pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor y el cielo se llenó de lo que parecían vampiros inmensos, todos haciendo pasadas y chillando y lanzándose en picado alrededor del coche, que iba a unos ciento sesenta por hora, la capota bajada, rumbo a Las Vegas».

En el camino, de Jack Kerouac

«Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos. Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, excepto por que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y mi sentimiento de que todo había muerto».

A sangre fría, de Truman Capote

«El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, un territorio solitario que el resto de habitantes de Kansas llaman 'allá'».

El extranjero, de Albert Camus

«Mamá ha muerto hoy. O tal vez ayer, no lo sé. He recibido un telegrama del asilo: 'Madre muerta. Entierro mañana. Sentido pésame'. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer».

Todo lo que no te conté, de Celeste Ng

«Lydia está muerta. Pero esto aún no lo saben».

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

«Acabo de regresar de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario vecino va a inquietarme por más de una causa».

Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain

«No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado 'Las aventuras de Tom Sawyer', pero no importa. Ese libro fue escrito por el señor Mark Twain, y contó la verdad. Casi siempre. Algunas cosas las exageró, pero en su mayor parte dijo la verdad. Eso no es nada».

El mensajero, de L.P. Hartley

«El pasado es un país extranjero. Hacen las cosas de diferente manera allí».

Middlesex, de Jeffrey Eugenides

«Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974».

Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

«Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa».

La metamorfosis, de Franz Kafka

«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto».

Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, de Annabel Pitcher

«Mi hermana Rose vive sobre la repisa de la chimenea. Bueno, al menos parte de ella. Tres de sus dedos, su codo derecho y su rótula están enterrados en una tumba en Londres. Mamá y papá tuvieron una discusión de las gordas cuando la policía encontró diez pedazos de su cuerpo. Mamá quería una tumba que pudiera visitar. Papá quería incinerarlos y tirar las cenizas en el mar».

Ana Karenina, de León Tolstoi

«Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desgraciada tiene un motivo especial para sentirse así».

Lancha rápida, de Renata Adler

«Nadie murió ese año. Nadie prosperó. No hubo nacimientos ni matrimonios. Se escribieron diecisiete sátiras reverentes: alterando un cliché y, supongo, creando un género. Eso fue un sueño, por supuesto, pero he descubierto que muchas de las cosas más importantes son las que aprendes durmiendo. La oratoria, el tenis, la música, el esquí, los modales, el amor... Lo intentas despierta y tal vez te rindas ante el obstáculo, pero enseguida has dado el salto. Has cogido el ritmo, de una vez por todas, durmiendo por la noche».

El camino, de Miguel Delibes

«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así».

1984, de George Orwell

«Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece».

Desde mi cielo, de Alice Sebold

«Me llamo Salmon, como el pez; de nombre, Susie. Tenía catorce años cuando me asesinaron, el 6 de diciembre de 1973».

Imágenes | Amazon.

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