Jonathan Safran Foer, respaldado por datos, estudios y la opinión de científicos expertos en la materia, es muy contundente en su nuevo libro, Podemos salvar el mundo antes de cenar (Seix Barral): "cambiar nuestros hábitos alimenticios no será suficiente, por sí solo, para salvar el planeta, pero no podremos salvar el planeta sin cambiar nuestros hábitos alimenticios".
Más concretamente, no sin reducir drásticamente nuestro consumo de productos animales. Algo por lo que él, vegetariano desde hace más de diez años, se reserva exclusivamente para la última comida del día el consumo de huevos y lácteos. A pesar de ello, afirma haber encontrado en los ganaderos a los mayores aliados de su obra y no haber sido calificado de "extremista" por nadie sino que, de hecho, suelen describirlo como "moderado".
Además de señalar lo cerca que estamos de "alcanzar el momento crítico en el que seremos incapaces de salvarnos, independientemente de los esfuerzos que hagamos" y argumentar cómo no cambiar nuestra dieta podría considerarse "un suicidio", también hace hincapié en explicar qué es lo que hace que sepamos y nos preocupe algo pero que, a pesar de ello, no actuemos.
Foer, más conocido por sus novelas Todo está iluminado y Tan fuerte, tan cerca, ambas adaptadas al cine y protagonizadas por Elijah Wood y Tom Hanks, respectivamente, es también un activista medioambiental preocupado especialmente por la cuestión del consumo de animales. Algo que ya demostró con su primer ensayo, Comer animales (Seix Barral, 2011), en el que se preguntaba cuáles eran las consecuencias para la salud de hacerlo y cuáles los efectos económicos, sociales y ambientales.
Con Podemos salvar el mundo antes de cenar se centra y amplía esta última cuestión, de la que recientemente hemos podido hablar largo y tenido con él durante su visita a Barcelona.
¿Cómo consiguió reducir su consumo de productos de procedencia animal solo a la cena?
Empecé muchas veces pero lo único que realmente me hizo cambiar fue tener un plan. En una de mis conferencias, una pareja me enseñó el plan con el que querían dejar de hacer las cosas como siempre. Me pidieron que firmara como testigo y ahí me di cuenta de que yo no tenía uno. Después pregunté a los oyentes quién creía en los datos científicos sobre el cambio climático y a quién le preocupaban. Todo el mundo levantó la mano. Sin embargo, cuando pregunté cuántos tenían un plan para vivir sus vidas en respuesta a ello, ni una persona lo hizo. Esa noche redacté el mío. Aunque a veces no lo cumplas al 100%, teniéndolo ya has creado una identidad para ti mismo.
¿Cuál era el plan de aquella pareja y cuál es el suyo?
Su plan era ser vegetarianos, salvo si les servían carne en casa de amigos, comer vegano dos días a la semana, conducir un máximo de 1.500 kilómetros y no tener más de dos hijos. Yo, además de ser vegano hasta la cena, me he comprometido a no coger más de tres taxis a la semana, dar charlas en colegios de Nueva York sobre el tema, trabajar como voluntario en una organización mediomabiental un día a la semana y a no volar en mis vacaciones del año que viene.
Muchas personas no sienten que las acciones individuales puedan cambiar el mundo.
Una persona no puede cambiar el mundo pero el mundo está hecho de personas. Además, cuando realizamos cambios, nuestro entorno nos ve. Si algo te cambia a ti, muchas personas van a ser testigo de ello. No existe realmente el concepto de acción individual porque, cada vez que tomas una decisión, influye a otras personas.
¿De verdad cree que podría producirse un cambio tan drástico como el que propone sin una estructura que lo apoye?
La estructura es la ciencia. Nos está diciendo lo que necesitamos hacer. No nos obliga como podría hacerlo un gobierno pero traza las directrices. Con una estructura gubernamental se resolvería el problema más rápido pero no la vamos a tener con estos líderes y no nos queda mucho tiempo. Cambiar nosotros ayudará a crearla. Por ejemplo, en Estados Unidos todos los establecimiento de comida rápida tienen ya una hamburguesa vegetariana solo por la demanda de los consumidores. Hemos cambiado nuestros hábitos y las empresas han respondido. Con esta opción en el menú es más fácil tomar la decisión correcta y eso se convierte en un ciclo. Nuestro cambio crea su cambio y su cambio crea el nuestro. Ocurre lo mismo políticamente pero de una manera más lenta.
¿Cómo ves el movimiento contra el cambio climático tan fuerte que se ha generado entre los adolescentes?
