Tal y como os hemos venido avisando, ¡esta semana toca diamantes! Luis Feliu de la Peña, socio fundador de Luby & Lemerald, y uno de los mayores expertos en diamantes de nuestro país, ha accedido a impartir, en exclusiva, para los lectores de Embelezzia un seminario sobre el apasionante mundo de los diamantes.
Como el tema es muy amplio, y Luis sabe mucho, hemos decidido dividirlo en dos partes. Estuvimos pensando en hacer una primera parte más condensada o resumida, pero luego decidimos que no tenía sentido repetir ni ser reiterativos. Así pues, con la inestimable ayuda de Luis Feliu de la Peña, procuraremos iros explicando, paso a paso, todo lo relacionado con estas piedras preciosas. Esperamos no dejarnos nada en el tintero. De cualquier forma, si os surgen dudas o queréis hacer alguna pregunta, nuestro experto se ha comprometido a responderlas todas de forma amena y clara. ¿Preparados? Pues, sin más dilación, ¡comenzamos!
En la actualidad, existen en el mundo centenares de piedras reconocidas como gemas. Pero tan sólo una tiene todas las virtudes para poder ser considerada de una calidad superlativa. El diamante es carbono virtualmente puro, convertido en cristal tras millones de años de formación. El diamante es brillante, y refleja la luz blanca. Al actuar como un prisma, también concentra y refracta la luz y, al brillar con luz reflejada y refractada, destella (pudiéndose ver a gran distancia).
Los diamantes, al estar formados por un solo elemento, son la sustancia natural más dura que existe sobre la tierra. La mayoría de ellos se forman debido a las condiciones de presión y temperaturas extremas que se producen a grandes profundidades en el manto terrestre (de ciento cuarenta a ciento noventa kilómetros de profundidad). Estos minerales que contiene el carbono pueden datar de uno a tres mil millones de años, lo que equivale a decir que, algunos, son casi tan viejos como la misma Tierra. Los diamantes llegan a la superficie a través del magma de las erupciones volcánicas que, al enfriarse, da lugar a unas rocas conocidas como kimberlitas y lamproitas.
Existen restos arqueológicos que prueban que los antiguos chinos fabricaban hachas de rubí o zafiro hace ya cuatro mil quinientos años. Y éstas sólo pudieron haber sido pulidas con diamantes (que ya os hemos explicado que es el material más duro sobre la tierra).
Las cuatro características que determinan la calidad y el precio de un diamante son las famosas cuatro “C”:
- Carat (peso)
- Colour (color)
- Cut (talla)
- Clarity (pureza)
A Luis Feliu de la Peña le gustaría añadir una quinta, aunque no empiece por “C”, que podría ser “Equilibrio” o “Presencia”. El secreto de la belleza superlativa consiste en alcanzar el balance perfecto entre brillo, dispersión y cintilación.
Cuando se decide maximizar el tamaño en lugar de la belleza, la piedra suele perder brillo, dispersión y fuego. En opinión del experto, la belleza debería siempre triunfar sobre el tamaño en todos los casos.
La piedra de talla brillante suele contar con 57 o 58 facetas (según la presencia o ausencia de una culata), alineadas con precisión que funcionan en absoluta armonía. La parte superior, la más grande y plana que se llama corona, actúa como si fuese una ventana, captando la luz hasta el corazón de la piedra. Las facetas del pabellón (que serían las que conforman el cono) reflejan la luz en todos los sentidos, para acabar saliendo por la corona como si fuese fuego.
Las proporciones en el diamante son lo más importante. Tiene que darse una relación óptima entre la mesa, la corona, el pabellón y el cinturón. El ángulo de cada faceta debe cortarse con precisión, para luego medir su exactitud. Un cinturón demasiado grueso aumenta el peso en quilates, pero reduce notoriamente el brillo y la belleza.
Si el diamante está tallado con un pabellón poco profundo y una mesa grande, al examinar su corona, produce un desagradable efecto de “ojo de pez”. Si, en cambio, el pabellón es demasiado profundo, aparece un efecto de cuña oscura en el centro de la piedra.
El Peso El peso de los diamantes se mide en quilates (ct.). Como es lógico, y natural, la naturaleza proporciona muchas menos piedras grandes que medianas o pequeñas, por lo que los diamantes son más caros a medida que va aumentando su tamaño.