Han creado una conciencia sobre el tema que nadie más había logrado antes y han hecho que sea inaceptable ignorarlo. Parte de su estrategia consiste en persuadir al gobierno para que se preocupe pero tiene que haber un siguiente paso, que es convertir esa preocupación en acción. Más potente, incluso, que levantar la voz es ejercer tus opciones a la hora de consumir. Por ejemplo, Greta Thunberg es vegana, Al Gore es vegano, los científicos expertos en el cambio climático con los que he hablado son todos vegetarianos. Eso es algo que mucha gente no sabe, yo mismo no tenía ni idea.
¿Y la generaciones anteriores? ¿No vieron lo que pasaba o no les importó?
Por un lado, no se tenía toda esta información cientifica y no era una noticia que estuviera tan presente, culturalmente hablando, como ahora. Realmente desconocíamos la urgencia del tema y nuestra implicación. Había muchos aspectos mal entendidos, se pensaba que era una cuestión solamente de los combustibles fósiles... Además, los movimientos de justicia social son como la fruta, que tienen su proceso de maduración.
¿Qué le han dicho los ganaderos sobre lo que propone?
Cada ganadero es diferente pero, en general, he comprobado que odian el sistema de ganadería actual porque tiende a eliminarlos a ellos y a automatizarlo todo. En Estados Unidos hay ahora menos ganaderos de los que había en 1860, a pesar de que la población se ha multiplicado once veces. La población implicada en la ganadería es hoy en día del 1,5 %, frente al 80% de aquella época. Comer menos animales nos permitiría apartarnos de la ganadería intensiva y volver a la tradicional. Eso aumentaría el número de granjas y ganaderos que, además, vivirían mejor.
¿Reducir el consumo de productos animales podría hacer que aumentara la agricultura intensiva? Porque también ha sido señalada por destruir el planeta.
No hay producción alimentaria que, en cierta medida, no sea destructiva. Sin embargo, por muy mala que sea la agricultura intensiva, no lo es tanto como la ganadería intensiva. Requiere mucha menos agua, mucho menos terreno y menos recursos energéticos. Para producir una sola caloría de proteína animal, se necesitan de seis a veintiséis calorías de comida para los animales. No sería un problema tan grande si viviéramos en un mundo con 500 millones de personas porque tendríamos más espacio y no mermaríamos tanto los recursos de la Tierra. Pero no es el caso. La población aumenta y el planeta no se hace más grande.
También hay quienes argumentan que comer vegano es más caro.
La carne parece que es barata pero es muy cara realmente. Los productos de origen animal están muy subvencionados por el gobierno. El precio final es el que queda después de que la industria haya recibido muchísimos subsidios para el maíz, los cereales, la soja... Un dinero que nosotros pagamos como contribuyentes. Además, el agua que contaminan la limpiamos también nosotros. Incluso teniendo ese precio bajo de forma artificial, sigue siendo más económico comer vegetariano. Harvard realizó un estudio el año pasado en el que determinó que es 150 dólares al año más barato comer vegetariano.
¿Está la sociedad preparada para prescindir de algunas comodidades y caprichos superfluos?
Nos hemos acostumbrado a la idea de que podemos tener lo que queramos, en la cantidad que queramos y, además, de forma inmediata. Nos frustra ir al súper y que no haya arándanos durante todo el año. No lo entendemos, nos lo tomamos como si nos hubieran robado. Resolver este problema requiere que nos replanteemos nuestros hábitos de consumo. La cuestión es vivir con moderación, acostumbrarnos a tener menos y no ver el éxito en tener más.
¿Qué otros cambios importantes ha hecho en su día a día para combatir el cambio climático?
Reciclo, intento no comprar plástico, tengo un coche eléctrico y, cuando vuelva a casa, voy a instalar paneles solares. Son cosas que yo puedo hacer porque tengo dinero y que quizás otros no puedan, pero tampoco podemos esperar que todo el mundo haga lo mismo. Cada uno tiene que hacer lo máximo que pueda.
¿Y con respecto a la ropa? Ahora se está promoviendo dejar de adquirir prendas nuevas y comprar de segunda mano.
Casi nunca compro ropa. Puede que lo haga una vez cada cinco años así que, en ese aspecto, soy muy bueno (risas).
Fotos | Instagram de Beet Me Off, Jeff Mermelstein y Seix Barral.
Podemos salvar el mundo antes de cenar (Los Tres Mundos)
Todo está iluminado (CONTEMPORANEA)
Tan fuerte, tan cerca (NARRATIVA)
Comer animales: 1 (Diversos)
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