Un diamante de un gramo de peso equivale a cinco quilates (que es ya un tamaño “enorme” para un diamante). Un magnífico anillo de compromiso engarzado con un diamante de un quilate pesaría 0,20 gr (sin la montura).
Existen varios tipos de claridad o transparencia que afectan al coste de un diamante. Un diamante tallado, cuanto más blanco (transparente), más bonito, escaso y valioso es.
Para poder calificar el color de los diamantes tallados, el Instituto Gemológico Americano (GIA) ha marcado unas pautas para poder calificar su grado de color. Se trata de un sistema alfabético que comienza en la letra D (el más blanco), y termina en la Z (amarillo o marrón, de peor calidad).
La talla del diamante determina siempre su forma. Lo que se valora son tres cosas: la profundidad, anchura y uniformidad de cada una de sus facetas. Un diamante, con el máximo de color y pureza, con un mal corte perderá una parte muy importante de su valor.
Para valorar la talla de un diamante se admiten tres opciones:
- VG: talla excepcional, excelente o extra. Se consigue cuando el diamante ha sido tallado cumpliendo todos los requisitos, y consiguiendo una simetría perfecta.
- G: talla buena aunque no perfecta, aunque sí aceptable en cuanto a la refracción de la luz y al brillo.
- UN: hablamos de tallados deficientes, fuera de los límites aceptables, que hacen que los diamantes carezcan de brillos y destellos.
Durante la etapa de formación de los diamantes en la naturaleza, se crean unas inclusiones microscópicas en su interior, que son cristales de carbón muy pequeños. La pureza es el valor que determina la ausencia o presencia de defectos o inclusiones (marcas internas o en la superficie de un diamante ya tallado). Un diamante de pureza perfecta es muy inusual de encontrar y, por tanto, muy escaso y valioso.
Las impurezas son parte natural del diamante, aunque hay defectos que pueden producirse cuando se está manipulando la piedra, durante el tallado o pulido. Se dice que una piedra es “limpia” si, al examinarse con una lente de diez aumentos, no se distinguen fallas internas (nubes, plumas o cabezas de alfiler), ni imperfecciones externas (rayaduras, perforaciones o lascaduras). Un diamante verdaderamente limpio es extremadamente raro, y de ahí deriva su precio.
La “clarity” o pureza de un diamante se clasifica de la siguiente manera:
- FL: sin defectos internos
- IF: sin defectos internos, pero con mínimos superficiales
- WVS1-VVS2: con inclusiones internas mínimas imperceptibles
- VS1-VS2: con inclusiones internas mínimas
- SI1-SI2-SI3: con inclusiones internas
- I1-I2-I3: imperfecto, con inclusiones visibles al ojo
Los diamantes que no tienen inclusiones visibles con una lupa de diez aumentos son considerados perfectos o “flawless” como se los conoce en el argot, y se los clasifica como FL. Por el contrario, si el diamante tiene muchos inclusiones a simple vista, se lo clasifica como I3.
Es muy arriesgado poder otorgar una calificación de “limpio” a un diamante montado porque la montura oscurece la visibilidad del diamante.
Lógicamente, el ojo no especializado tendrá dificultades a la hora de identificar las imperfecciones de las que estamos hablando, pero el cristal del diamante puede tener unas nubes lechosas visibles que producen piedras anodinas. Algunos talladores, para disimularlo, agregan dos o tres facetas adicionales. Luis Feliu de la Peña nos aconseja tener cuidado con las tallas adicionales.
Ciertos diamantes presentan un fenómeno natural, que hace fosforecer a la piedra al exponerla a la luz ultravioleta. Las luces de ciertas joyerías pueden enmascarar este efecto, haciéndole parecer más transparente de lo que realmente es. Sin embargo, a la luz natural, una fluorescencia intensa significa un diamante con un aspecto sospechosamente lechoso.
El Color La ausencia de color determinará la calidad y el valor de un diamante. Mientras menos color tenga, mayor será su rareza. La mayoría de los diamantes son blancos o incoloros, aunque muchos contienen tonalidades amarillentas o tirando a café. También los hay blanco-azulados (muy raros, y valiosos). La mejor forma de ver el color real de un diamante es observándolo diagonalmente sobre un fondo blanco.
Próximo jueves, II Parte Seminario de Diamantes
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